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diciembre 11, 2022

OZ #31 💌 Saltar al vacío 🪂

Iba para modista, pero acabó siendo aeronauta.

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Si algo he aprendido leyendo novelas del siglo XIX es que las ciudades termales eran un lugar fantástico para encontrar el amor. Casi como si siguiera ese guion, Käthe Paulus fue a Wiesbaden cuando tenía 21 años y se cruzó con el apuesto Hermann Lattemann, de 36. Fue amor a primera vista, aunque disimularon y su relación empezó como algo estrictamente profesional: ella se había formado como costurera y modista; él necesitaba a alguien para ayudarle a fabricar y reparar sus globos y paracaídas.

No sabemos si el plan de Jane Austen para Sanditon, su novela inacabada que transcurría en una ciudad balneario, incluía la extraña profesión de aeronauta para alguno de sus personajes, pero seguro que le hubiese encantado esta historia. Con algunos cambios, claro, porque Lattemann sería el villano. No solo no era rico, sino que era ya muy famoso. Un tipo atractivo que se dedicaba a la farándula solo podía llevar a la heroína por el mal camino y, efectivamente, un par de años después habían tenido un hijo sin  haber pasado por el altar. Pero como esto no es una novela, a Käthe no parecía importarle. Tenía algo mucho mejor que un matrimonio: no tardaría en pilotar globos aerostáticos y saltar de ellos.

Hagamos como Austen (aunque ya llevaba medio siglo muerta) y contemos la historia de Käthe, no la de Hermann. Es tentador pensar que ella nunca hubiese llegado a tener dos calles en Berlín si no se hubiese enamorado de él. ¿Cómo si no iba a convertirse en una famosa aeronauta, cómo se le iba a haber ocurrido subirse a un globo? Hay alguna pista: de pequeña ya tenía aficiones algo especiales, como intentar aprender equilibrismo por el jardín de su casa. Yo me la imagino caminando por la cuerda de tender la ropa y nadie me va a convencer de que no es así como una empieza a practicar el arte de andar por la cuerda floja.

Había nacido en 1868 en Zellhausen, un pueblo del estado alemán de Hesse. Unos años después, en 1874, su madre se casó con un herrero, Wilhem Paulus, que adoptó a la pequeña Katharina. No se sabe quién fue su padre, si Käthe era hija de madre soltera o si hubo un señor Funk (apellido de madre e hija antes de ser Paulus) que había muerto. Lo que sí sabemos es que no fueron en ningún momento gente de dinero. Vivían con bastantes dificultades económicas, mudándose con los trabajos de jornalero que le salían a Wilhem. Käthe se formó como costurera y modista tras acabar el colegio y se puso a trabajar enseguida.

Aunque mi instinto me pide borrar la idea de que Käthe fue a Wiesbaden a disfrutar de sus aguas termales —¿cómo se lo iba a poder permitir?—, lo cierto es que sí parece que estaba allí por eso. La ciudad era uno de los centros termales de Europa y un lugar muy popular entre gente rica, pero también estaba cerca (esos años vivía en Darmstadt) y supongo que habría opciones para gente menos adinerada. O no, quién sabe. El caso es que Käthe Paulus y su madre estaban por Wiesbaden el 21 de junio de 1889 y Hermann Lattemann también.
 
¿Fue su figura descendiendo en paracaídas? ¿Fueron las patillas?
Se conocieron (circula por ahí otra historia que dice que el meet-cute ocurrió en Frankfurt, cuando él hizo un aterrizaje de emergencia en el jardín de su casa), empezaron a trabajar juntos («claro que no hay diferencia entre coser vestidos y globos, tú contrátame»), tuvieron un hijo. Lo siguiente era unirse a los vuelos.

A Käthe el mundo de las acrobacias le gustaba desde pequeñita. Hermann pilotaba globos aerostáticos y había medio desarrollado un paracaídas. Trabajando con él, lo aprendió todo sobre aquel oficio que era muy popular en la época, la técnica del globo y la importancia de la meteorología. En 1893 realizó su primer vuelo, con una función que iba más allá de ser una simple pasajera pasiva. Hermann saltó, como era parte de su espectáculo, y ella fue la encargada de aterrizar (iba otro pasajero, pero este sí era pasivo). No fue un descenso tranquilo: por una confusión, el globo bajó a toda velocidad y además tuvo que evitar a un tren que justo pasaba en ese momento. Käthe se dio un golpe en la cabeza, pero no consiguió empañar su alegría. Había volado y había devuelto el globo a tierra. Cuatro días después, por eso de no dejar que pasase el subidón, saltó por primera vez en paracaídas. Fue la primera mujer alemana en hacerlo.
Käthe demostrando su arte en una foto de estudio.

Un paracaídas mejor


El espectáculo de Hermann había mejorado mucho con la llegada de Käthe, porque una cosa es ir a ver a un señor que se tira en paracaídas desde su globo y otra ver a un señor y una señora que lo hacen. Recorrieron Alemania con sus exhibiciones mientras seguían trabajando en mejoras técnicas que les permitieran hacer cosas más vistosas.

Una de las innovaciones de la pareja (al menos de Hermann, no sé cuánto tuvo que ver Käthe en esto) fue un paracaídas-globo: tirabas de una correa, y el globo se convertía en paracaídas. En una exhibición en junio de 1894, Käthe saltó en su paracaídas normal y, a continuación, Hermann tiró de la correa que hacía que el gas dejase de salir y se desplegase un paracaídas desde dentro del globo. La primera parte funcionó; la segunda, no. Hermann se precipitó hacia el vacío mientras Käthe, que aún no había aterrizado, lo observaba todo desde su paracaídas. Cuando llegó al suelo, ya habían encontrado a Hermann muerto en una calle cercana.
Una ilustración contemporánea del accidente.
A Käthe, como es comprensible, le costó recuperarse y no ayudó que, solo un año después, su hijo muriese de difteria. Pasó muchos meses en la cama deprimida, dispuesta a no salir nunca más, pero las cartas de sus fans, que le pedían que volviese, acabaron por animarla. Empezó por ascender todos los domingos desde el zoo de Frankfurt. A las 6 de la tarde, ascendía en globo mientras la multitud la ovacionaba. Saltaba en paracaídas poco después y reaparecía en el zoo en un carruaje.

Pronto volvieron las giras, que esta vez incluyeron también a Europa. Adoptó un nombre artístico, Miss Polly. Ascendía, a veces saltaba, otras veces usaba artilugios de lo más novedosos como una bicicleta voladora. Las multitudes se reunían a sus pies para verla volar. Se vestía de forma vistosa, hacía publicidad. Era, en definitiva, una estrella. Al final de su carrera, había ascendido en globo 516 veces, de las que había saltado 147. Lo peor que le pasó fue una pierna rota.
Postal firmada. Adler era una de las compañías para las que hacía publicidad.
En paralelo a sus espectáculos, fabricaba y vendía globos y paracaídas, negocio en el que se centró cuando dejó de volar en 1914. En 1912 se había mudado a Berlín y había empezado a producir para el ejército prusiano. Cuando estalló la guerra, los pedidos se multiplicaron. El producto estrella era el paracaídas que finalmente había logrado desarrollar y que aún se utiliza hoy en día: el paracaídas plegable, que se desplegaba desde una mochila en la que iba doblado y que era mucho más seguro que los que se habían utilizado hasta entonces. Aunque ya llevaba años fabricándolo, consiguió patentarlo en Suiza en 1921.

Su vida después de la guerra no fue fácil: había invertido gran parte de su dinero en bonos de guerra y además, como consecuencia del Tratado de Versalles, en el que se prohibía a Alemania tener aviación, todo su negocio desapareció. Cuando se les permitió a los alemanes volver a volar, asistía a veces como invitada de honor a algunos espectáculos, pero no volvió a ser la estrella que había sido. Aun así, hubo quien no la olvidó: entre los pocos asistentes a su funeral en 1935 estaban Elly Beinhorn y Hannah Reitsch (esta fue muy nazi, no la busquéis si no queréis empañar esta historia), dos jóvenes aviadoras que reconocían la importancia de Käthe como pionera. 

Otras cositas ✍️ 


Si os suena que yo ya había hablado de mujeres voladoras en alguna ocasión, significa que lleváis recibiendo esta humilde cartita casi desde el principio, así que muchísimas gracias. Fue en el tercer envío, hace dos años y un mes, cuando decidí empezar a hablar de señoras antiguas. Como aniversario queda un poco mal, porque se me pasó que tenía que haber sido en noviembre y no en diciembre, pero la razón por la que escogí a Käthe Paulus para este mes fue esa. Una pequeña celebración. Qué alegría seguir aquí tanto tiempo después. 

También iba a dar explicaciones por aparecer en vuestros buzones de entrada tan fuera de fecha y de hora, pero creo que es algo de lo que solo me doy cuenta yo. El primer domingo del mes no envié nada porque tuve planes de sábado y decidí abortar la misión. Siempre pienso en Virginia Woolf escribiendo en su diario hace aproximadamente cien años (fue uno de sus propósitos de 1922) que no hay que dejar el placer de lado y que a veces el placer incluye quedar con amigos. Escribir esto me gusta mucho, pero estar con mis amigas, conseguir quedar todas, me gusta más. (Al final os he dado explicaciones, bah).

Y ya que estoy aquí contándoos cómo mi vida interfiere con esta niusléter, os adelanto que en enero posiblemente no haya envío. Había pensado simplemente cambiar el día, porque el primer domingo de enero será también el primer día del año y, si bien no me desagrada la idea de que una de las primeras cosas que hagáis en 1923 sea leerme a mí, creo que no quiero empezar el año pegada al ordenador. Luego pensé que puedo tomarme un mes de vacaciones. A lo mejor de pronto un día echo de menos esto y os llega una carta a mediados de enero, pero en principio no me esperéis hasta el primer domingo de febrero. Así que felices fiestas y feliz año y todo eso que se desea a la gente en estos días oscuros y fríos.
 

Botiquín 💊


Volviendo a la programación habitual, estas son algunas de las vitaminas culturales que me mantuvieron cuerda y feliz estas últimas semanas:

📚 Me gustó mucho leer Jacob’s Room, de Virginia Woolf, mientras leía en su diario cómo recibía las críticas que se hicieron en su momento del libro. Lo leí despacio, porque creo que no hay otra forma de hacerlo, saboreando y dejándome llevar con calma, sin esperar esas cosas normales que esperamos de una novela. Nunca sé si recomendar libros así, pero sí recomiendo esa forma de leer que tan a menudo se nos olvida. 
Jacob's Room
También leí Los incendiarios, de Jan Carson (en Hoja de Lata, traducido por Clara Ministral), que sí recomiendo sin miedo. Pero leedlo despacio. Leámoslo todo despacio.

🎼 En este mes que se queda fuera del Spotify Wrapped he escuchado mucho La noche interior, el último disco de Betacam, y i don’t know who needs to hear this…, de Tomberlin. Y el día 8 de diciembre hice ese homenaje anual que cuando me acuerdo le hago no a John Lennon, sino a mi yo adolescente, y me puse Plastic Ono Band y fui muy feliz y me pregunté por qué no lo escucho más.

📺 Hace unas semanas, Selena Gómez decidió celebrar el lanzamiento de su documental regalando dos meses de Apple TV+ a todo el que hiciese click en un enlace. He aprovechado mucho su regalo: Severance es todo lo que dice la gente, La serpiente de Essex es droga de época con Claire Danes y Tom Hiddleston, Mythic Quest es también muy guay y Bad Sisters está casi todo lo bien que me gustaría.
Y el típico final de niusléter: si te ha gustado, reenvíala. O usa este enlace para compartirla o los iconos de debajo. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres contarme si alguna vez has saltado en paracaídas, si crees como yo que Käthe hubiese hecho cosas guays aunque nunca hubiese ido a Wiesbaden o felicitarme las fiestas o por llevar dos años haciendo esto, contesta a este email o dime algo en Twitter o Instagram. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
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Una mezcla entre lo que siempre me imagino como mi columna personal y, cuando tengo tiempo para documentarme, historias de señoras antiguas.



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