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Cuando inicié hace ya casi año y medio este pequeño proyecto, no pensé demasiado en el diseño de los correos. Escogí una plantilla de Mailchimp y me puse a ello sin darle muchas más vueltas. Esa plantilla viene con esta tipografía, la clásica Arial, una de las más comunes por internet. A mí en general me parecen más bonitas las tipografías con serifa (como la de mi blog), pero esta se supone que es más legible en pantalla. Ahora me alegro de no haberla cambiado.
Os cuento todo esto porque en realidad yo nunca había pensado mucho en tipografías, desde luego no más allá de elegir una para alguna web personal. Pero un día, diría incluso que en los primeros meses de esta carta y coincidiendo con que estaba investigando sobre las primeras imprentas para otra cosa, me pregunté quién diseñaba los distintos tipos de letra. Y luego, claro, si de verdad eran solo señores casi siempre todo el rato. Adivinad la respuesta.
Pero situémonos. Lo primero es fijar por dónde empezar a contar esta historia. Acompañadme hasta el Londres de 1927. Los directivos de la rama londinense de Lanston Monotype Corporation, una gran compañía diseñadora y fabricante de tipos para imprenta, esperan nerviosos el encuentro con Paul Beaujon, el misterioso autor de una investigación que acababa de ser publicada en la revista The Fleuron. Este texto, muy sonado en el mundillo tipográfico, probaba que muchos de los caracteres atribuidos a Claude Garamond habían sido en realidad diseñados noventa años después por un tal Jean Jannon. El artículo había impresionado tanto en Monotype que le habían ofrecido a Beaujon directamente un trabajo en The Monotype Recorder, revista interna de la compañía. Imaginad su sorpresa cuando la puerta se abrió y quien apareció no fue un señor francés, sino una señora norteamericana.
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Beatrice Warde, aka Paul Beaujon, en 1925.
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Beatrice Warde tenía 27 años y había firmado aquel y otros muchos artículos en The Fleuron como Paul Beaujon porque su marido también escribía en la revista y prefería que no hubiese dos Warde especialistas en tipografía. Estaba la opción de firmar con su apellido de soltera, Becker, pero como su madre era periodista en el New York Herald Tribune, prefería no repetir tampoco ese apellido. Además, firmando como mujer sabía que no tomarían en serio su investigación, para la que había rebuscado archivos y viajado a Francia.
Eligió un seudónimo francés para dale un toque exótico, lo cual fue un acierto, porque los lectores de la revista se quedaron aún más impresionados. ¡Un inglés tan impecable y con referencias a Lewis Carroll procedente de una pluma francesa! Más adelante, Beatrice dijo que se imaginaba a su alter ego Paul Beaujon como «un hombre con una larga barba gris, cuatro nietos, interesado en los muebles antiguos y con domicilio en algún lugar de Montparnasse». No sabemos cómo se imaginaban a Beaujon los ejecutivos que ese día se encontraron con Beatrice Warde, pero el shock no fue suficiente para echarla. La contrataron como asistente de redacción. Fue ascendiendo poco a poco, hasta llegar a editora de la revista y a llevar toda la publicidad de la compañía. Trabajó para Monotype treinta años.
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Aquella joven que no era un señor francés había nacido en 1900 en Nueva York y su madre periodista la había educado en el convencimiento de que lo mejor que le podía pasar a alguien era aprender a disfrutar de la lectura y la escritura. A los trece años, tuvo una clase de caligrafía y una bombillita extra se encendió en su cerebro: el interés no solo por lo que decían esas letras, sino también por su propia forma. Beatrice fue niña de periódico escolar, de buenas notas y de escritura constante. Tras graduarse, consiguió un trabajo como asistente de biblioteca en la American Type Founders’ Association, donde se ocupaba del archivo y de organizar visitas, conferencias y exposiciones.
Fue una de estas exposiciones la que le cambió la vida: organizó una sobre tipografía moderna y buena parte del material llegó desde Inglaterra. Ahí tuvo claro que el epicentro tipográfico y del diseño editorial era en ese momento Londres. En cuanto tuvo oportunidad, gracias a la invitación de Stanley Morison, se mudó allí con Frederic, su marido, y empezó su trabajo freelance como Paul Beaujon. Frederic y ella se separaron dos años después de llegar a Europa.
Stanley Morison era el editor de The Fleuron y también trabajaba en Monotype. Supongo que él sí sabía que Paul Beaujon era aquella mujer a la que había conocido en Nueva York y con quien se rumorea que tuvo un amorío. Yo quiero creer que no les dijo nada a sus jefes cuando le dijeron que iban a contratar a Beaujon y que lo espió todo riéndose desde detrás de una puerta.
Las mujeres detrás de la Times New Roman
Beatrice Warde es uno de los nombres más importantes de la historia de la tipografía, pero no como diseñadora. Su trabajo se centraba más en difundir la importancia de ese diseño. Su mano diestrísima para la publicidad contribuyó mucho al éxito de tipografías como la clasiquísima Times New Roman, salida también de las entrañas de Monotype a petición del periódico The Times.
La historia oficial de la Times New Roman es así: el Times quiere una fuente nueva para su rediseño, así que se la encargan a Monotype. Stanley Morison (sí, el que se ríe detrás de una puerta) y Victor Lardent, del departamento de publicidad del Times, la diseñan juntos. La nueva tipografía debutó en 1932. El resto es historia.
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Pero ¿qué hay detrás de todo esto?, ¿cuál es la historia no oficial? Las salas de dibujo de Monotype, en las que se dibujaban y pulían y adaptaban para su fabricación todos los detalles de la tipografía que iba a ser producida, tenían este aspecto:
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Es decir, detrás de esos grandes nombres que pasaron a la historia como los creadores de una tipografía había un equipo enorme de personas que cogían los bocetos iniciales y los desarrollaban y expandían a todas las letras y números y símbolos y variedades tipo cursiva o negrita. Y esas salas estaban llenas de mujeres. De hecho, las primeras contratadas por Monotype cuando abrió su primera Type Drawing Office (TDO) en Sussex en 1910 fueron cuatro mujeres.
Monotype era un buen lugar en el que trabajar en la Inglaterra de principios del siglo XX y muchas jovencitas pasaban por ahí para ganar algo para sí mismas o sus familias antes de casarse y tener hijos. A las Type Drawing Offices llegaban las buenas dibujantes y con conocimientos de aritmética. Si tenían menos estudios, podían acceder a un trabajo en la fábrica. Aunque tenía fama de ser una empresa que trataba bien a sus trabajadores, lo cierto es que el sueldo si eras mujer no daba para vivir. Casi ninguna de esas jóvenes tipógrafas hacía carrera allí, pero hay alguna excepción.
Dora Pritchett fue una de esas cuatro primeras empleadas y una de las excepciones: trabajó allí al menos hasta 1937. De hecho, vivió al menos en dos de las pocas casas que la empresa ponía a disposición de sus empleados. Cuando Monotype celebró los cuarenta años, Pritchett estaba en la mesa principal.
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Dora Laing trabajando en una letra árabe. En Monotype no solo diseñaban para el alfabeto latino.
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Otra excepción es otra Dora, Laing. Se unió a Monotype en 1922, con dieciséis años, y se retiró cuando tenía cerca de sesenta, por 1966. Llegó a ser jefa de la TDO, a tener un despacho propio y fue clave como instructora de los nuevos empleados. Una de las mejores cosas que dejó fue un meticuloso diario de trabajo en el que registraba lo que hacía cada día y cada hora. Gracias a eso, sabemos que el trabajo en Times New Roman empezó en abril de 1931. Le dedicó muchas horas a arreglar las medidas, y a bocetar mayúsculas y minúsculas para algunos tamaños de la tipografía. Como ella, muchas más. El diseño tipográfico era entonces un trabajo en equipo, aunque la firma luego llevase solo uno o dos nombres, casi siempre de hombres.
Las diseñadoras que sí firmaron
Decía al principio que me alegraba de no tener que cambiar la tipografía de esta carta por un tema de activismo: Arial sí tiene un nombre de mujer detrás, el de Patricia Saunders (comparte la autoría con Robin Nicholas, su supervisor, con quien no se llevaba demasiado bien). Arial se presentó en 1982 como respuesta de Monotype a la tipografía Helvética, de Linotype (¡la competencia!). Pero Patricia no era una recién llegada a la compañía. O quizá en cierto modo sí lo era: acababa de regresar después de veinte años.
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Patricia Saunders en 1955.
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Nacida en 1933, empezó a trabajar en Monotype al acabar sus estudios, en 1951, con otras compañeras de su clase de dibujo. La formó Dora Laing, a quien en una entrevista en 2018 —un año antes de morir— se refirió como alguien a quien ahora llamaríamos bully. En Monotype conoció a David, con quien se casó en 1959. Como era habitual, dejó de trabajar para formar una familia. Volvió en 1981 y se encontró todo muy cambiado: los empleados sabían muy poco de diseño (para su gusto). Además, había llegado la era digital, pero se adaptó muy bien. Ella también había cambiado: al notar que le pagaban menos que a otros empleados mucho menos competentes, peleó por un sueldo acorde a sus conocimientos y experiencia. Lo consiguió.
Todo esto está muy centrado en Monotype porque es de quienes sabemos más, gracias en buena parte al proyecto de investigación Women in Type que llevaron a cabo Fiona Ross, Alice Savoie y Helena Lekka en la Universidad de Reading. Pero hay más, claro.
Hildegard Henning, que en 1912 diseñó la tipografía Belladona. Solo sé de ella que era alemana.
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Elizabeth Colwell (1881-1954) era de Michigan y trabajó en el mundo de la publicidad, donde eran conocidos sus anuncios con una bonita caligrafía en periódicos. También poeta e ilustradora, en 1916 diseñó la Colwell Handletter (muy bien, Elizabeth, con tu apellido para pasar a la historia) para American Type Founders.
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Maria Ballé también le puso su apellido a las Ballé Initials que desarrolló mientras trabajaba en la empresa tipográfica Bauersche Giesserei en los años veinte.
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Franziska Baruch (1901-1989) era diseñadora gráfica. Tuvo una carrera muy exitosa y activa primero en Alemania y desde 1933 en Tel Aviv. Diseñó varias tipografías hebreas, entre ellas Stam, en los años veinte.
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Elizabeth Friedlander (1903-1984) también recibió el encargo de una tipografía para la Bauersche Giessserei en los años treinta. La llamó Elizabeth y tuvo muchísimo éxito. Para huir de los nazis, se trasladó primero a Milán y luego a Irlanda. Trabajó muchos años diseñando cubiertas para Penguin.
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Gudrun Zapf von Hesse (1918-2019) es una de las tipógrafas más reconocidas. Su tipografía Diotima, desarrollada a principios de los cincuenta, fue la elegida por su marido, también tipógrafo, para las invitaciones de boda.
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¿Y antes del siglo XX? Seguro que también hubo diseñadoras de tipografías. Solo que no conocemos sus nombres.
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El botiquín 💊
Las vitaminas culturales que me han mantenido cuerda y feliz eestas últimas semanas:
📚 Me gustó mucho La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de Laura Fernández, pero no me atrevo a recomendarlo porque es un libro que entiendo también perfectamente que no guste nada. Si os aventuráis por sus 600 páginas y os arrepentís, no me echéis a mí la culpa. Ahora estoy leyendo Sentido y sensibilidad, de Jane Austen, y lo estoy disfrutando un montón aunque ya sepa cómo acaba. También he hecho un análisis sobre las edades de los personajes y las de los actores en la adaptación de 1995.
📺 Estoy un poco en modo ver cosas de época (quizá siempre esté en ese modo, en realidad). Vi dos pelis que tenía pendientes y que me gustaron mucho, Brooklyn y Suite francesa. Las dos basadas en libros (Colm Tóibín e Irène Némirovsky, respectivamente) que no he leído. De Némirovsky leí su primera novela, El malentendido (en Salamandra, traducido por José Antonio Soriano Marco), que creo recordar que me había gustado. ¿Más época? La serie La edad dorada (HBO), del creador de Downton Abbey, nos lleva al Nueva York de finales del siglo XIX. Fui muy crítica con el piloto porque se ve que me pilló en un mal día, pero el segundo ya lo vi con buenos ojos. Y, bueno, sale Christine Baranski. Christine Baranski siempre es bienvenida.
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🎶 Mitski tiene disco nuevo. Antes de que saliera hace dos días, escuché bastante Mentor, de Annika Norlin. Annika Norlin me cae muy bien desde el disco que sacó con Jens Lekman, Correspondence, en el que tiene una canción en la que cuenta la ilusión que le hizo comprar una manzana enorme (que fantasea con hacérsela tragar a unos negacionistas del cambio climático que van con ella en el tren). Yo siempre a tope con la gente que se emociona con la fruta grande, como Wendy Cope en su poema The Orange, y a tope con la indignación ante la gente que dice que el cambio climático es fake news.
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