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abril 9, 2023

OZ #34 💌 Guardiana de libros, terror de coleccionistas

La bibliotecaria más improbable de la historia.

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Creo que he tardado tanto por una combinación de fascinación por la historia de hoy y estupor primaveral, por querer en realidad dedicarme solo a investigar y, a la vez, limitarme a ver cómo florecen las cosas. Pero ya estoy aquí. Empecemos.

«Sabe más de libros antiguos que cualquier otro americano. Lleva el pelo largo y no usa gafas, viaja a Europa en misiones secretas y es el terror de los agentes de los coleccionistas europeos», decía de nuestra protagonista el Chicago Tribune en 1912. 

Unos meses antes, la subasta en Nueva York de una colección de libros que contenía algunas joyas como una de las primeras ediciones impresas de Le Morte d’Arthur, de Thomas Malory, había empezado a llenar titulares cuando el agente de un nuevo coleccionista había aparecido ofreciendo cantidades de dinero imbatibles. Muchos de los pujantes —entre los que había gente del British Museum, por ejemplo— se habían retirado y parecía que este nuevo coleccionista privado se lo iba a llevar todo. Pero la joya de la corona, esa edición del siglo XV de La muerte de Arturo, no se la llevó. Una joven bibliotecaria pujó y pujó hasta que ganó. Fueron 42.800 dólares por el libro (muchísimo). Todo el mundo aplaudió en la sala cuando la venta se cerró a su favor.

Todos en aquella sala sabían quién era ella: Belle da Costa Greene, la bibliotecaria de JP Morgan (sí, el del banco). Su jefe le había dicho que tenía hasta 100.000 dólares para participar en la subasta. Ella supo cuál era el elemento más valioso y lo consiguió para la biblioteca que Morgan llevaba años cultivando. El aplauso no fue porque el libro se lo llevase un señor rico en vez de otro, sino porque todos allí sabían que ella conocía el negocio, era experta en libros antiguos y sabía lo importante que era su conservación. De hecho, había subastas en las que no participaban (ella y JP) porque sabían que lo que se vendía era demasiado importante y debía estar en un museo. Ninguna institución pública podría nunca competir con la fortuna de uno de los hombres más ricos del país.
 
Una de las coberturas mediáticas de la subasta, en el suplemento de The World Magazine, mayo de 1911.
Los medios de comunicación estaban algo más sorprendidos: ¿esta es Belle da Costa Greene? Posiblemente hubiesen oído hablar de ella, ya que llevaba seis años trabajando en la biblioteca Morgan y su nombre era cada vez más frecuente en el mercado de libros y arte antiguos, pero no se la habían imaginado así. Tan joven (¡una veinteañera!), con esa belleza que muchos definían como algo exótica, vestida con estilo y a la moda y no como los estereotipos pintaban a las bibliotecarias. Y alguien que, en una sala rodeada de señores que ofrecían dinero por libros antiguos, se movía en el juego de las subastas como si lo hubiese inventado ella.

Los periodistas sorprendidos —habían ido a cubrir lo de que todo se estuviese vendiendo mucho más caro, no esperaban esto— podrían haberle preguntado a cualquiera de los presentes. «Ah, sí, la señorita Greene. ¡Lleva ya años en la biblioteca con Morgan! ¿De dónde salió? Creo que antes estuvo trabajando en la biblioteca de Princeton… Oh, no, pero es de verdad una experta. Yo no sé cómo sabe tanto, ¡pero es increíble! De incunables y de manuscritos, sobre todo los iluminados… Nadie sabe más que ella. También de arte, sí. Morgan ha tenido mucha suerte, no le van a colar nunca una falsificación». El periodista lo anotaría todo feliz por esa historia con la que no contaba. 

La historia había empezado así: Junius Morgan, sobrino de JP, había trabajado una época en la biblioteca de Princeton. Allí coincidió con Belle, que también estaba allí como bibliotecaria. Hablando con ella, descubrió su pasión por los libros antiguos. Se acordó del otro friki de los incunables en su vida, su tío. En 1905, Belle, que dijo andar por los 22 años, tuvo su primera reunión con JP, que tenía 68. El flechazo platónico fue instantáneo. Belle empezó a trabajar en la entonces muy incipiente Morgan Library, primero organizando y catalogando todo su contenido (un sueño para ella) y luego ya ampliándola.

Esa ampliación consistía en estar atenta a descubrimientos, catálogos de coleccionistas y cualquier atisbo de tesoro bibliográfico que apareciese en cualquier lugar del mundo (casi siempre Europa). Como asistente de JP, ella empezó a ocuparse de la correspondencia con vendedores interesados (o susceptibles de ser convencidos) y las negociaciones. Los que eran conscientes de que aquella persona con la que se escribían era una mujer esperaban poder influir en ella y manipularla para poder conseguir vender algo por mucho dinero a JP. Por supuesto, enseguida se dieron cuenta de que no iba a ser así. Alguno incluso le escribió directamente a JP quejándose; JP contestaba que lo que decía Belle era final.
Belle Greene estilosísima en 1911.
Los rumores no tardaron en aparecer. ¿Quién era ella? ¿Una amante de JP? Teniendo en cuenta que él, que estaba casado, opinaba que la clave del matrimonio era la discreción y no la fidelidad, podría ser. También había quien creía que era una hija ilegítima. Como si no fuese suficiente comprobar en cada carta y negociación lo mucho que sabía (se leía toda publicación académica sobre bibliotecas, coleccionismo y libros antiguos, sabía francés, italiano y estaba empezando con el alemán), como si fuese necesario buscar una razón extra.

No era ni su amante ni su hija. Eran una especie de almas gemelas en una situación de desigualdad algo problemática: podían pasarse horas hablando de libros o leyéndose el uno al otro o simplemente en silencio. Pero él era un señor muy rico y su empleador y ella alguien joven que muchas veces hubiese preferido estar haciendo otra cosa.

Volvamos a la carrera de Belle. Tenía un buen sueldo que fue aumentando. Enseguida fue a Europa a hacer negocios en persona (y consiguió una gran victoria al evitar que unos Caxton —libros de uno de los primeros impresores, la edición de La muerte de Arturo era uno de estos— saliesen a subasta comprándolos la noche anterior). Conoció a expertos que enseguida comprobaban que ella de verdad sabía de todo esto. Siempre se le abrían las puertas porque se sabía que iba con el dinero de JP. Colaba grandes tesoros saltándose las aduanas, para regocijo de su jefe. Pronto pudo comprarse dos apartamentos en un barrio bueno de Nueva York, que compartía con su madre y hermanas, a quienes mantenía. Su tren de vida también aumentó.
 

Navegando la alta sociedad

Aunque Belle quemó todos sus papeles personales antes de morir (en 1950), se sabe de ella a través de la documentación de la biblioteca y de las cartas que envió. En concreto, de su vida entre 1909 y 1913 se sabe muchísimo porque escribía cartas casi diarias al que fue ese tiempo su amante, el historiador del arte especialista en el Renacimiento Bernard Berenson. Él no quemó nada.

Se conocieron en 1909, cuando él y su mujer, la también historiadora del arte Mary Berenson, fueron a Nueva York. En ese mes no pasó nada físico, pero ya se trataban como enamorados. Cuando no estaban cerca (porque los Berenson viajaron por EEUU) o ya cuando volvieron a Europa (vivían en Florencia) empezaron las cartas. Mary y Bernard tenían un matrimonio abierto, algo que habían empezado unos años antes a instancias de ella. Le gustaba mucho Belle para su marido, aunque le gustaba menos ver cómo él, tendente a la depresión, se ponía de enfermo cuando las cartas tardaban en llegar.
Bernard y Mary Berenson en 1901.
En esas cartas de esa relación a distancia, Belle contaba su vida. Su trabajo en la biblioteca y sus negocios con coleccionistas, pero también lo que hacía al salir. Al entrar a trabajar con JP Morgan empezó a moverse en sus círculos: la gente rica de Nueva York, esa que iba a la ópera (JP tenía su palco y Belle siempre lo aprovechaba) y organizaba galas benéficas. Iba a fiestas y siempre tenía a pretendientes con los que flirteaba muy feliz. Era también amiga de bailarinas y actrices. Trabajaba mucho y salía mucho; odiaba a los millonarios, pero eran sus amigos. 

Su plan era volver a Europa para ver a Bernard y por fin entregarse también a la pasión física, pero Belle no era realmente rica ni realmente libre. Cuando todos los veranos la jet set de Nueva York huía al viejo continente, ella se quedaba en la tórrida Nueva York trabajando. Dependía de que JP le diese tiempo libre o una nueva misión europea. No lo hizo hasta 1911. En ese segundo viaje, fue enseguida a Italia a reunirse con Bernard. Viajaron por pueblecitos en los que esperaban no encontrarse a nadie (iban los dos solos sin carabina) y esperaban constantemente a que Mary se les uniera para poder viajar más tranquilos sin rumores si se encontraban a alguien conocido. Belle abandonó Italia algo «enferma» y fue a Londres, donde se curó. Posiblemente esa estancia en Londres fuese para abortar (ya entonces se iba a Londres a abortar). Intentó reunirse de nuevo con Bernard, pero una huelga de maquinistas en Francia (¡otro clásico!) se lo impidió.

A JP quizá le llegasen rumores, porque no volvió a dejar que Belle fuese a Europa (era muy celoso). Cuando murió, en 1913, comenzó una uneva etapa. Le dejó en el testamento 50.000 dólares (según internet, eso es como un millón y medio actuales; ahora sí le había arreglado la vida) y la biblioteca pasó a Jack Morgan, hijo de JP. Se hicieron amigos rápido, aunque él empezó queriendo vender parte del inventario («porque, según parece, necesitamos el dinero», comentó Belle en una carta con cierto sarcasmo). Los primeros meses tras la muerte de JP, Belle mezcló el duelo con algo de síndrome de la impostora (¿y si toda esta gente tan interesante solo me quería por mi cercanía con JP?), pero la realidad le mostró lo contrario: empezaron a lloverle ofertas de trabajo. Todos querían a una experta así a su lado.

Faltan casi cuarenta años hasta que muera y, aunque no se sabe tanto porque las cartas fueron espaciándose cuando el affaire perdió fuelle, sí se sabe bastante. Me vais a permitir —o quizá agradecer— que solo diga pequeños titulares, porque esto está siendo muy largo y todavía falta otra parte importantísima de su vida. La biblioteca se convirtió en una institución pública, algo que tanto Belle como JP siempre habían tenido en el horizonte, en 1924. Belle fue la primera directora, puesto que mantuvo hasta su jubilación en 1948. En esas décadas, continuó ampliando el catálogo y contribuyendo a los mundos de la biblioteconomía y el arte. Fue quien detectó (y dio nombre) al «falsificador español».

Cambió de opinión muchas veces y estaba llena de contradicciones, porque crecer y vivir es casi siempre eso: fue antisufragista y sufragista, le incomodaba el feminismo pero defendía que las mujeres supieran sobre higiene femenina y sexual, promovió que la biblioteca contratase a mujeres porque eran más baratas pero también hizo campaña por que se les pagase más. 

En ninguno de esos artículos que se escribieron sobre ella cuando era una jovencita (ni después) se hacía referencia a que tuviese que casarse y tener hijos. Ninguno de los textos dudaba de sus conocimientos. Nadie que la conociese lo hizo nunca.
 

La otra parte


En los años noventa del siglo XX, mientras preparaba una biografía sobre JP Morgan, la escritora Jean Strouse intentó averiguar más sobre Belle da Costa Greene, de cuyo pasado no se sabía nada. Encontró su certificado de nacimiento y se llevó una sorpresa: estaba marcada la casilla de colored y no la de white. Es decir, Belle era —a efectos del censo y las leyes— negra. Pero vivió como si no lo fuese.

La historia de su familia daría para otra carta (igual que Mary Berenson, por cierto), pero como ya os tengo aquí atrapadas, os la cuento ya. Su padre era Richard T. Greener, un señor que se hizo famoso por ser la primera persona negra graduada en Harvard en 1870, el primer profesor negro de la Universidad de Carolina del Sur, el primer afroamericano aceptado en la American Philological Association. Y así toda una serie de hitos que culminaron en 1898, cuando lo enviaron de cónsul a Siberia y se convirtió en el primer diplomático negro en un país blanco. Además, era también conocido por su activismo por los derechos civiles.
La madre de Belle era Genevieve Fleet. Venía de una familia acomodada perteneciente a la élite afroamericana de Washington. Sus padres, los abuelos de Belle, eran profesores de música, una pasión que transmitieron a sus hijos no solo en forma de enseñanza: los hermanos de Genevieve se llamaban Mozart, Bellini y Mendelssohn. Genevieve y Richard se casaron en 1874 y tuvieron seis hijos. Todo el activismo y trabajo de Richard significaba que viajaba mucho y era básicamente un padre ausente. Esto y ciertos rumores que empezaron a circular hicieron que el matrimonio se rompiese.

Tanto Richard como Genevieve tenían la piel muy clara, algo bastante común si se piensa en esos árboles genealógicos en los que siempre hay esclavistas blancos y esclavas negras. Esos niños y niñas producto de violaciones nacían siendo esclavos igualmente. Repítelo durante varias generaciones y el resultado son muchísimas personas en teoría negras —según la regla de una gota, vigente desde 1863 en los tribunales del sur, bastaba una única gota de «sangre negra» para ser considerado negro—, pero que no lo parecían. Es decir, podían pasar por blancas, un fenómeno que se conocía como passing. Antes de la guerra, muchas personas lo hacían para escapar del esclavismo. A finales del XIX y principios de XX, se hacía para obtener más derechos y oportunidades: poder estudiar, acceder a un trabajo, etc.

Cuando los Greener se mudaron a Nueva York, Genevieve insistió en vivir en un barrio blanco. Richard casi no pasaba por casa y los rumores empezaron a llegar: se decía que su mujer e hijos habían «cruzado la línea del color». A Richard, dentro de todo su activismo, no le venía nada bien que su mujer hiciese esto y posiblemente esa tensión contribuyese a acabar con el matrimonio. En 1895 ya estaban separados del todo. Los rumores eran, en todo caso, ciertos: el censo de 1900 muestra que en esa casa de Nueva York vive Genevieve Greene (sin la erre final) con sus hijos y una criada. Menos la criada, todos aparecen como blancos. Los niños son ya todos adultos o adolescentes; fue una decisión tomada en familia, algo con lo que la experiencia seguro que fue mejor: llevar esa vida como blanco solía implicar romper con todo tu pasado, familia y conocidos. Era pasar página e inventarse una historia para poder tener un mejor futuro. Belle pudo hacerlo acompañada de su madre y sus hermanos, a los que mantuvo económicamente casi toda su vida.
Además, tanto Belle como su hermano Russell cambiaron sus segundos nombres por un «da Costa» con el que explicar ese ligero «exotismo» que la gente reconocía en ellos. Belle se inventaba a una abuela portuguesa para explicar que no era rubia y que su tez era algo morena.

Belle da Costa Greene, o Belle Marian Greener, como aparece en su certificado de nacimiento, nunca hubiese podido hacer todo lo que hizo si hubiese vivido marcando otra casilla en el censo. En Princeton, por ejemplo, se enorgullecían de no tener estudiantes negros y fueron la última universidad en admitirlos. Belle nunca hubiese podido trabajar en su biblioteca, donde conoció a Junius Spencer Morgan, que le presentó a JP. Todo su círculo de amistades, su barrio, el nivel de vida que alcanzó, hubiese sido imposible.

¿Nadie nunca lo sospechó? Por supuesto. Se rumoreaba a veces. Bernard Berenson bromeaba —posiblemente sin saber lo cerca que estaba de la verdad— con que Belle era en realidad hija de la criada. Ella misma jugaba y alimentaba esos rumores, quizá como modo de mostrar que no podían ser ciertos. Hacía comentarios bastante racistas que no podemos saber si de verdad creía (sí parece que se consideraba superior a personas de piel más oscura, como si cuanta más «sangre negra» significase que eras inferior, un colorismo muy extendido e interiorizado en la época) o si eran solo una forma de diferenciarse. 

¿Qué se consideraba ella? ¿Qué opinaba del activismo de su padre, cuya actividad vería de vez en cuando en el periódico? ¿Tenía miedo a que se descubriese la verdad? ¿Lo sabía JP Morgan? No podemos saberlo. Sí sabemos que, aunque disfrutaba la atención mediática, no le gustaba demasiado que se publicasen ni su nombre ni su foto (se publicaron bastante). Cualquiera que la hubiese conocido como Belle Marian Greener la hubiese reconocido en aquella Belle da Costa Greene.

Su padre, con quien es muy posible que quedase en 1813 en Chicago en secreto por un tema de una herencia, seguro que seguía esas noticias con interés. Richard había sido también bibliotecario y amante de los manuscritos. Le dolería esa negación de su identidad, pero quizá sintiese cierto orgullo al ver a su hija vivir la vida que a él, que de joven quiso viajar a Europa para estudiar libros antiguos (no lo hizo porque le dieron el puesto a una persona blanca), le había sido negada. A pesar de todo.
  • ¿Estáis aún aquí? ¡Gracias! ¡Saludad! ¡Decidme algo! Yo imagino una serie de varias temporadas o una saga de libros que empiecen con los Greener y los Fleet y lleguen hasta Belle. Con ciertos desvíos. Por ejemplo, un par de episodios centrados en los Berenson, en la amistad de Bernard con Edith Wharton (sí) o en cómo una de las hijas de Mary, Ray, se casó con Oliver Strachey, hermano de Lytton y de pronto se convirtieron en gente cercana al círculo de Bloomsbury. Y una hora desde la perspectiva de Mary Berenson, por favor, que era más moderna que todos los bloomsburianos juntos. ¿Nadie le va a presentar el proyecto a Shonda Rhymes?
  • Mis fuentes han sido la biografía An Illuminated Life: Belle da Costa Greene's Journey from Prejudice to Privilege, de Heidi Ardizzone, las páginas dedicadas a Belle en la Morgan Library, noticias en el Time Machine de The New York Times y esta historia en KnowItAll sobre el «falsificador español». También vi Passing (está en Netflix) para meterme un poco en esa Nueva York.
  • Belle pasó toda su vida diciendo que tenía menos años. En realidad, tenía 26 cuando conoció a JP Morgan. Nació en 1879 y no en 1883 como dice su página de Wikipedia en español (en inglés está bien). 
  • ¿Nadie ha hecho ficción sobre Belle Greene? Claro que sí. Hay dos novelas: The Personal Librarian, de Marie Benedict y Victoria Christopher Murray (traducida al castellano por ​​Yara Trevethan Gaxiola para Planeta como La coleccionista) y Belle Greene, de Alexandra Lapierre (el original es en francés y tiene ya traducciones al inglés y al italiano).
  • Cuando le preguntaban a Belle por su título, decía que era bibliotecaria sin más. Sus amigos del British Museum le decían que tenía que presentarse como guardiana de Libros impresos y manuscritos.
 

El botiquín 💊

El disco de boygenius. La serie Fleishman está en apuros (Disney+). La película Ellas hablan. Estar a la sombra y no tener frío.
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