#5 (temporada 3)
Agus,
Este no es mi año de descanso y relajación. Imaginaba que ser absorbido por la rutina iba a ser algo así como entrar en un flujo constante que liberara lugar en la conciencia, pero viene siendo lo contrario: paso demasiado tiempo del lado de adentro del cráneo.
Aún así, lento pero seguro, las cosas se hacen lugar a sí mismas y yo puedo estar feliz o triste por cosas insignificantes. Puedo escribir sobre los lugares a los que ya no me dan tantas ganas de ir. Puedo no saber dónde está mi casa.
["Buddha Boy" (2020), de Salman Toor]
Hoy en clase un profe dijo que Freud se había dado cuenta que las emociones no respetan el principio del tercero excluido (“un principio de lógica clásica según el cual si existe una proposición que afirma algo, y otra que lo contradice, una de las dos debe ser verdadera, y una tercera opción no es posible”, citando Wikipedia). La psicología necesita, entonces, una lógica divergente.
Una noche en la rambla, fines de enero, leímos con J. nuestras predicciones del horóscopo chino. Soy tigre y al parecer es mi año. El de J. decía algo así como ‘vas a oscilar entre la euforia y la depresión’. Creo que, entrando en esta maldita costumbre de los balances semestrales, estoy aprendiendo algo sobre la simultaneidad de las emociones, sobre la confusión, sobre mis fisuras. Tercero excluido, ¿pero de qué?
["The Immigrants II" (2017), de Salman Toor]
Tus cartas son como besos. Arrastran el peso de borradores, de lo poco que nos hemos visto en este último tiempo, de lo mucho que te extraño, de los momentos en los que apenas hablamos y eso estuvo bien, de lo difícil que es hacer tiempo y lugar a veces. ‘Lo que escribo va lento, o no va a ningún lado’. Sigo preguntándome cuál es el ‘sustrato sensible’ de mis escrituras. A veces escribo entusiasmado, sintiendo que escribir es empezar despacio e ir cada vez más rápido. Recuerdo ir a caballo con mi padre cuando era chiquito: paso, paso, paso… trote, trote, trote… ¡galope, galope, galope!
Lo que quería decir es que a veces desacelero, veo lo que dejé y parece un balbuceo. Pero recordé ir a caballo y en realidad ahora estoy contento. El caballo que tenía mi padre se llamaba Ramadán, quizá hoy no resista la prueba de la apropiación cultural, pero me sigue pareciendo el nombre más hermoso para un caballo negro.
Ahora pienso en caballos y sonrío y escucho ecos de este poema de Silva Valdés (son cuatrocientos potros/trotando, trotando, trotando) que está lejos de un final feliz pero quizá en lo que pienso es en el sabor del balbuceo.
los troperos harán cuatro fuegos bien grandes
que arderán a la vez en las puntas del campo;
luego, mientras vigile quien se quede de ronda,
hombres y animales buscarán el descanso;
¡y los potros salvajes dormirán sin saber
que su albedrío ha muerto, y que lo están velando!
M