Ponme con el encargado

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2. Una pasión

Nota: Ayer recordé que tengo este blog. Imagínense. Se me había olvidado porque a partir de cierto número de suscriptores tengo que pagar para poder enviar nada a nadie y al principio no le di importancia, pagué. Luego se me olvidó de que había pagado y la suscripción se renovó automáticamente, me enfadé con mi yo del pasado por gastona y cancelé la suscripción. Qué puedo decir, un sueldo bruto anual no te saca lo rata de dentro. He estado investigando y a pesar de sentir una grima muy concreta con Substack voy a importar a todos los suscriptores allá e intentaré seguir escribiendo. Como mis peores temores están relacionados con 1) Dios, 2) Hacienda y 3) los tribunales, si no quieres que tu dirección de correo sea llevada a otra plataforma para la que no has dado tu consentimiento, por favor, desuscríbete.

Leí hace unos días en el periódico la columna de una persona que siente una gran alarma ante el hecho de que muchos de sus alumnos universitarios tienen claro que para ellos el futuro pasa por unas oposiciones. La niña ya no quiere ser astrónoma, maestra o bombera sino funcionaria, intro a la sirena de Kill Bill. Se preguntaba esta persona por qué los jóvenes han renunciado a sus sueños y a las pasiones que albergaban de niños. Pongamos que la noción de dar nuestro todo en algo ya no convence a tanta gente como antes y que lo óptimo sería reservar al menos una cuarta parte de nosotros mismos solo para nosotros mismos. En esa cuarta parte atesoraría cada uno con mimo y recelo las
raíces de lo crítico y fundamental. Así, el fin del mundo no se cerniría sobre aquellos que a pesar de haberse dejado el sudor en perseguir un determinado sueño terminan por no conseguir alcanzarlo. Saber conformarse con lo que nos toca es un tipo de instinto de supervivencia por mucho que se haya intentado hacer calar la idea de que aceptar las que vienen dadas es de perezosos. Quizá esto resulta más fácil cuando no se tiene una vocación o una pasión concreta, solo la curiosidad suficiente para ir buscando hasta dar con algo que nos entretenga y haga los días algo más llevaderos.

En estos tiempos oscuros y plagados de incertidumbre me reconforta mucho la existencia de lo que se ha convertido en uno de los pilares de mi rutina: el mundo corporativo. De niña yo soñaba con aventuras en barcos pirata y fábulas, lo de trabajar en una oficina surgió poco a poco como consecuencia de las decisiones que fui tomando en diversos momentos cruciales de mi vida. Hace tiempo que hice las paces con el asunto. La voz de mi jefa, generar sinergias, organizar y participar en calls, trabajar en slides y en reports,sacarle todo el partido posible a mis benefits, preocuparme por los KPIs y los OKRs, gestionar mi bandwith de la mejor forma posible o echar mano de explicaciones high level de key points estratégicos no es mi pasión. No creo que sea la de nadie. Sin embargo, ahora me resulta familiar, reconfortante. La moqueta que lleva sin cambiarse desde la inauguración del edificio. Los baños en los que de vez en cuando me cruzo con alguien que no se lava las manos antes de salir. Las tazas de losa con el logo de la multinacional en la que trabajo.

Las cintas que el noventa y nueve por ciento de los trabajadores llevamos al cuello para identificarnos como empleados de la empresa. Las conversaciones rápidas de pasillo. El café quemado, la calefacción a veces demasiado alta -otras demasiado baja-, los ruidos que hace la impresora cuando se pone en marcha y el sonido de la notificación de un nuevo correo que pasa a formar parte de la lista de correos electrónicos sin leer que se acumulan en mi bandeja de entrada de Outlook. Town halls, brainstormings, deep dive sessions, open door sessions, leadership councils, Sharepoint, Microsoft lists, en el idioma ajeno todo suena mucho más importante de lo que es en realidad. No operamos a corazón abierto ni transportamos heridos de gravedad, solo tecleamos en nuestros teclados y pasamos ocho horas o más con la mirada clavada en nuestras pantallas. Duermo muy tranquila. Mi zona de confort es una sala de reuniones vacía. Cogito ergo buscaré más formas de generar shareholder value -es decir, más dinero para los dueños del negocio en el que paso más horas que en mi casa- mientras intento seguir sumando días cotizados en mi vida laboral. Un consejo que doy mucho estos días es no dárselas de lobo de Wall Street y no renunciar a un trabajo fijo para emprender con los ahorros de una vida, sobre todo porque los ahorros se terminan demasiado rápido y todos los negocios que se han podido crear a lo largo de la Historia ya se han creado. La suerte es demasiado caprichosa, prefiero tener vacaciones pagadas, plan de pensiones y seguro dental. Si supiera alemán buscaría en el diccionario la sensación que embarga a uno cuando recibe el aviso de la aplicación del banco que informa de que la nómina del mes ha sido ingresada o la sensación de euforia que acompaña al recibimiento de la paga extra. Por ahora lo dejaré en “mi mayor pasión”. Sí, quizá mi mayor pasión sea el dinero.

#2
junio 28, 2025
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1: Hobonichi Techo weeks 2025

Me equivoqué hace unas semanas al cuestionar la manía de establecer a primeros de año una serie de objetivos para la nueva versión de nosotros mismos que queremos construir, la exposición prolongada a cientos y ciento de reels de Instagram me ha hecho ver la luz. Sí, me he impuesto a mí misma un objetivo este año dos mil veinticinco, y para cumplirlo he de dar con la libreta perfecta. Llevo varios días buscando, aún no la encuentro. Ha de ser rectangular, o bien B5 o bien B6, no lo tengo claro todavía, de tapa blanda y no muy gruesa. Visito varias tiendas de papelería, no, no quiero una espiral a la izquierda, preferiría que no estuviese encanutillada. Ni de líneas ni de puntos sino de cuadros, por ahora no me importa el color pero gravito hacia la posibilidad de personalizarla porque sé que terminaré cansándome de ver el mismo bloque de color cada vez que vaya a utilizarla. Borrar mi usuario y mi cuenta de Twitter para siempre fue la prueba inicial que me impuse a mí misma, ¿aguantaría o volvería a reactivarla antes de que pasara el mes de cortesía que se extiende a todos aquellos que intentan una y otra vez dejar la aplicación que les consume? Aguanté, ya no existe el arroba que utilicé durante tantísimos años, y a pesar de preguntarme de vez en cuando cómo les irá a todas las personas con las que mantuve el tipo de amistad ligera que se mantienen en este tipo de redes sociales no he sentido la necesidad -y no creo ya que la vaya a sentir nunca- de volver. Sí echo de menos lo libre que fui allí, lo mucho que escribí para mí. Mientras sigo buscando la libreta perfecta compro sets de rotuladores y lápices de colores pastel, cintas washi para decorar, marcadores para separar las distintas secciones en las que organizaré el contenido que pienso crear, packs de pegatinas para expresarme mediante imágenes aleatorias de hojas de árboles y sellos vintage. Me gustaría volver a los años en los que nadie intentaba venderme nada, echo de menos los blogs.

Me gustaría borrar mi cuenta de Instagram también y abrirme un blog. Me gustaría que no fuera un Substack ni un Medium sino un blog de los de antes, sin contadores de visualizaciones, sin citas y retuites, sin likes, sin comentarios. Echo de menos escribir lo que quiero escribir sin pensar en los caracteres que ocupo o en el lector. Echo de menos que el lector me dé igual. Dentro de un lector habita un lector que en su interior alberga a otro lector y así hasta el infinito, y todos creen haber entendido cuando en realidad no comprendieron nada. Echo de menos no tener plazos que cumplir ni apurar las horas del viernes para no tener que disculparme una vez más por mandar tarde la columna del domingo. Me aconsejaron en el trabajo un cambio de enfoque, dar gracias por la paciencia en vez de disculparme por el retraso y he empezado a emplearlo, he empezado a agradecerle a muchísimas personas su paciencia. Como las papelerías de mi alrededor no me convencen recurro a los catálogos de papelerías en otros países. Debato conmigo misma en el transporte público si me interesa más un diario fechado o sin fechar, con la vista mes a mes o semana a semana, con espacio para garabatear unas notas aquí y allá o sin margen de improvisación. ¿Me compensa pagar más de veinte euros en gastos de envío desde Japón a Españita por un objeto que quizá deteste con todas mis fuerzas una vez abra su envoltorio?

Me compro unos post-its con forma de tostada con un huevo frito a pesar de que sé que no los voy a usar nunca. Son bonitos. Me llama la atención la moda de los cuadernos de viaje que se solapan mediante cintas que sirven para sujetarlos a un forro de piel. Me imagino a mí misma enrollando y desenrollando esas cintas, la idea es usar recambios cada vez que termine de usar un cuaderno y se me antoja cansado, muy poco práctico. Instagram intenta convencerme de que necesito una impresora del tamaño de mi mano para llevarla siempre encima e imprimir todas mis fotografías en formato pegatina. La busco en Amazon y el precio me hace gracia. La libertad del anonimato es la libreta, hace tantos años que no soy solo un arroba. Las únicas palabras que me pertenecen aún son las que no pongo por escrito, si no las tecleo son mías pero cuando las escribo letra a letra se convierten en algo alienígena que intercambio por dinero. La prisión del cuerpo no se compara a la del pensamiento. En un platillo de la balanza la palabra y en el otro platillo el dinero, todo es vendible aunque siempre tengo la sensación de que el precio nunca es justo para mí. La libreta llega en un sobre acolchado y doblado en el que está sellada varias veces la petición amable NO DOBLAR. En el papel nadie puede dejarte un like. 

#1
enero 28, 2025
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