#9 (temporada 1)
Agus,
El «principio de cooperación» que formuló el lingüista H. P. Grice dice así: «Haga que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito o la dirección del intercambio comunicativo en el que usted está involucrado». Se supone que es algo tácito. Escribo este primer párrafo al final, releyendo el resto de esta carta. Creo que no cumplí.
Hace un tiempo que vengo pensando en comprarme un sillón. Lo siento casi como un casillero en el juego de la independencia. Cuando era chico me «hamacaba» en el sillón del living de mi casa. La palabra la eligieron mis xadres, pero básicamente lo que hacía era sentarme y darme la espalda contra el respaldo una y otra vez. Supongo que era un impulso lúdico y a la vez una forma de darle a mi cuerpo algo para hacer mientras escuchaba los discos de papá.
[Ophelia, Sir John Everett Millais, 1851–2]
También me siento una sucesión de plagios, caminando al filo de lo que sea que separa las expectativas ajenas y la necesidad de pelearme un poco con el mundo. Si miro para adentro me imagino una especie de museo de viejas identidades, un armario de pieles traslúcidas, como las de las víboras que se encuentran caminando por el campo. Cada una con una banda sonora asociada.
Desde que vi High School Musical por primera vez, y cada vez que veo un musical desde entonces, siento una vergüenza ajena fuertísima en el momento de quiebre cursi en el que empiezan a cantar. Me cuesta asimilar lo absurdo de la situación y conciliar eso con lo estéril de mi vida, con la leve envidia frente a mi incapacidad de resolver problemas así. ¿No seríamos mejores si canalizamos todo conflicto en canciones y coreografías?
Sigo leyendo el mismo libro de Durga Chew-Bose que en la carta anterior. Ahora encontré otra cita que me recordó tu carta:
Escribir es, a intervalos, chocarse con una Aha! y mirar hacia abajo para encontrar un Duh.
Me gustaría poder sentarme al sol en invierno a escuchar el flujo de conciencia de alguien sin el compromiso de tener que responder. Es que siento que hablo de más porque tengo que jugar con reglas que no elegí. Pero si pudiera diseñar yo el juego de la palabra, dejaría el menor lugar posible para la expectativa.
[Mainstream/Downstream, presentación de la colección Primavera/Verano 2004 de Carol Christian Poell]
A casi nadie le importa lo que pueda tener para decir sobre un problema curioso pero lejano de cualquier preocupación práctica. Y eso está bien. El desinterés tiene mala prensa, pero me gustaría poder entrar y salir del diálogo, del compromiso a dar una respuesta coherente (y que sea siempre un poco lo que el otro quiere escuchar).
Cada vez que me cruzo con un ex-compañerx de escuela digo o me dicen: «algún día tenemos que juntarnos», y nunca lo hacemos, porque por eso decimos que «algún día tenemos que juntarnos»:
Algunas ceremonias existen sólo en tanto no se les exige un significado profundo.
Creo que estas palabras no han sido más que un recorrido errático por los pliegues. Pero ya no voy a pedir perdón.
Te abrazo,
Marcos