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junio 5, 2022

OZ #25 💌 Las anatomistas👂👀👅

Diseccionaban cadáveres, hacían modelos anatómicos en cera y fueron famosísimas en el siglo XVIII.

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Pasé la última tarde del viaje que hice a Bolonia hace unos años yendo en tren a Florencia para recuperar mi móvil (me lo había dejado en el restaurante de la estación la noche anterior). Como estaba muy cansada y además diluviaba, no salí a pasear de nuevo las calles florentinas. Hice tiempo en la librería de la estación (cayeron dos libros) y cogí el tren de vuelta. Llegué a Bolonia justo para cenar.

Estas últimas semanas he estado fantaseando con una línea temporal paralela, una en la que no me olvido el teléfono en otra ciudad o decido no ir a recuperarlo. En esa tarde en Bolonia que nunca existió, mi yo de esa línea temporal alternativa decide continuar lo que empezó por la mañana, cuando había visitado el teatro anatómico del Archiginnasio, e ir al Museo del Palazzo Poggi. Allí, hubiese entrado en las salas de la colección de anatomía y obstetricia y me hubiese encontrado cara a cara con la escultura en cera de una señora elegante que mira de forma algo desafiante mientras se prepara para hundir su bisturí en el cerebro que tiene delante. Me imagino mi sorpresa, alegría y curiosidad al leer la cartela y descubrir que lo que estoy viendo es un autorretrato. Una tal Anna Morandi Manzolini, siglo XVIII. Cuén-ta-me más.
No veis el fórceps porque no se conserva. 
Como en la línea temporal en la que vivo nunca visité el Palazzo Poggi, no sé bien si en ese momento hubiese sospechado de lo que contaba uno de los carteles. Así, sin saber nada, con esa inocencia y confianza con la que visitamos los museos, ¿me hubiese chirriado que en el texto en el que hablaban de los creadores de muchos de los modelos anatómicos que se exponían, el matrimonio formado por Giovanni Manzolini y Anna Morandi, se dijese que ella había aprendido de él? No creo. 
Sé lo que pone en el cartel del museo porque Raquel estuvo y, cuando le hablé de todo esto esta semana, me envió esta foto.
Pero como llegué a ellos en pleno 2022 y me interesé principalmente por ella, la luz roja de la sospecha se encendió enseguida. Sobre todo cuando, texto tras texto generalista —de esos que se copian unos a otros— no solo repetían lo de que ella aprendió de él, sino que también mencionaban que tuvo que superar la aversión que le provocaban los cadáveres. Aquí ya suenan todas las alarmas. Pero empecemos por el principio.

De los primeros años de vida de Anna Morandi, futura diseccionadora de cadáveres, creadora de modelos anatómicos en cera y escritora de textos científicos, no se sabe demasiado. Nació en 1714 en Bolonia, en el seno de una familia muy modesta. Unos meses después, a pocas manzanas de su casa, se inauguraba el Instituto de las Ciencias de Bolonia, donde ahora se exhiben muchas de sus creaciones. Lo siguiente que sabemos es que se casó con Giovanni Manzolini en 1736.

Hijo de un zapatero, Manzolini todavía no era a sus 36 años el profesor de anatomía que llegaría a ser. De hecho, quería ser pintor. Ambos, antes de casarse, habían estudiado arte. A principios de los años cuarenta, Manzolini empezó a trabajar en el Instituto de las Ciencias como asistente de Ercole Lelli, estrella local (y no solo local) del arte de los modelos anatómicos en cera. Sin embargo, como buena estrella, Lelli era muy de delegar el trabajo y atribuirse el mérito, así que Giovanni se fue enfadado en 1746 y empezó a trabajar en su propio estudio en casa. Con Anna.
Anna también hizo este busto de su marido. A él lo puso a diseccionar un corazón.
Lo más repetido es que ella aprendió de él, pero lo cierto es que no se sabe. El propio Manzolini no llegó al mundo de la anatomía hasta que ya estaban casados. Ambos tenían formación como artistas. Ella, según se desprende de sus cartas, era una mujer instruida (podía serlo pese a no haber crecido rica: a la gente, niñas incluidas, con talento solían salirles mecenas): sabía latín y manejaba con soltura el lenguaje científico. Lo que sí se sabe es que formaron un equipo que parece mucho más igualitario desde el principio de que lo que transmiten muchos textos. Es posible que aprendieran juntos: él con su trabajo con Lelli, al que no tardó en superar; ella sumando a ese conocimiento el que extraía de los muchos manuales sobre anatomía que iba añadiendo a su biblioteca. 
 

La signora anatomista


En poco tiempo, el estudio del matrimonio se hizo famosísimo en la ciudad, en el resto de Italia y en el extranjero. Estaba abierto a visitantes, que podían asistir a disecciones de cadáveres, ver los modelos que habían creado y, por supuesto, recibir lecciones de anatomía. Giovanni era de carácter melancólico y posiblemente estuviese deprimido tras su salida del Instituto de las Ciencias. Todas las presentaciones públicas, cuyo público estaba formado muchas veces por grandes personalidades de la medicina, las hacía Anna. Que fuese una mujer la que con seguridad y autoridad se mostrase abriendo cadáveres y explicando cómo funcionaba el cuerpo ayudó a esa gran fama. De hecho, una de las atracciones imprescindibles del Grand Tour en Bolonia, antes y después de la muerte de Manzolini en 1755, era ir a ver a la signora anatomista. El propio Lelli, desde su posición privilegiada en el Instituto de las Ciencias, la veía como una rival al atraer a tanto turista.
Modelo de un oído. Foto: Warburg
Si en esas demostraciones públicas usaba bisturí y fórceps en cadáveres sin despeinarse (pero protegida para evitar olores e infecciones, como hacían todos), ¿por qué se repite lo de que al principio le resultaba muy difícil? Que podría ser verdad y muy comprensible, pero es un detalle que nunca se cuenta en las biografías de los señores que se dedicaban a lo mismo. La fuente de esto que llevamos repitiendo varios siglos no parece muy de fiar: Luigi Crespi, un historiador que en 1769 escribió una breve biografía de Giovanni. 

De Anna decía que era una esposa devotísima y sacrificada, que lo único que quería era dedicarse a sus deberes domésticos, pero que había decidido aprender también anatomía como forma de apoyo y consuelo a su marido y que se había encomendado a la ayuda divina para superar todas sus femeninas reticencias a abrir muertos. ¿Es esta la misma persona que luego llenó páginas y páginas con sus conocimientos de anatomía, defendía por correspondencia sus teorías ante grandes ilustres del mundillo y se esculpió a sí misma en cera diseccionando un cerebro? Todo eso que dejó ella como autora cuenta una historia distinta a la esbozada por Crespi (quien, por cierto, quería ensalzar a Manzolini porque odiaba a Lelli).

Cotilleos anatómicos aparte, Morandi y Manzolini se movían entre dos mundos, el del arte y el de la ciencia. Y, al contrario que otros colegas como el propio Lelli, se consideraban más científicos que artistas. Sin embargo, no encajaban en ninguno de los dos cánones. Para crear esas esculturas, primero tenían que llegar a la parte del cadáver que quisiesen mostrar, creaban un molde de escayola que luego rellenaban con cera de distintos colores. La retiraban del molde y la pulían y perfeccionaban, todo esto evitando que el molde se pegara al cuerpo o se rompiese al sacarlo. Desde el mundo del arte se los veía más como artesanos (ellos mismos se colocaban más ahí).

Al trabajar de forma independiente al margen de la universidad (a Giovanni lo nombraron profesor más adelante y a Anna cuando murió él, pero estuvieron bastante tiempo apartados), tampoco se les daba toda la credibilidad científica que merecían. Se especializaron en los órganos de los sentidos (la vista, el oído, el tacto) y en los aparatos reproductores. Y, además de diseccionar y hacer sus modelos, intentaban entender cómo funcionaba de verdad el cuerpo analizando los cadáveres en profundidad, de forma sistemática capa tras capa y sin intenciones moralistas.
 
Modelo anatómico masculino en cera atribuido a Anna Morandi. Foto: Wellcome Images.
Cuando Manzolini murió en 1755, Morandi tenía 41 años. Se quedaba a cargo del estudio ella sola, a cargo de los dos hijos del matrimonio (habían tenido cinco, solo dos sobrevivieron) y, pese al éxito que tenían con sus esculturas y lecciones, en una situación económica precaria que la obligó a dar en adopción a uno de los niños. En contraste con esto, le llovían las ofertas: distintas universidades europeas querían que trabajase para ellos, le encargaban colecciones de modelos, Catalina la Grande quiso que se mudase y pasara a formar parte de su corte (lo rechazó). 

Conscientes de que la signora anatomista era alguien a quien interesaba mantener en Bolonia, el Senado —por recomendación del papa Benedicto XIV, gran defensor de Anna Morandi— le asignó un estipendio anual de 300 liras (no era demasiado: a Lelli le pagaban 1200 liras y a Laura Bassi, profesora de filosofía, 1000). También le dieron el puesto de profesora de anatomía humana en la universidad y fue aceptada como miembro honorario (pero no regular) en la Academia de Bellas Artes (pero no en la de Ciencia).

Aunque siguió trabajando y perfeccionando su técnica el resto de su vida mejorando el trabajo que había hecho con Manzolini, y aunque su fama y prestigio eran cada vez mayores, siguió con problemas de dinero. Los encargos no eran ingresos instantáneos: el trabajo podía tardar meses, tenía que pagar los materiales y envíos y luego confiar en el pago (vaya, tenía mucho dinero en la nube del autónomo). Intentó que el Senado le diese un aumento pero no lo consiguió, así que acabó vendiéndole toda su colección de modelos anatómicos a un conde a cambio de 12.000 liras y alojamiento en su palazzo. Cuando Anna murió en 1776, el conde no tardó en lograr un beneficio: le vendió al Senado toda la colección Morandi Manzolini por un 20 % más de lo que le había pagado a Anna.
 

La ladrona de cadáveres

Aimée de Coigny
Anna Morandi es fascinante por toda esa producción científica y artística, por su fama internacional entre grandes personalidades (Lord Byron se refirió en un par de cartas a la anatomista a la que había visitado y cuyas esculturas no siempre eran decentes —toda la parte del aparato reproductor masculino se ve que le impresionó—) y por ese borrado que, cuando se empezó a corregir a partir del año 2000, tomó como fuentes de información a los biógrafos del siglo XVIII y no a todo lo que ella había hecho y escrito. Pero no fue la única anatomista de la época. El siglo de las luces fue el siglo de la anatomía, el siglo de los teatros anatómicos y los cuerpos diseccionados para la ciencia. ¿Un ejemplo de lo lejos a lo que llegaba el hype? Se decía que la extravagante condesa Aimée de Coigny (París, 1769-1820) viajaba siempre con un cadáver en el carruaje (también se cree que murió por esta afición suya a respirar el aire de los muertos). Pero no es de ella de quien voy a hablar, sino de otra francesa.

Mientras Morandi diseccionaba cadáveres en Bolonia (llegó a diseccionar más de mil) y descubría gracias a su técnica partes hasta entonces inexploradas del cuerpo humano (el músculo oblicuo del ojo), en Francia otra artista convertida en anatomista usaba los cuerpos sin vida como parte integral para su trabajo. Pero Marie Margherite Bihéron, nacida en 1719, lo tenía algo más difícil para hacerse con cadáveres. Al matrimonio italiano se los proporcionaba un hospital muy frecuentado por indigentes; Bihéron los conseguía contratando a gente que los robase para ella después de ejecuciones o directamente desenterrándolos.

Como artista, lo que buscaba era estudiar la anatomía humana para dibujarla mejor, pero los cadáveres tenían un problema: se pudrían. De ahí nació la idea de hacer los modelos de cera. Como ya hacían Morandi y Manzolini en Bolonia, Bihéron se armaba de paciencia e instrumentos quirúgicos y abría los cuerpos, hacía moldes, producía modelos. Sus esculturas se usaban en clases de anatomía (mucho mejor que un cadáver maloliente) y eran utilizadas por científicos para estudiar el cuerpo.

Se hizo también muy famosa: su estudio era como un gabinete de macabras curiosidades y animaba a los visitantes a tocar sus obras. Y tuvo reconocimientos: en 1759, la Académie des Sciences la invitó a dar una conferencia (dio tres, la de 1770 presentando un modelo de una mujer embarazada). Hizo presentaciones para reyes europeos, fue profesora de Diderot y también tuvo a Catalina la Grande (aficionada a la anatomía, parece) persiguiéndola para que viajara a Moscú con su colección, que finalmente compró. Un experto anatomista, emocionado ante la perfección de sus modelos, le dijo que lo único que les faltaba era el hedor. No parece que lo echase de menos.

Nunca se casó y hay rumores de que fue pareja toda su vida de Françoise Basseporte, ilustradora botánica y su profesora de dibujo, aunque nunca vivieron juntas. Fuera cual fuera la naturaleza de su relación, fue la ilustradora la que animó a Bihéron a meterse en el mundo de la escultura anatómica. De científica a científica.
Ilustración de Françoise Basseporte.
Morandi y Bihéron fueron contemporáneas y muy famosas, por lo que quiero imaginar que sabían la una de la otra. ¿Se escribirían contándose sus trucos para conseguir cadáveres, sus recetas de cera y para recomendarse bisturís y cotillear sobre Catalina la Grande? Creamos que sí. Si no pasó en esta línea temporal, seguro que en la línea alternativa en la que yo no me olvido el móvil en Florencia ellas fueron amigas y confidentes. Señoras anatomistas, exploradoras de cuerpos, maestras de la cera y el bisturí.
  • Cuando se me encendió la alerta por lo de que Anna era esposísima devota, busqué y enseguida me encontré con alguien a quien le había pasado lo mismo. Casi toda la información sobre Morandi la saqué del libro The Lady Anatomist, de Rebecca Messbarger. Ella acudió a las fuentes primarias, leyó cartas y cuadernos y fue la primera en enfadarse con lo de que le hayamos dado toda la credibilidad a un biógrafo del siglo XVIII con un claro conflicto de intereses y la misoginia típica de la época. El resto de la información sobre Anna la saqué del episodio The Wax Anatomy of Anna Morandi del pódcast Stuff You Missed in History Class.
  • La información sobre Bihéron viene principalmente de Wikipedia (perdón) y de los artículos Everything but the Stench, de Nina Rattner Gelbart, y Skeletons in the cupboard of medical science.

El botiquín


Las vitaminas culturales que me han mantenido cuerda y feliz estas semanas:

🎶 Por fin he salido de mi sequía musical. Mayo ha estado lleno de discos nuevos que me han encantado. El de Belle and Sebastian, por supuesto. El de Sharon Van Etten. El de Amaia. El de Harry Styles. El de Angel Olsen (ya en junio).

Pero lo que más ilusión me ha hecho ha sido descubrir a November Ultra tras una recomendación por Twitter. Es una chica parisina de madre española y padre portugués que ha lanzado un discazo. Escuchadla.

📺 La segunda temporada de Made For Love (HBO) es tan loca y buena como la primera. Nunca os caséis con un multimillonario fundador de una gran empresa tecnológica. The Staircase, también en HBO, engancha y asombra (y están Colin Firth y Tony Collette).

📚 Estoy leyendo Devoción, de Hannah Kent (traducción de Laura Vidal), y me está gustando tanto como sus libros anteriores (Ritos funerarios y Los Buenos).
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