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Si la llegada de 2024 os ha pillado un poco a contrapié y con los deberes —es decir, los propósitos y los retos extraños— sin preparar, en esta primera entrega del año me dispongo a daros una idea. Pero no os emocionéis, porque sospecho que a la mayoría os parecerá poco atractiva (ni siquiera yo tengo claro si quiero hacerlo o no). Olvidad esto que acabáis de leer. Lo entenderéis todo al final.
La historia de hoy quiero empezarla con un recorte de prensa de 1931. En aquella época, la periodista estadouniense Louise Morgan tenía una sección fija en la revista Everyman que se llamaba How Writers Work ('Cómo trabajan los escritores'), en la que entrevistaba a escritores y escritoras en sus estudios y espacios de trabajo. Morgan visitó a gente como Aldous Huxley, Vita Sackville-West o W. B. Yeats. Pero esto hoy no va de ella —también digna de aparecer aquí—, sino de una de sus entrevistadas.
El artículo de su entrevista empezaba así: «La prosa inglesa de este siglo tiene dos innovadores: James Joyce y Dorothy M. Richardson. Pase lo que pase con el resto de los escritores actuales, estos dos sobrevivirán porque no solo han hecho algo nuevo con la lengua inglesa, sino que han abierto áreas de descubrimiento completamente nuevas para la mente humana». Imagino que él os sonará; imagino también que de Dorothy no habíais oído hablar nunca. En realidad, incluso en ese momento y pese al entusiasmo de Louise Morgan, la propia Dorothy M. Richardson le confiesa a la periodista en ese mismo párrafo de introducción que ha sido «completamente olvidada».
Quince años antes, sin embargo, o incluso diez, era uno de los nombres más interesantes de la literatura inglesa y no inglesa, se hablaba de ella en textos en los que también se hablaba Marcel Proust o de Henry James o de Virginia Woolf. Esta es la historia de Dorothy M. Richardson y de cómo su nombre no pasó al siguiente nivel en el videojuego de la literatura.
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Nacida a las orillas del Támesis en 1873, Dorothy tuvo una infancia bastante privilegiada, aunque construida sobre una base tremendamente inestable. Su padre había hecho dinero vendiendo la tienda que había heredado e invirtiendo en bolsa, un juego que durante unos años no le salió del todo mal. Durante ese tiempo, y convencido de que el mundo sería igualmente amable con un hijo de comerciante venido a más que con un aristócrata, vivió como si fuese de esa clase que no necesita trabajar, dedicado al ocio y a las inversiones. Pero poco a poco el patrimonio y las ganancias se fueron reduciendo (algo que en la época, por otra parte, le pasó también a mucha gente que tenía títulos y tierras, pero cada vez menos dinero). Dorothy, que había podido ir a un cole progresista en el que le habían enseñado idiomas y literatura cosas modernas como psicología, tuvo que ponerse a trabajar a los 17 años. Se fue a Alemania a dar clases de inglés en un internado. Es una época que está clarísima en mi cabeza, pero no sé bien qué es realidad y qué es ficción.
Una peregrinación vital en 13 volúmenes
Os puedo contar que era una persona algo asocial y muy nerviosa, siempre con miedo a que su jefa descubriese que en realidad era una profesora horrible. O que otra de sus ansiedades era tenerles que dar clase a chicas casi de su edad y ¿cómo hacer que la respetasen? Seguro que se reían de ella a sus espaldas. Seguro que comentaban su ropa —tengo todos los detalles sobre la ropa— y su peinado. A veces se sentía más cercana a las niñas alemanas que a las inglesas (también había alumnas inglesas). Y ¿cómo dar clase si no hay un horario? Qué bien tocan el piano las alemanas. Qué pobre es su educación, con el único objetivo de que sean buenas esposas. ¿Fue rara mi educación? Qué extraño estar aquí y no en casa, donde mis hermanas seguirán con su vida de siempre pero sin mí.
Ese es un poco el argumento de Tejados puntiagudos, la primera novela (¿es una novela?; es un capítulo) de Dorothy M. Richardson, publicada en 1915. La protagonista es Miriam Henderson, que, en realidad, es la propia Dorothy. En el libro pasa mucho y no pasa nada. Una adolescente inglesa en Alemania. Todo contado desde su propia perspectiva (pero en tercera persona). Solo sabemos lo que Miriam ve y piensa y oye y siente. El punto de más tensión dramática, para mí, es cuando va una señora a lavarles el pelo, a lo que dedica dos capítulos. La crítica literaria May Sinclair dijo en 1918 que lo que Richardson había escrito era stream of consciousness, y fue la primera vez que se utilizó esa etiqueta, la del flujo de consciencia, en literatura. (A Dorothy le horrorizaba).
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Lo único que hay traducido al castellano. Es una edición de 1982.
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La vuelta a Inglaterra, tras esos meses alemanes, la tengo menos clara porque aún no he leído el siguiente libro. Pero esto es lo que dicen las biografías que hay por la red: fue institutriz en algunas casas de gente bien en Londres, también fue profesora y durante muchos años trabajó como secretaria de un dentista. Mientras tanto, su padre se arruinó definitivamente en 1893 y su madre se suicidó en 1895. Empezó también a escribir para ir complementando sus ingresos con artículos periodísticos. Muchos de ellos, como buena freelance que aprovecha los conocimientos extraños que le ha ido dando la vida, fueron para una revista profesional de dentistas.
En esa época, finales del XIX y principios del XX, vivía en el barrio de Bloomsbury, en Londres, y se codeaba con intelectuales y radicales (el salseo: fue amante de H. G. Wells y, sí, lo cuenta en un libro; también de alguna mujer, pero no famosa). Fue ya en el XX cuando empezó a dedicarse a la literatura, primero con relatos que iba publicando en revistas y, a partir de 1914, con su gran obra, Pilgrimage (‘Peregrinación’), que fue escribiendo durante toda su vida. Tejados puntiagudos, el libro del que hablé antes en el que cuenta sus meses en Alemania, es el primer capítulo. A lo largo de los años, escribió doce más (el último no se descubrió hasta después de su muerte). Todos con Miriam Henderson como protagonista, todo desde su cabeza (más o menos), todo sospechosamente similar a lo que fue su propia vida. Y nos queda muchísimo por saber: Dorothy fue escribiendo ese último volumen, March Midnight, con mucha dificultad entre 1939 y 1957, cuando murió. Al final del libro, Miriam Henderson está aún en 1912.
El olvido
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Una edición de los setenta todo Pilgrimage en cuatro tomos.
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La primera vez que me encontré con el nombre de Dorothy M. Richardson fue hace unos meses en algún lugar profundo del Virgituíter (esto es un nombre que me acabo de inventar para la burbuja tuitera de fans de Virginia Woolf). Me fui a Google rápidamente y descubrí lo de la novela en trece librocapítulos escrita a lo largo de cuarenta años y di por hecho que alguien ya la habría recuperado por aquí. Solo hay una traducción del primer tomo, Tejados puntiagudos, publicada en Fundamentos en 1982 (la traductora fue Montserrat Millán). Os podéis imaginar lo descatalogado que está eso. En inglés la cosa no está mucho mejor. En los setenta, dos editoriales que publicaron la colección completa, una inglesa (Virago Press) y otra estadounidense (Popular Library). En los últimos años parece que hay interés desde el mundo académico, y se están preparando nuevas ediciones de las novelas y de las cartas. Pero más allá del nicho fan —muy activo—, de momento todo es silencio.
La pregunta es la de siempre: ¿por qué? La respuesta en este caso parece bastante clara: Dorothy M. Richardson fue siempre bastante pobre. Si ya en los años treinta, como ella bien sabía, había sido olvidada, se debía principalmente, además de a lo extraño de su propuesta, al tiempo que pasaba entre la publicación de un volumen y otro. Toda la emoción que hubo con la publicación de sus primeros libros fue decayendo. Además, ella dejó de estar en el centro del mundillo porque tampoco le interesaba demasiado.
Su matrimonio es también una razón importante. En 1917 se casó con Alan Odle, un ilustrador enfermizo y extravagante. Era alcohólico y tuberculoso y 15 años más joven que Dorothy, además de un tipo que no se cortaba nunca el pelo ni, parece ser, las uñas. Si yo he visto la foto, vosotras también:
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Esa extraña diadema en su frente es en realidad su pelo enrollado alrededor de la cabeza.
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Pese a lo que nos puedan decir los prejuicios, todo parece indicar que estaban muy enamorados y que fue un matrimonio muy feliz. Sin embargo, Dorothy se convirtió no solo en cuidadora de un marido permanentemente enfermo, sino también en la responsable principal de todo: de que entrasen ingresos en casa (las ilustraciones de él, que al parecer ahora están muy cotizadas, no daban para mucho, así que ella tuvo que hacer mucho periodismo y traducciones) y de que esa casa estuviese limpia, de que hubiese comida en la mesa y todas esas tareas. Su serie de libros, como os imaginaréis, no era lo más comercial del mundo y siempre supuso pérdidas. La prioridad, por lo tanto, tenía que ser otra. En la entrevista que le hizo Louise Morgan en 1931 queda muy claro que es ella quien llevaba toda la carga doméstica y económica (y es maravilloso que en un texto de ese año sobre una escritora se destaque que «es ella quien hace todas las tareas del hogar» como algo que es necesario visibilizar).
La entrevista nos abre una ventana fantástica a lo que era su vida en ese momento, cuando llevaba «solo» nueve libros de Pilgrimage publicados. Vivían la mayor parte del año en Cornwall —con esto Dorothy salió de los circuitos literarios londinenses—, y en verano se iban a un apartamentucho en Londres. En ambos lugares, es ella quien hace las tareas domésticas y cocina. Cuenta, en un pasaje precioso que no me atrevo a traducir, cómo a los dos les encanta Londres y, cuando llegan en verano, pasan los primeros días paseando y subiéndose a autobuses, sin decirles aún a sus amigos que ya han llegado. ¿Cómo es su vida en Cornwall?, le pregunta Morgan. Él trabaja por la mañana en sus encargos, si los tiene, y ella organizando cosas varias de la casa. Por la tarde, la habitación en la que trabajan se convierte en la del té y llega «el gran festival del día». «Acercamos las sillas al fuego. Tenemos el periódico de Londres y leemos desde los nacimientos hasta el último anuncio. Le dedicamos un buen rato al té, entre hora y media y dos horas. (...). Y hablamos. Podemos salirnos del espacio y del tiempo, y si no nos pusiéramos un tope no pararíamos nunca. Pero el shock de descubrir que son las 5 de la mañana no puede ser demasiado frecuente. Te trastoca todo el día», dice Dorothy.
¿Y cuándo escribe? Después del té. A veces más tiempo, a veces menos. Después de cenar juegan a las damas. Suelen acabar en empate.
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La feliz pareja. Él murió en 1948.
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Cuando murió, en 1957, a los 84 años, estaba olvidadísima, pero no lo suficiente como para que nadie se hiciese eco de su muerte. Tuvo obituario en el New York Times, por ejemplo. Pero su obra era oscura y rara, un montón de libros sin argumento siguiendo a una joven soltera de clase trabajadora por el Londres de principios del siglo XX. Claro que es justo eso lo que la hace fascinante.
¿El reto que medio os proponía al principio? Yo quiero leer todo Pilgrimage este año, un libro al mes (parto con ventaja porque leí el primero en diciembre). Si leéis alegremente en inglés cosas raras de esos años y os apetece uniros, aquí han recopilado donde conseguir los libros en físico (difícil) y en electrónico (mejor).
- Esa web, Reading Pilgrimage, es un tesoro lleno de información, entrevistas (ahí está la de Louise Morgan que usé tanto en este texto) y detalles tanto de la autora como de cada uno de los libros. Es obra de Brad Bigelow, responsable del fantástico proyecto Neglected Books. Saqué casi todo de aquí.
- Esta otra también está a tope de recursos, bibliografía, enlaces y hasta una Dorothy Richardson Society que publica un boletín con artículos académicos sobre la autora. Detrás está Scott McCracken, profesor de literatura del siglo XX en la Queen Mary University de Londres. De aquí saqué el resto.
- A ambos los entrevistan en este episodio del pódcast The Lost Ladies of Lit, en el que comentan el décimo volumen de Pilgrimage (en el que está lo de H. G. Wells).
- Hay también una novela, The Lodger, de Louisa Treger, sobre Dorothy Richardson (no la he leído).
El botiquín 💊
Las píldoras culturales que me han mantenido a flote en las últimas semanas. Hace tanto que no hago esto que no sé bien qué elegir, pero allá va:
🎶 En diciembre suelo hacer una especie de calendario de adviento con las canciones que más me han gustado del año, sin repetir artista. Es siempre lo que más escucho en enero. Está aquí. Para trabajar y escribir he escuchado bastantes listas de reproducción con la música de la serie Endeavour. Es música clásica y óperas, muy adecuado también para hacer crucigramas.
📺 Sí, estoy enganchada a Endeavour. Nueve temporadas con episodios de 90 minutos sobre el detective de la policía (ahora ya es sargento, voy por la sexta) Endeavour Morse. En Oxford en los sesenta. Es la precuela de otra serie, Inspector Morse, que se emitió en los noventa en el Reino Unido y cuyos episodios duran dos horas. La primera está en Filmin; de la original, que no he visto, hay un par de temporadas en Prime.
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Antes de eso, anduve bastante sumergida en otras series de época bastante peores pero que me hicieron muy feliz: Las bucaneras en Apple+, basada en la novela (inacabada) de Edith Wharton, la última temporada de La edad dorada (HBO) y la última temporada de Sanditon (Filmin), basada en la novela que no acabó Jane Austen. Todas son terribles en muchos aspectos y adictivas y fantásticas en otros. Droga de época de la buena.
📖 Ver Las bucaneras me llevó a querer leer la novela (la de verdad, no la que acabó una señora en los noventa), que disfruté mucho, pero no tanto como releer La casa de la alegría a continuación. Aunque mi proyecto lector del año es Pilgrimage, de momento en 2024 solo he leído a Edith. Y tengo las obras completas en mi Kindle. Por otra parte, en noviembre me sumergí en Noche y día, la segunda novela de Virginia Woolf, que, aunque tiene mala fama y a ella misma no le gustaba demasiado, a mí me encantó: es Virginia jugando a ser Jane Austen. A Jane la tenía muy presente porque [alerta spam] me pasé parte de 2022 y 2023 anotando Emma con mis amigas Raquel C. Pico y María Ramos Domínguez. El resultado lo editó en septiembre Sushi Books, en gallego y en castellano, y no hace más que darnos alegrías. Que no os confunda el subtítulo de especialmente anotada y prologada para el público juvenil: si quieres frikear sobre la Regencia, es para ti (¡o para regalar!) [fin alerta spam].
Y nada más. No sé si me habíais echado de menos. A mí me ha gustado mucho volver por aquí. Espero no volver a tardar tanto.
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Y el típico final: si te ha gustado, reenvía, comparte. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres contarme si te unes a leer Pilgrimage, qué contaría tu novela autobiográfica en stream of consciousness o que conoces a un señor que no se corta las uñas pero con el que puedes hablar durante horas y jugar a las damas, contesta a este email o dime algo en X o Instagram o BlueSky. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
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