#14 (temporada 1)
Marcos,
Sí, la afinidad oscila. Los puntos de coincidencia en las rutinas también. Sin embargo creo que eso de elegir a la gente es una fantasía contemporánea. Las distancias, la movilidad, lo virtual, incluso en pueblos, nos hace vivir de forma diferente las relaciones de proximidad ajenas a la familia, pero no puedo dejar de sentir que en la amistad también somos una tribu dilatada que se hereda.
Ese abismo me asusta: la distancia que me separa en el día a día de mis amigues. Las imposibilidades de contención. Pienso en los botones de emergencia que tienen algunas personas mayores en sus casas. Imagino posibles incidentes domésticos, repaso quiénes responden rápido el celular, quiénes están relativamente cerca, pienso qué pasaría si, qué hago si no puedo abrir un frasco imprescindible además de frustrarme, y qué se hace cuando el problema no es tan concreto. Me pregunto por otro tipo de urgencias y lo difícil que se torna recurrir y acompañar.
Recuerdo que un viejo que pasaba siempre por la librería donde trabajaba en Piriápolis me repetía una y otra vez dos cosas: tenés que tener hijos y uno tiene solo lo que da. Lo de los hijos era porque para él es la única forma de envejecer y tener compañía. Lo otro porque lo leyó en El secreto.
[Sangre menstrual y fibra sobre lienzo] Tatiana Kurys y Agustina Ahiccero.
Ante estas incomodidades y las pocas ganas de tener una familia tradicional a veces me siento Edward manos de tijeras. Entonces espero a que se me pase la sensación de que lo único que hago es cortar todo lo que toco y recuerdo que estamos en un contexto de aislamiento. Pero la lectura y la escritura siempre necesitaron cierta costumbre de soledad, y este ha sido mi campo de “experticia” a lo a lo Yūgi, sobre todo cuando mis amistades no leían mucho y me peleaban por hacerlo.
En El viaje inútil, Camila Sosa Villada escribe:
El mundo es amable ahí, leyendo en mi cama. Encuentro un refugio que es lo que más busco a esa edad. Un refugio. Y sobre todo encuentro que existe un poder en el ejercicio de la lectura. El poder del goce de la soledad. No estoy interesada en otra cosa. Inmediatamente después, como una consecuencia inevitable, llega la práctica de la escritura.
E inevitablemente después, para mí, llega la necesidad de leer y escribir de formas que rompan la burbuja individual de ese refugio infantil. Encontrar, armar, formas comunitarias de goce en torno a la lectoescritura, donde tanto la palabra común como la diferente sean vehículo de nuevas formas de relacionarnos con las demás personas, con las distintas experiencias, una manera de acompañarnos desde la escucha. Quizás esta fe en las palabras es una tímida utopía para resistir a la dilatación de los afectos, una vuelta a la oralidad que incluye a la lectura y que pueda operar también como botón de emergencia.
Posdata: Hoy una compañera de clases dijo esta cita de La casa inundada de Felisberto Hernández:
Entonces pensaba: «El agua es igual en todas partes y yo debo cultivar mis recuerdos en cualquier agua del mundo».