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June 17, 2021

#11 (temporada 1)

Agus,

La primera vez que fui a una práctica de baby fútbol fui obligado y moqueando. Agradezco a mis compañeritos el esfuerzo que hicieron para que no fuera tan evidente mi desmotivación y falta de talento. Por dos años lo único que me mantuvo ahí fue el capital social (en moneda de La Ciudad de los Chicos), el imperativo de la masculinidad infantil y el no querer decepcionar a mi papá. Ésto último, el miedo a decepcionar a mi padre, a pesar de dejarme medio traumadito, nunca fue demasiado efectivo en su función de represión. Huí en cuanto pude, cuando tuve la autonomía suficiente (del fútbol nomás, sigo viviendo con mis xadres).


[La Trilla - César Pesce Castro (1928)]

Mi papá trabaja en el campo, cría terneros y planta cosas. Soja, y otras cosas. Es lo que se llama un ‘productor familiar’. No tiene una 4x4, ni peregrinó a Durazno con ‘Un Solo Uruguay’, pero aún así forma parte de ese gigantesco pacto social uruguayo de ver a los ricos como iguales. Papá es un moderado que seguramente votaría a Birgitte Nyborg (pero solo la primera vez). Papá es de escorpio pero tranquilo, porfiado, escucha En Perspectiva y lee antes de dormir.

Y yo soy igual a mi papá. Sin fútbol, pero con internet. Permiso para parafrasearte: cuando me miro veo un esfuerzo tremendo por sostener una diferencia constante.


[Un futuro solarpunk imaginado por Jessica Woulfe]

Escribo con la emoción de haber aprendido algo interesante. Hace un rato y divagando en internet, reencontrándome con ideas anarquistas con las que había simpatizado de púber, me crucé con un video sobre ‘solarpunk’. El solarpunk es un movimiento estético y político que en lugar de construir realidades alternativas, especula sobre realidades posibles, verdes y superadoras de la dicotomía avance tecnológico/sostenibilidad medioambiental. No es un movimiento utópico, pero sí optimista. Un optimismo del que se puede reír muy fácil, pero que se justifica activando realidades: relatos, imágenes, prácticas comunitarias, saberes compartidos. Lo que me ilusiona del solarpunk tiene que ver con mi relación con el campo. Y eso, a su vez, con la necesidad de reclamar mi vínculo con el territorio, más allá de mis diferencias y diferenciaciones, pero sin caer en eso de apropiarse de una sensibilidad ajena.

En el solarpunk nos hemos parado apenas a tiempo para frenar la lenta destrucción de nuestro planeta. Hemos aprendido a usar la ciencia sabiamente para mejorar nuestras condiciones de vida como parte de nuestro planeta. Ya no somos jefes supremos. Somos cuidadoras. Somos jardineras.


[Otro futuro solarpunk de Arturo Gutiérrez]

Santa Lucrecia Martel viene, desde hace un tiempo ya, peleándose con la identidad. Yendo contra los relatos esencialistas que tiran los envases de plástico y no hacen de ellos macetas. La salida que propone es la invención, la ‘fiesta de inventarse’. También es de Lucrecia una frase que por un buen tiempo usé para llenar ese lugar en redes sociales: ‘que la identidad sea de peluquería’. Un espacio del hacerse y del ser hecho.

Y ese es un poco el lugar del solarpunk, pura invención para hacer realidad, para soportar el presente, para bosquejar un mapa. Y también es una etiqueta que atarse, al menos por ahora.

La seguimos,

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