Epifanía
1.
"Evite abusos", decía la carta.
Al día de hoy sigo sin saber a quien iba dirigida,
pero esas palabras salvaron mi vida.
Quité la cuerda del travesaño, bajé de la silla,
y con la seguridad de quien no le teme a nada,
salí de esa casa para no volver nunca.
En mi mano, solo la carta arrugada,
vestigio de una vida pasada
y mi única pertenencia.
Jamás regresé por lo que dejé:
la tetera que silbaba en la estufa,
el petirrojo enjaulado junto a la ventana,
el pan untado de mermelada.
Como quiera, nunca lo sentí mío.
Dejé el cadáver de mi presencia
en las paredes húmedas de la bañera
con el vapor flotando sin dirección.
2.
Han pasado semanas y vuelvo a leerla.
Con sorpresa, veo una segunda línea
en letras borrosas de menor tamaño:
"Gracias por estar con nosotros."
La formal y sobria apreciación
embebida en esas cinco palabras
de un completo extraño
me tira de rodillas en llanto.
La releo un millón de veces,
saboreo su toque genérico,
desgastando el papel,
hasta que me siento
exorcizada de mis demonios,
expiada de mis pecados
y vuelta a nacer.
3.
Han pasado años pero la pregunta permanece,
¿A quién iba dirigida la carta?
¿A la anciana que tarareaba al tender la ropa?
¿El hombre tímido de la refaccionaria?
¿La hija de la pareja de enfrente?
Hay noches donde no duermo
al pensar que le robé tal epifanía
a alguien que la necesitaba más que yo;
otras, donde me arrulla pensar
que el remitente intentó de nuevo,
y que a falta de mi mano en el buzón
llegó a su destino.
La ilusión de que cada uno de nosotros
recibió aquello que más necesitaba
me reconforta.
4.
Es una mañana silenciosa.
Tomo la taza caliente mientras camino al estudio.
Me siento frente a la máquina y pongo la hoja blanca en el rodillo.
Sorbo un poco de té y dejo que el vapor nuble mi vista.
¿Debería modificar el mensaje? pienso por un momento,
para después negar con la cabeza, acercar la silla
y teclear las dos líneas en el centro de la página.
El tiempo ha empañado el recuerdo maldito,
pero la gratitud sigue nítidamente grabada en mi memoria.
Coloco la hoja en la mesa,
y me aseguro, igual que siempre,
de escribir en cursiva una frase adicional
con la solemnidad de quien hace algo sagrado,
"Este mensaje es sin duda, para ti.”
Doblo la carta, la meto al sobre y busco una dirección,
esta semana con la letra D.
Salgo a la calle envuelta hasta la nariz. El sol no ha salido hoy.
Mientras camino al buzón, el canto de un ave rompe el silencio.
El trino está cargado de una melancolía tranquilizadora.
Cierro los ojos y respiro profundamente para abrirlos nuevamente.
Entre la niebla, intento distinguir de dónde proviene,
pero al exhalar, solo veo mi aliento.
Meto la carta en la ranura y doy media vuelta.
Me gustaría pensar que por fin pudo salir de su jaula.