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October 6, 2022

#9 (temporada 3)

Agus,

Al principio mis xadres tuvieron que explicarme por qué tenía solo una abuela. A los cuatro, cuando murió Tota, pregunté por qué mamá lloraba tanto. De la muerte de mi abuela recuerdo, además: varias idas a Carmelo (donde estuvo internada hacia el final), darle un beso al cuerpo en el velorio y una cuidadora que se llamaba Noris.

Noris, a los días del velorio, me regaló un angelito que tenía mi abuela en el hospital, al lado de la cama. Al tiempo, la fuimos a visitar a su casa en Playa Seré (ahí en Carmelo). Tenía un jardín con plantas esculpidas como las de la Reina de Corazones. Hace poco volvimos y me quedé callado, dejé que mis xadres recordaran mientras corroboraba que no era todo artificio infantil.

Sigo con mis xadres. El año pasado empezaron a pagar un cementerio privado, de esos en los que te creman y te dejan abajo de un arbolito en un jardín con el pasto denso y un lago artificial. Morirse es también un trámite y quieren que al menos no nos salga plata. (Reconozco que me tranquiliza un poco la idea de un duelo barato). Creo que también quieren romper con una tradición intergeneracional de muertes sorpresivas y traumáticas. A mi no me molestaría que me enterraran sin cajón ni nada “pues polvo eres, y al polvo volverás” o como esa canción de reclame de Jorge Drexler.

Siempre me costó dormirme. Particularmente los domingos. Cuando era chico a veces me sentaba sobresaltado en pleno preludio del sueño al darme cuenta de que me iba a morir algún día. Poco, pero a veces todavía me pasa. Leer a Epícteto y Epicuro ha sido la forma más sensata de lidiar con eso. Obvio que no me quiero morir y que si mañana baja Dios o lo que sea a ofrecerme la inmortalidad aceptaría sin más (aunque por ahí después me arrepintiera, habría tiempo para lidiar con eso). Estoy un poco lejos de una sobredosis de vida y, honestamente, lejos de desear una abundancia que después le pase factura a mi mente o a mi cuerpo que están siempre corriendo al mundo de atrás.


[‘Sunbathers’ de Alvin Baltrop]

Últimamente creo que lo que más me gusta de escribir es que me impone condiciones. Que me hace sentarme en silencio a prestarle atención a algo, un ejercicio inútil. Como si le estuviera haciendo mimos a una posibilidad con la que no sé bien qué hacer y que dejo dormir en mi falda. No tengo apuros.

Hace poco te compartí un poema de Viel Temperley que dice

sobre las piedras,
me quito la camisa,
me arranco las espuelas
(no debemos luchar
contra ningún demonio,
dicen mis teólogos,
tenemos que luchar con nuestro ángel
para que él nos venza).

Y es algo así. Cuando me rindo con la escritura lo que queda es un silencio mejor.

M.

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