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No sé si alguna vez os habéis parado a pensar en cómo ven los colores otras personas. Es decir, todos —menos los daltónicos— estamos de acuerdo en que el rojo de un semáforo es rojo o en que la hierba suele ser verde. Lo sabemos porque de pequeños nos señalaron objetos rojos y nos dijeron que era de ese color y lo mismo con el resto de tonos básicos. Pero ¿quién me dice a mí que ese color que todos reconocemos como rojo lo vemos todos igual? Si me pudiera poner unas gafas que me hicieran ver el mundo exactamente como lo ve otra persona, ¿me llevaría una sorpresa? A lo mejor su hierba, a la que también llama verde, la ve de un color que yo entiendo como violeta.
He dedicado más minutos de los que quiero admitir a reflexionar sobre este tema, que a mí me parece uno de los grandes misterios de la humanidad (quizá no lo sea, a lo mejor viene alguien a explicarme con ciencia básica que claro que todos vemos más o menos parecido, pero ¿cómo lo saben? Es lo mismo que cuando me dicen que los perros ven en blanco y negro, ¿te lo ha dicho tu mascota?).
También recuerdo que cuando era pequeña mi profesor de pintura (fui uno o dos años) le dijo a mi madre que yo tenía muy buen ojo para el color. Mi madre no lo recuerda, se lo acabo de preguntar, pero yo abracé el comentario casi como un rasgo de mi personalidad y creo que por eso siempre he preferido vestirme de colores, pero esta es una conclusión que me acabo de inventar. Y todo lo de que hasta hace no mucho no viésemos el azul como un color diferenciado es algo que me fascina, aunque quizá más desde la perspectiva lingüística que la óptica.
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Aquí tenéis en exclusiva un Ana Bulnes original. Creo que es mi mejor cuadro y siempre consideré que era donde se veía de forma muy clara mi buen ojo para el color. (Y no, no está al revés, no es una copa, es una botella. Veintipico años llevo explicando esto, creo que por eso no soy pintora).
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Más allá de eso, no he profundizado demasiado en el tema de los colores. No he leído tratados sobre el color ni por supuesto me había parado a pensar nunca en quién los había escrito. Ahora ya lo sé: casi siempre señores (al menos son los que se hicieron famosos). Pero ya sabéis cómo va esto: ¿alguna señora antigua teorizó sobre el color? ¡Claro! Ellas son las protagonistas de hoy.
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Emily Noyes Vanderpoel. Está de lejos, pero la foto tiene tanto detalle que no me atrevería a recortarla. Es la única imagen que se conserva de ella.
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Me gusta pensar que Emily Noyes Vanderpoel (1842-1939) podría haber sido uno de los personajes que aparecen en la serie de HBO Max La edad dorada, que es un despropósito pero muy adictiva. Coincide la época y el lugar (nació en Nueva York) y por supuesto su apellido holandés me lleva a pensar en los Vanderbilt en los que está inspirada una de las familias de la serie. Pero os doy más: Emily se casó a los 23 años y un año después tenía un hijo y era viuda. No se volvió a casar nunca y no parece que haya tenido problemas de dinero. Sus padres eran gente acomodada y los Vanderpoel, la familia de su marido, eran aristócratas.
La viuda Emily se dedicó a hacer vida de señora neoyorquina de bien a finales del XIX: mucha actividad social y pertenencia a clubs y asociaciones filantrópicas como la conservadora Daughters of the American Revolution, esa a la que también pertenecía Emily Gilmore, la abuela de Rory (es la mejor forma que encuentro de explicar qué tipo de club era, espero que compartáis referencia pop conmigo). Por supuesto, le interesaban también mucho la historia y el arte.
En vida fue más conocida como historiadora, pero es el arte lo que nos trae aquí. Una de las organizaciones a las que pertenecía era el Club de Acuarela de Nueva York, del que llegó a ser vicepresidenta. Era un club fundado en 1890 como respuesta al hecho de que en la Sociedad Americana de Acuarelas no aceptasen a mujeres. No se sabe si Emily estuvo involucrada en la fundación del club (ojalá), pero sí que era sufragista. Además de acuarelas, pintaba con óleo y sus trabajos llegaron a exponerse en la Exposición Mundial Colombina, que se celebró en Chicago en 1892. Si embargo, si estoy hablando de ella en esta carta no es por nada de esto.
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En 1902, con 59 años, publicó Color Problems: A Practical Manual for the Lay Student of Color (Problemas de color: un manual práctico para el estudiante principiante del color). En el prefacio explica que se ha escrito mucho del color desde el punto de vista científico y también del artístico, pero que ha quedado libre un gran hueco a medio camino. ¿No les vendría bien también a decoradores, floristas, modistas o mujeres que quieren combinar mejor su ropa un manual para entender cómo hacerlo?
El libro son 400 páginas entre las que lo más llamativo son las láminas con cuadrículas formadas por cien cuadraditos de colores (10x10). Son, explica, análisis de los colores de distintos objetos: desde una tetera hasta la tela que envuelve a una momia (estamos en época top de la egiptología y Emily era, además, coleccionista de objetos exóticos). Su teoría es que analizando así cualquier cosa, desde una flor o un pájaro hasta, sí, momias, podemos aprender sobre armonía y combinación de colores. Explicaba que la clave siempre estaba en la naturaleza, donde todos los colores son perfectos («un gorrión muerto te permitiría organizar la marquetería del armario gabinete con una armonía impecable»), pero también en países lejanos, de ahí las láminas dedicadas a las momias y sus féretros o a azulejos asirios.
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Ella, en realidad, solo salió una vez de Estados Unidos (a hacer un crucero por el Mediterráneo, must del turismo de la época) y sabía que sus lectoras y lectores tampoco viajarían mucho. Pero eso no es problema, explica: se puede ir al Museo de Historia Natural a ver aves y flores exóticas y analizar sus colores para luego aplicar lo aprendido a un vestido o la decoración del salón, por ejemplo. El libro tuvo dos ediciones en su momento. La tercera llegó hace poco a través de una campaña de Kickstarter.
Cuando murió en 1939, a los 97 años, en su obituario en el New York Times la destacaban como acuarelista y pintora, autora de un cuadro que ya no se conserva. Hablaban de sus incursiones como historiadora de Lichtfield, pueblo de Connecticut en el que pasaba mucho tiempo y en el que tenía una casa (murió allí) y comentaban que había publicado un par de libros sobre el color. Sus teorías, dicen ahora los entendidos, eran adelantadas a su tiempo, pero cuando años después alguien más las elaboró, no la mencionaron como precursora.
Las otras teóricas del color
Empecé por Emily Noyes Vanderpoel porque es la más conocida y de quien más se sabe, pero no fue la primera. No sabemos quién fue la primera, claro, pero si imaginamos que solo existe lo que se conoce, podemos darle ese puesto a Mary Gartside, una inglesa nacida en 1755 en Manchester que también se dedicó a la acuarela. Se sabe poquísimo de ella: pintaba flores, era profesora de arte y publicó tres libros sobre el color (el primero camuflado como un manual de acuarela, pero se metía ya a fondo a teorizar). Es muy interesante comparar su expresión del color con la de Emily Noyes Vanderboet: donde una hacía cuadrículas perfectas, la otra ilustraba sus teorías con nubes de colores. Murió en 1809.
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En 1844, la Comisión Real de Bellas Artes del Reino Unido le pidió a Mary Philadelphia Merryfield, una londinense que entonces tenía cuarenta años, que viajara a Italia y Francia en busca de manuscritos sobre el color, que debía transcribir, y que investigara cómo se producían los primeros pigmentos y los métodos italianos de pintura.
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Escribió, claro, sobre la historia de la pintura, un tratado sobre el arte de la pintura al fresco y un manual de acuarela. Pero como esta señora era fascinante, hizo muchísimas más cosas: tiene también un libro sobre la historia de la moda (posiblemente uno de los primeros), un texto sobre los colores del Palacio de Cristal, donde también expuso su obra, ayudó con las colecciones del Museo de Historia de Brighton (vivió toda su vida allí e incluso escribió una pequeña guía turística) y publicó artículos científicos en la revista Nature, porque era también una experta en algas. Hace unos años, se descubrieron unos diarios epistolares que hizo de sus viajes de investigación a Italia y Francia, que están transcribiendo en la Universidad de Sussex. Es decir, estamos a punto de saber mucho más sobre ella.
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Ilustración de su libro Manual de la luz y la sombra, publicado en 1855.
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Beatrice Irwin pasó a la historia con su nombre artístico. Nacida en 1877 en Dagshai, en la India, se apellidaba Simpson, pero decidió usar Irwin para su vida artística. ¿Qué hacía? Era actriz y poeta (escribió una serie de poemas sobre el color que fueron algo ridiculizados por la crítica). También tenía una vida espiritual muy intensa: era seguidora del bahaísmo, según Wikipedia «una religión monoteísta cuyos fieles siguen las enseñanzas de Bahá'u'lláh, su profeta y fundador, a quien consideran la Manifestación de Dios (profeta) para la época actual».
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Beatrice también lanzó su línea de lámparas, como esta bonita lámpara para leer en la cama.
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Como actriz no tuvo demasiado éxito, pero sí lo tuvo su uso de la luz y las sombras en el escenario, así que empezó a presentarse como especialista en iluminación. Compaginó su labor como promotora del bahaísmo con publicaciones sobre la ciencia de la luz y el color, como su muy popular La nueva ciencia del color, que fue muy leído por técnicos de iluminación y profesionales del marketing. Como buena señora de su época y muy espiritual, estaba muy interesada en el espiritismo y lo oculto y llegó a cruzar caminos con otro fan del tema, Sir Arthur Conan Doyle. Viajó por todo el mundo como representante del bahaísmo mientras era también reconocida internacionalmente como una autoridad en luz eléctrica y en tecnologías del color. Murió en 1953 en San Diego.
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No todas eran angloparlantes. Carrie van Biema era de una familia judía de Hannover. Estudió arte y era tanto admiradora de las vanguardias como seguidora de los clásicos. Los escritos de Goethe sobre el color, claro, le interesaron mucho. Su propio tratado se publicó en 1930: Colores y formas como fuerzas vivas. Murió en 1942, a los 63 años, supongo que no hace falta que os diga cómo.
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- Sé todo esto, como siempre, gracias al trabajo investigador de otras personas. En este caso, como suele pasar cuando escojo a señoras de un campo muy específico, ni siquiera he tenido que irlas recopilando. Eso es lo que está haciendo Alexandra Lokse, historiadora del color e investigadora en la Universidad de Sussex. Sí, ella es quien está transcribiendo las cartas.
- En Twitter hay un bot que escoge objetos aleatorios y hace análisis del color à la Emily Noyes Vanderpoel. Es el Emily Vanderbot.
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El botiquín 💊
Las píldoras culturales que me han mantenido sana y cuerda estas semanas:
📚 Este mes he leído muchísimo, pero todo por trabajo. Es decir, el botiquín ha sido raro. Pero una cosa que hice, porque me preguntaron qué libros querría leer, fue pensar un ranking y ponerlo en Instagram (está en mis historias destacadas), por si andáis faltos de ideas.
🎵 Siempre que se acerca mi cumple, actualizo el número del título y completo mi macrolista de Spotify con mis discos favoritos de los últimos muchísimos años y es lo único que escucho durante unas semanas. Por si queréis (siempre en aleatorio).
📺 He empezado a ver Mad Men otra vez. Os recomiendo que lo hagáis también.
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PD: Muchísimas gracias a las y los que respondisteis a mi carta anterior. Si no os ha llegado ninguna postal, no os preocupéis: es porque no las he enviado. Pero lo haré, de verdad que sí.
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Y el típico final de newsletter: si te ha gustado, reenvíala. O usa este enlace para compartirla o los iconos de debajo. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres hablarme de grandes preguntas en las que piensas a menudo, de tus dotes artísticas de niña o de qué es el color para ti, contesta a este email o dime algo en Twitter o Instagram. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
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