Llevo un rato frente a la pantalla tratando de buscar el momento de publicar la edición semanal del noticiero Python Científico, con mi lista larguísima de enlaces y mi selector de emojis preparado. Pero lo cierto es que estoy bastante turbado por lo que está pasando en Twitter, y no me puedo concentrar.
Hoy no hay nuevas versiones ni proyectos interesantes que he descubierto, porque esta semana ha sido bastante intensa. Puedes dejar de leer aquí: te prometo que el viernes que viene volveré a la carga. Lo que sigue es una breve diatriba con mi opinión personal.
Siempre he tenido una relación de amor-odio con las redes sociales: me han dado muchas cosas positivas, pero también mucho sufrimiento. No fue fácil durante la pandemia estar en constante conexión con malas noticias, no solo en España sino en todas partes del mundo, y acabé cerrando mi cuenta de Twitter, como ya había hecho en otras ocasiones. El año pasado, sin embargo, empecé en este mundo del Advocacy, y me sentí en la obligación de volver, con muchas reservas.
Afortunadamente, conseguí encontrar un equilibrio: instalé una extensión del navegador que ocultaba los trending topics, silenciaba palabras clave sin piedad, dejaba de seguir a gente temporalmente cuando hablaban sobre un tema del que no quería leer, y trataba de tener mucho cuidado de nunca jamás meterme en debates o temas escabrosos. Gracias a eso, conseguí tener un timeline bastante curado, obtenía mucha información interesante, conecté con muchas personas, y mantuve mi salud mental.
Todo eso se rompió el día que Elon Musk anunció la compra de la red social, allá por principios de este año. Aunque ni de lejos me imaginaba el caos que estamos viendo estos días, inmediatamente supe que Twitter nunca volvería a ser lo mismo, y que se nos venían unos meses turbulentos. Y así está siendo: algunos anunciantes se han ido, el servicio está muy inestable (hace 1 semana que estoy esperando a que me llegue el archivo de mis datos), y todas las conversaciones giran en torno a los vaivenes de su nuevo dueño.
Ahora mucha gente está migrando a Mastodon, pero lo cierto es que esta película ya la hemos visto. En 2015 hubo una migración masiva a Quitter (GNU Social), un software parecido, que se truncó porque todas las instancias disponibles colapsaron. Pero mi interés por las redes sociales alternativas viene de mucho más atrás: me hice cuenta en Diaspora nada más se anunció en 2010, aunque nunca llegué a usarla demasiado.
A nivel tecnológico me fascina la posibilidad de tener redes interconectadas que no dependan de una entidad monopolística. Sin embargo, estos esfuerzos no han sido capaces todavía de ofrecer una alternativa real y masiva a las grandes plataformas, en gran parte por esa cultura que permea el mundo del software libre de echar la culpa al usuario, y que al final hace que todo sea feo, inaccesible, y difícil de usar. La migración a Mastodon está siendo más intensa que todas las anteriores, pero ya hay voces avisando de que “no caben” tantas personas en el Fediverso con la infraestructura tecnológica que tenemos hoy.
Entonces, si todos estos problemas ya vienen de antiguo, y el fenómeno de las redes sociales distribuidas tampoco es nuevo, ¿qué tiene de diferente lo que está pasando en Twitter hoy?
Para mí, el momento presente tiene un valor simbólico inmenso: por fin estamos poniendo en cuestión el liderazgo tóxico, hipermasculino, basado en el trolleo constante, el pisoteo a los trabajadores, y el hustle culture (vivir para trabajar). Por fin nos estamos dando cuenta de que un billonario aburrido no va a salvar a la humanidad, ni “rescatando la libertad de expresión” ni llevándonos a Marte. Por fin estamos confrontando la cruda realidad de que el poder infinito corrompe infinitamente. Por fin nos estamos dando cuenta de que el blitzscaling no funciona, que no puedes tener un puñado de moderadores para filtrar el odio y el acoso en una red social usada por millones de personas. Por fin vemos que el mito del genius asshole (“es un cretino integral, pero trabaja muy bien”) no es más que eso, un mito.
No me malinterpretes: voy a echar de menos las partes buenas de Twitter. Poder conectar con cualquier persona del mundo. Aprender sobre temas que no sabía ni que existían. Difundir historias pequeñas pero importantes, que de otra forma pasarían desapercibidas.
Pero creo que ha llegado el momento de exigir más a los gigantes tecnológicos que dominan nuestras vidas. Quiero empresas que pongan a las personas en el centro. Quiero que nuestras brújulas sean la amabilidad y la empatía. Quiero rendición de cuentas: poder decir a quienes están por encima “te has equivocado”, y que haya consecuencias. Quiero que las decisiones importantes las tomen humanos, no algoritmos sin cara. Quiero automatizar lo automatizable, sin vivir en el engaño de que todo es un problema tecnológico. Quiero vivir en un mundo basado en relaciones de confianza, no en cadenas de bloques diseñadas para no tener que confiar en nada ni nadie. Quiero una economía compatible con los límites planetarios y con la vida.
Si quieres lo mismo que yo, únete a una instancia del Fediverso que valore el respeto mutuo. Cooperativízate. Consume responsablemente. Firma el Manifiesto por la Economía Solidaria.
“Sé valiente, defiende a los demás. Y si no puedes ser valiente – porque muchas veces es difícil ser valiente – sé amable.”
Sarah Kendzior
La semana que viene vuelve el noticiero, lo prometo. Y si quieres leer más contenido así (en otro lado, no aquí), házmelo saber.
Gracias por leer.