Fue en una integración que parecía fácil.
Unas cuantas rutas REST, una aplicación frontend conectando a un backend, y todo debería funcionar como un reloj.
Pero no.
Cada vez que lanzaba la petición, la API respondía con un glorioso: error 500.
Sin mensaje claro. Sin pistas. Solo caos.
Pasé una hora sospechando de todo: el servidor, el código, mi conexión, incluso el clima.
Hasta que lo vi:
Estaba mandando un campo mal formateado.
Un simple número que debía ir como cadena.
Una tontería… pero suficiente para romperlo todo.
Ese día aprendí algo que ahora enseño siempre:
Una API no es adivina. Si le hablas mal, te responde peor.
Y si tú no validas tus datos, te mereces el error que viene.
Desde entonces valido TODO.
Incluso lo que estoy 99% seguro de que está bien.
👉 Aquí te explico cómo evitar estos errores de principiante (y de experto también):
— Alexander, CEO de Ingeniero Binario