#10 (temporada 3)
Marcos,
Una vez íbamos por la calle con mi madre y Juan, mi hermano, y él le preguntó por la abuela Mabel. Mamá le respondió “ah, murió el año pasado.” Juan se puso a llorar y yo quedé helada. Teníamos entre ocho y diez, Juan uno menos que yo. Mamá empezó a consolarlo diciéndole que no la veíamos hace como dos años. Fue muy incómodo para mí esa justificación. La quería a abuela pero no la extrañaba. ¿Qué diferencia había entonces entre el olvido y la muerte?
[Retrato familiar: Marita, Juan y yo]
El primer otro al que le pasó fue a mi hermano y no por morir, sino por verse afectado por la muerte de otras personas. Antes de lo de la abuela, Juan lloró con desespero a un amigo suyo que murió intoxicado por una pérdida de gas con toda su familia. Mabel era también mi abuela y, sobre todo, era madre de mamá. Juan logró saltar, quizás por su experiencia previa, la atrocidad de mamá, yo en cambio quedé signada por ella. Su sensibilidad se me metió como un objeto extraño que por suerte no he podido digerir ni incorporar, pero que sigue ahí perturbándome (quizás por suerte también). Desde entonces lucho por sacármela del cuerpo, por recuperar la paz, por desplazar mi conciencia de la mirada y la palabra a todo mi cuerpo. Quizás por eso a morirme no le tengo miedo.
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Le tengo miedo a ciertos aspectos de la vida, a lo difícil que es acceder a duelos baratos, en diversos sentidos, para la mayoría de las personas. Me duele lo difícil que es vivir bien para la mayoría. Solo aceptaría la inmortalidad si estuviera dispuesta a poner mi vida al servicio y si nos la ofrecieran a toda la humanidad. Papá me dijo cuando murió su abuela hace unas semanas, que le dio un beso y sintió cómo la abuela Laura se desinfló, que fue como si lo hubiera esperado para morirse. Le daba vergüenza decirme eso. También me dijo que él nunca se iba a poder despedir, que cómo iba a ser posible despedirse de alguien que lo fue todo, que no le daba pena, que su abuela siempre iba a estar con él. Llegó a la misma conclusión que Anne Carson: un ser querido nunca termina.
Si pudiera elegir una muerte para mí no sería de sobre dosis de vida jajaja. Sin dudas sería el lugar común de acostarme a dormir y “pasar de un sueño al otro” porque disfruto mucho de dormir y de soñar, y fantaseo con que la muerte también sea un proceso placentero e integrado en la vida. De todas formas, creo que para que eso sea así, en primer lugar la vida tiene que acompasarse a algo más justo, y ninguna justicia ha de ser solo personal.
Te dejo otro poema de Watanabe, Animal de invierno:
Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.
Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.
Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.
He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.
Gracias,
A.