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Decía Plutarco que Aglaónice era una charlatana, una impostora, y posiblemente tuviese razón. Según los pocos testimonios que existen sobre su existencia, esta muchacha griega, hija de Hégetor de Tesalia, era una hechicera capaz de bajar la luna del cielo y hacer que desapareciera. Tres siglos después, Plutarco tenía claro lo que pasaba: Aglaónice no tenía ningún poder sobrenatural; simplemente, sabía predecir los eclipses y hacía que esos apagones de luna que se atribuía coincidieran con ellos.
Sabemos muy poco de ella y lo que más quebraderos de cabeza crea a los historiadores es situarla en el tiempo. A lo largo de su vida tuvo que haber varios eclipses de luna totales, esos en los que la luna deja de verse (en los más comunes se ve un brillo rojizo), para que credenciales como hechicera tuvieran algo en lo que basarse. O eso o lo hizo una vez y consiguió vivir de la amenaza de volver a guardarse la luna en el bolsillo el resto de su vida.
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| Juliette Gréco como Aglaónice en Orfeo, de Jean Cocteau. |
Pero todo parece muy complicado, no solo porque los eclipses lunares en los que parece que la luna desaparece son poco frecuentes, sino también porque las condiciones atmosféricas suelen tener mucho que ver. Y una cosa es precedir un eclipse, pero otra predecir la actividad volcánica que vaya a ayudar a la desaparición de la luna. Aun así, parece ser que en los dos primeros siglos a. de C. el cielo era propicio a la desaparición de la luna, y por ahí habría vivido Aglaónice.
No es casualidad que nuestra astrónoma fuera de Tesalia: era una región perfecta para que te creyesen si decías que eras hechicera. De Tesalia siempre se dijo que eran las brujas, aunque no está muy claro por qué. Brian Clark cuenta en un artículo que el mito que asociaba la región con brujería debió de nacer por el siglo V a. de C., porque la zona era todo lo contrario a los civilizados atenienses. Salvajes y medio extranjeros, aislados y con sus propias creencias. Caldo de cultivo de brujas. Y una de las cosas que se decía de las hechiceras de Tesalia (más tarde) era que su especialidad era bajar la luna. O Aglaónice tenía secuaces o su magia impactó todo lo que ella quería.

Me gusta pensar que lo que había en Tesalia era un grupo de mujeres que de tanto observar el cielo se habían vuelto expertas en él. Con mucha visión emprendedora, juntaron sus conocimientos científicos con la fama que tenía su región y obtuvieron un poder inusitado. Porque a ver quién se atreve a llevar a la hoguera a señoras con tanta influencia sobre la luna.
Muchos siglos después, otro grupo de mujeres se hizo famoso por sus observaciones astronómicas. Conocidas como las Computadoras de Harvard, también les costó obtener el reconocimiento que se merecían. Contratadas como asistentes por el director del Observatorio de Harvard Edward Charles Pickering a partir de 1881 para ayudarle a procesar los datos que llegaban al observatorio, fueron unas 80 mujeres las que pasaron por ahí. Muchas de ellas llegaron a realizar sus propios trabajos y descubrimientos astronómicos.
La primera contratada fue Williamina Fleming, una elección algo extraña que a Pickering le salió muy bien: Fleming era su sirvienta, pero no tardó en demostrar su valía en el observatorio. Además de estar a cargo de todas las astrónomas que pasaron por allí (eran conocidas despectivamente como «el harén de PIckering»), catalogó mas de 10 000 estrellas, descubrió 59 nebulosas gaseosas, 310 estrelllas variables y 10 novas, entre otros muchos aportes al mundo de la astronomía. Tiene, al igual que Aglaónice, un cráter lunar con su nombre.

La más destacada del grupo fue Annie Jump Cannon, que heredó de su madre el interés por las estrellas. Estudió Física y, en 1896, empezó a trabajar para Pickering. Su principal aportación fue un sistema de clasificación de las estrellas que se usó durante muchos años. Tanto la clasificación anterior en la que se basó, el catálogo Draper, como el sistema que se usó después, el Morgan-Keenan, tienen los nombres de sus creadores. El sistema de Cannon fue conocido como el sistema Harvard. Eso sí, ella también tiene un cráter en la luna y hasta un asteroide, el Cannonia.

Pese al trabajo que hicieron esas 80 mujeres y otras muchas por todo el mundo, hace un par de años la revista Nature alertaba de que las mujeres abandonaban la astronomía en una proporción tres veces mayor que los hombres. ¿Por qué? Lo de siempre: más barreras para avanzar, menos oportunidades de contratación, casos de acoso. Me pregunto si Aglaónice y sus amigas brujas podrían hacer un conjuro y cambiar todo esto.
El botiquín 🏥
La semana pasada publiqué en el blog un post en el que hablaba de la idea de tener un botiquín de cultura, esos textos, canciones y película a los que acudimos como refugio en momentos vitales malos, como 2020. Se me ocurre ahora rebautizar la sección de recomendaciones siguiendo esa idea. No serán los medicamentos fuertes del post, la inyección de adrenalina, sino más bien los suplementos vitamínicos que me mantienen a flote estos días.
📺 En algún momento de este mes, no sé bien cómo ni por qué, mi ciclo Jude Law se convirtió en un ciclo Ben Whishaw. Vi Sufragistas, Lilting y Little Joe, tres películas totalmente distintas entre ellas que recomiendo de verdad. Las tres están en Filmin (Little Joe hay que pagarla por separado). Una es para saber de historia, otra para emocionarse con una historia muy íntima, y otra para pasar hora y media inquietante sin saber qué es cierto y qué no.

📖 Llevo solo 10 % de Just Kids (Éramos unos niños) de Patti Smith y ya puedo recomendarlo con total y absoluta seguridad.
🎧 ¿Es muy egocéntrico redireccionaros a la lista de mis canciones top de 2020? Lo voy a hacer, porque son las canciones que han sido mi botiquín este año y es lo que estoy escuchando estos días mientras intento recordar en qué momento de este extraño 2020 me aferré a ellas.
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