June 28, 2025, 1:15 a.m.

2. Una pasión

Ponme con el encargado

Nota: Ayer recordé que tengo este blog. Imagínense. Se me había olvidado porque a partir de cierto número de suscriptores tengo que pagar para poder enviar nada a nadie y al principio no le di importancia, pagué. Luego se me olvidó de que había pagado y la suscripción se renovó automáticamente, me enfadé con mi yo del pasado por gastona y cancelé la suscripción. Qué puedo decir, un sueldo bruto anual no te saca lo rata de dentro. He estado investigando y a pesar de sentir una grima muy concreta con Substack voy a importar a todos los suscriptores allá e intentaré seguir escribiendo. Como mis peores temores están relacionados con 1) Dios, 2) Hacienda y 3) los tribunales, si no quieres que tu dirección de correo sea llevada a otra plataforma para la que no has dado tu consentimiento, por favor, desuscríbete.

Leí hace unos días en el periódico la columna de una persona que siente una gran alarma ante el hecho de que muchos de sus alumnos universitarios tienen claro que para ellos el futuro pasa por unas oposiciones. La niña ya no quiere ser astrónoma, maestra o bombera sino funcionaria, intro a la sirena de Kill Bill. Se preguntaba esta persona por qué los jóvenes han renunciado a sus sueños y a las pasiones que albergaban de niños. Pongamos que la noción de dar nuestro todo en algo ya no convence a tanta gente como antes y que lo óptimo sería reservar al menos una cuarta parte de nosotros mismos solo para nosotros mismos. En esa cuarta parte atesoraría cada uno con mimo y recelo las
raíces de lo crítico y fundamental. Así, el fin del mundo no se cerniría sobre aquellos que a pesar de haberse dejado el sudor en perseguir un determinado sueño terminan por no conseguir alcanzarlo. Saber conformarse con lo que nos toca es un tipo de instinto de supervivencia por mucho que se haya intentado hacer calar la idea de que aceptar las que vienen dadas es de perezosos. Quizá esto resulta más fácil cuando no se tiene una vocación o una pasión concreta, solo la curiosidad suficiente para ir buscando hasta dar con algo que nos entretenga y haga los días algo más llevaderos.

En estos tiempos oscuros y plagados de incertidumbre me reconforta mucho la existencia de lo que se ha convertido en uno de los pilares de mi rutina: el mundo corporativo. De niña yo soñaba con aventuras en barcos pirata y fábulas, lo de trabajar en una oficina surgió poco a poco como consecuencia de las decisiones que fui tomando en diversos momentos cruciales de mi vida. Hace tiempo que hice las paces con el asunto. La voz de mi jefa, generar sinergias, organizar y participar en calls, trabajar en slides y en reports,sacarle todo el partido posible a mis benefits, preocuparme por los KPIs y los OKRs, gestionar mi bandwith de la mejor forma posible o echar mano de explicaciones high level de key points estratégicos no es mi pasión. No creo que sea la de nadie. Sin embargo, ahora me resulta familiar, reconfortante. La moqueta que lleva sin cambiarse desde la inauguración del edificio. Los baños en los que de vez en cuando me cruzo con alguien que no se lava las manos antes de salir. Las tazas de losa con el logo de la multinacional en la que trabajo.

Las cintas que el noventa y nueve por ciento de los trabajadores llevamos al cuello para identificarnos como empleados de la empresa. Las conversaciones rápidas de pasillo. El café quemado, la calefacción a veces demasiado alta -otras demasiado baja-, los ruidos que hace la impresora cuando se pone en marcha y el sonido de la notificación de un nuevo correo que pasa a formar parte de la lista de correos electrónicos sin leer que se acumulan en mi bandeja de entrada de Outlook. Town halls, brainstormings, deep dive sessions, open door sessions, leadership councils, Sharepoint, Microsoft lists, en el idioma ajeno todo suena mucho más importante de lo que es en realidad. No operamos a corazón abierto ni transportamos heridos de gravedad, solo tecleamos en nuestros teclados y pasamos ocho horas o más con la mirada clavada en nuestras pantallas. Duermo muy tranquila. Mi zona de confort es una sala de reuniones vacía. Cogito ergo buscaré más formas de generar shareholder value -es decir, más dinero para los dueños del negocio en el que paso más horas que en mi casa- mientras intento seguir sumando días cotizados en mi vida laboral. Un consejo que doy mucho estos días es no dárselas de lobo de Wall Street y no renunciar a un trabajo fijo para emprender con los ahorros de una vida, sobre todo porque los ahorros se terminan demasiado rápido y todos los negocios que se han podido crear a lo largo de la Historia ya se han creado. La suerte es demasiado caprichosa, prefiero tener vacaciones pagadas, plan de pensiones y seguro dental. Si supiera alemán buscaría en el diccionario la sensación que embarga a uno cuando recibe el aviso de la aplicación del banco que informa de que la nómina del mes ha sido ingresada o la sensación de euforia que acompaña al recibimiento de la paga extra. Por ahora lo dejaré en “mi mayor pasión”. Sí, quizá mi mayor pasión sea el dinero.

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