#7 (temporada 3)
Agus,
Acá la gente hace cosas y yo te escribo esperando dar la impresión de estar haciendo algo que produzca plata o créditos universitarios. M. se va y vuelve al rato para anunciar que acaba de hacerle una cesárea a un morrón embarazado, muestra orgullosa al morrón bebé.
Vuelvo a escribir. Estuve todo el fin de semana concentrado en resolver pendientes. Esperé a perder la concentración para escribirte, hoy no quiero sentir que esto, que algo, es una tarea más.
No tengo a quien abrirle la puerta. Son las 19:08 de un domingo e igual se siente como insomnio. Recuerdo que antes me torturaba el desvelo, pero en algún momento entendí que resignarse era la forma más liviana de habitar el asunto: aflojar los hombros y la mandíbula, respirar un cacho más despacio, cerrar los ojos pero sin fuerza.
Este año me mudé con mi hermana. Me alegra compartir la dinámica cotidiana con alguien a quien no le tengo que explicar los pormenores de mi crianza, los pequeños vicios de mi casa en el pueblo.
Hace unos años creía que estaba rodeado de personas demasiado parecidas a mi. Hoy, la geometría de mis vínculos es bien distinta, pero ya no me preocupa tanto que las personas que tengo cerca alimenten una burbuja endogámica. Tengo ganas de estar tranquilito.
[Un meme]
Ayer en el EAC vi una obra que me dejó raro. Un altar a un cuerpo. Había partes reproducidas en algún material sintético, aisladas o pegadas o cosidas a otros objetos, transformadas en vasijas y portainciensos. Hacía calor, quería irme. Pero había gente afuera y la huída tampoco calmó el sacudón. Creo que me dio un poco de miedo darme cuenta de que no sabría cómo hacer un altar para mi cuerpo, cómo invocar las posibilidades.
Hace poco me di cuenta de que pasaba algo con mi ojo derecho. Pasé meses sintiendo esa mitad de la cara cansada, me mareaba al salir de casa y caminaba con la vista fija en el piso. Sin embargo, cuando no pude leer algunas letras del cartel del consultorio médico, me angustié muchísimo. Me fregué los ojos, me puse nervioso. Pedí perdón.
Días después me puse un par de lentes y recordé que las paredes de los edificios en la calle estaban todas escritas por el humo y la humedad. Me da miedo que mi cuerpo esté todo escrito por eso que escribe en la ciudad. Hace tiempo que cuando me acuesto a dormir siento una incomodidad rarísima con mi piernas, como si me las tuviera que sacar antes de dormir, no sé dónde ponerlas. Siento vacíos donde hay carne y nervios. Como cuando repetís una palabra hasta que pierde el sentido.
Ojalá estuviera más cansado, pero no así.
M.