Quería volver desde hace tiempo, pero no sabía bien cómo. En un espacio como este, en el que lo personal suele salpicarlo todo, no podía retomar el ritmo sin al menos mencionar el elefante que se ha metido en la habitación (¿existe esta expresión en castellano?). O sí podía, pero no quería escribir con las posturas raras que me iba a obligar a adoptar. El elefante es que en julio murió papá. Así que hoy esto va sobre el duelo.
Dispuesta a lanzarme de cabeza y hacer las cosas bien, una de las primeras noches cogí H de halcón, de Helen Macdonald, de la estantería y resbalé por sus primeras páginas. No lo releí, pero sí caí en una descripción del duelo que hace en ese principio. Dice que es algo difícil de explicar. Dice que es como si estuvieses en una habitación con tus seres queridos y de pronto llegase una persona que os da un puñetazo en el estómago a cada uno. Así que ahí os quedáis, acompañados pero solos en un dolor que tiene el mismo origen para todos pero que cada uno siente de un modo distinto. No tengo el libro aquí, así que no os puedo dar la cita exacta.
Otra de las primeras cosas en que las pensé fue en lo que las psicólogas especialistas en duelo a las que había entrevistado para un par de reportajes del pasado me habían dicho: cada duelo es único. Yo quiero añadir: el duelo es raro. Pero a lo mejor, porque es único, es solo el mío.
Al principio —y creo que también a veces ahora—, sentía una especie de ping-pong en la cabeza. La pelota pasaba de la tranquilidad a recordarme la nueva realidad a contestarme «pero qué dices, loca» a responderme de nuevo que no, que de verdad es cierto. Me preocupaba no estar haciéndolo bien y lo hablaba continuamente, buscaba en Google cómo hacer el duelo (sí), me preguntaba cómo podía estar tan bien, pero me olvidaba de que ese mismo día se me habían llenado los ojos de lágrimas cuando alguien me había pitado por tardar dos microsegundos en arrancar en un semáforo. Es posible que hubiese estado aprovechando la parada para preguntarme si esa persona que va por la calle, si el conductor que me va a pitar, si esa chica que cruza el paso de cebra, si ellos también han pasado ya por esto.
Me inventé una metáfora que me tranquilizó: estoy haciendo un nuevo mapa en el que las leyes físicas han cambiado. Lo que siempre había sido existe es ahora existió. Como si un día, sin avisar, el vaso que empuja Ziggy con su patita no se cayese al suelo al llegar al borde de la mesa. La tarea de trazar el nuevo mapa es lenta. Me pregunto si no será también infinita. Me pregunto si no quiero que lo sea.
Sin que me lo dijese Google, hice pequeños homenajes espontáneos sin darme cuenta. Leí el libro que había quedado en su estante de pendientes. Recorrí todos los lomos de la casa para hacer la estantería de libros sobre libros que tenía pensado montar. Hice huecos, reorganicé espacios. Mover libros es una forma entre bonita y desesperante de redibujar el mundo que ha dejado un librero.
Me miro con curiosidad y me pregunto si mis amigos también la sienten. Me trato con cuidado y cariño y noto que me tratan también así. Percibo en otros el miedo que sentí también yo en las ocasiones en las que eran otras personas las que pasaban por esto. ¿Qué se dice? ¿Qué me digo? Lo busco en Google: no digas nunca «si necesitas algo, dime». Me lo han dicho, lo he dicho y sé que lo volveré a decir, pero entiendo el error. ¿Y si no soy capaz de verbalizar lo que necesito? Pienso en algo que no sé dónde leí o escuché. Era alguien que recordaba que lo que más había agradecido cuando había muerto su madre habían sido las llamadas. «Siempre pensamos lo de “no quiero molestar” o “no estarás para nada”. Pero si no quiero contestar el teléfono, no lo haré. Tú llama. A lo mejor respondo. Y hablarlo ayuda». (Esto no es una queja ni una indirecta de mal gusto a nadie. Es solo una reflexión sobre cómo en esa distancia de respeto a veces hacemos que entre frío por todas partes).
Creo que estoy bien, pero también sé que cuando dentro de unos años recuerde el ping-pong de esta época tendré clarísimo que no lo estaba.
Esta cita de H de halcón sí la encontré (traducción de Joan Eloi Roca para Ático de los libros):
Había algo más allí, algo junto a mí que no podía ni ver ni tocar, una cosa a una fracción de milímetro de mi piel, algo que estaba inmensamente mal y hacía que la distancia que me separaba de los familiares objetos de mi casa fuera infinita. Lo ignoré. Estoy bien, me dije a mí misma. Estoy perfectamente. Y caminaba y trabajaba y limpiaba y hacía té y limpiaba la casa y cocinaba y comía y escribía. Pero por la noche, cuando la lluvia marcaba puntos de luz anaranjada contra los cristales, soñaba con el azor deslizándose entre el aire húmedo a otro lugar. Y quería seguirlo.
Yo no estoy persiguiendo azores. Pero solo puedo pensar en mover libros.
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Escuché Monument muchas veces. Aún no he releído Hamlet.
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