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February 10, 2022

#8 (temporada 2)

Agus,

26 de setiembre de 1954, Alejandra Pizarnik escribe:

Estoy exaltada. Coordinemos.

En una. En esa.

Estoy haciendo un taller de escritura y alguien, al leer algo que escribí, me dijo que escribía como enojado con mi comodidad. Otra persona un poco más sincera me dijo que sentía que estaba aburrido. En el mismo taller alguien habló de la idea de realidad deseada, popular entre les pibis que escriben fanfiction. Lo googleé enseguida y no volví a prestar atención por un rato.

Cuando una idea me entusiasma me doblo todo sobre el teclado y leo la pantalla desde demasiado cerca, ahora me rescato un poco y me pongo en una posición más humana. Leo que esto de las realidades deseadas es una movida para trasladar tu conciencia a una realidad construida, mediante ejercicios de meditación y afirmaciones. Es como la alternativa liberadora al metaverso de Mark Zuckerberg. Siendo menos inocente, otra vía de escape.

Igual ya fue, voy con inocencia. Me cuesta seguirle el ritmo a los videos que explican cómo hacerlo, euforia y una edición errática. ‘Hoy voy a ir a Hogwarts’, ‘hoy voy a volar’, ‘hoy voy a ser otre’. Mundos de ficción, idols de k-pop, dejar de ser pobre o probar la pobreza por un día. Aunque nada parece ser obligatorio, la receta comienza escribiendo un guion. No sólo necesitás tu apariencia, personajes (tus amigues, familia) y establecer el tiempo que querés estar en la realidad deseada, también necesitás un conflicto, escenas y puntos de acción dramática. Te advierten de no forzar relaciones, de recordar que vas a volver a tu realidad actual. Aunque las situaciones que suceden en la realidad deseada pueden ser traumáticas, eso se soluciona agregando la premisa ‘es imposible que me traume’ a tu guion. Todo debe ser parafraseado para evitar usar la palabra ‘no’ que trae malas energías.

Cuando era más chico y creía que el lenguaje tenía una especie de poder omnipotente sobre la realidad, hacía listas de cosas que quería cambiar de mí mismo: ‘ser menos afeminado’, ‘hablar menos’, ‘no juzgar a las personas’, ‘salir más’. Gran parte del deseo que me movía a hacerlas era de supervivencia, aunque había también algo más sensato. La youtuber que me explica cómo ir a mi realidad deseada advierte: ‘si sientes dolor sí párate, porque eso sí sería un problema que hay que atender’. Después me dice que para protección debería recurrir a algunos cristales, pero que ella no los necesita porque vibra alto. Yo sé que no vibro alto y constatar eso me duele adentro, porque una parte de mi desea ser percibido como alguien capaz de llorar, o de vivir la felicidad con una sonrisa exagerada, como alguien con una sensibilidad más amplia. Miro con envidia lo genuino porque para mi la interacción con otres y con el mundo fue siempre un poco incómoda. Pero las palabras no pueden tanto.

Ni modo, me quedan los cristales.

M.

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