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diciembre 5, 2021

OZ #19 💌 Vencer a los nazis, retirarse en la Costa Azul

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Una de las cosas que más me fascinaba cuando estuve de Erasmus era pensar en las infancias tan distintas que habíamos tenido todos. Había gente que había crecido en el comunismo y que hablaban de los dibujos animados que veían o la ropa cool que colaban algunos familiares que cruzaban el telón de acero. Había infancias de nieve, infancias de ciudad e infancias totalmente rurales. Nuestras familias nos habían enseñado lenguas muy diferentes y remedios y peligros naturales casi opuestos (¿sabíais que hay países en los que no te resfrías si estás en una corriente de aire?). Y ahí estábamos todos, comunicándonos en euroenglish y emborrachándonos juntos con cerveza checa barata y venenos como el becherovka en fiestas en casas sin saber exactamente quién de los presentes vivía allí.

No tardé en darme cuenta de que para encontrar infancias muy diferentes no hace falta viajar. Luego, con el paso del tiempo, entendí también que en realidad todos somos un cúmulo de vidas e historias que a nosotros nos parecen normales, pero que a otra persona le pueden parecer una locura. Y ya si a quien tenemos delante no es una persona de 20 años sino alguien con más décadas a sus espaldas, el interés crece y crece. Cuando iba a terapia ocupacional, por ejemplo, venía también una señora que un día en el que varios comentamos que teníamos 36 años nos dijo que ella había nacido en el 36. También nos contó que la segunda vez que había ido a Vigo —a unos 20 km de donde se había criado— había sido para coger el barco y emigrar a Uruguay ella sola, a los 18 años. La primera vez había sido para hacerse el pasaporte.

Si la vida nos permitiese tener más espacio mental para ofrecer al mundo, nos preguntaríamos más a menudo por la historia de las personas con las que nos cruzamos. Por ejemplo, ¿podría esa extravagante señora que regentaba una tienda de regalos en la que entramos en nuestras vacaciones por la Costa Azul y que nos atendió en español porque resultó que era peruana haber sido una agente doble durante la Segunda Guerra Mundial? Si esas vacaciones hubiesen sido hace cuatro o cinco décadas, la respuesta hubiera sido sí.
Beaulieu-sur-Mer, el pueblo de la Costa Azul en el que estuviste de vacaciones en los ochenta y donde entraste en la tiendecita de regalos.

Nacida en 1910 o 1911, Elvira de la Fuente Martínez lo tenía todo para ser simplemente una señora rica que quizá protagonizase una historia como la de la canción de The Divine Comedy A Lady of a Certain Age. Era hija de dos poderosas familias peruanas y se crio en París porque su padre era diplomático. La típica niña caprichosa, consentida e insolente a la que no le gustaba mucho seguir las normas, pero que para alivio de todos acabó casándose con un buen partido, el belga Jean Chaudoir, un señor disoluto como ella, pero, también como ella, forrado de dinero. Hubo un par de años buenos, pero luego la chispa se apagó y se separaron.

Elvira continuó dedicándose a lo que más le gustaba: beber, jugar y pasar la noche con amantes que, tras la disolución del matrimonio, empezaron cada vez más a menudo a ser mujeres.

En estas estaba cuando los nazis entraron en París. Decidió que lo más seguro era irse a Londres, no sin antes intentar unirse al servicio secreto francés. La rechazaron porque los espías tenían que ser gente discreta que pasara desapercibida, no una socialite que no se perdía un sarao, que dejaba su dinero en casinos borracha y que encima tenía un plus exótico para los europeos por eso de ser peruana (aunque en realidad nunca vivió en Perú, solo lo visitó una vez durante su luna de miel). Todos esos defectos, en cambio, fueron los que atrajeron al MI6, el servicio secreto británico.

Imagen de la película A Call to Spy, que acabo de descubrir y que quiero ver: sobre las espías británicas de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que vieron tras esa fachada de frivolidad fue a una persona que podía ser muy útil: hablaba francés, español e inglés con fluidez, se movía con facilidad en los círculos de la alta sociedad a los que pertenecía, era inteligente y seductora y además contaba con un pasaporte, el peruano, que le permitía desplazarse sin mucho problema entre el Reino Unido, Francia y España. No les gustaba tanto que a veces cuando bebía hablaba de más (tuvieron que amonestarla por contar por ahí que trabajaba para el servicio secreto británico; pronto lo corrigió) y les preocupaban sus «tendencias lésbicas», según escribió uno de sus jefes en un expediente, que podían hacerla objetivo fácil para un chantaje.Su utilidad, sin embargo, quedó demostrada cuando, en su primera misión de vuelta en Francia, consiguió que un alemán la reclutara para espiar para los nazis. 

Bronx para unos, Doretta para otros

Elvira empezó entonces su andadura como agente doble. Los británicos le dieron el nombre en clave de Bronx, en honor a un cóctel que estaba de moda en la época y casi haciendo una referencia demasiado directa al tipo de vida que llevaba la espía. Los alemanes la llamaron Doretta (no se sabe por qué). Su trabajo consistía en tener encuentros con unos y con otros, siempre fingiendo que era simplemente aquella divertida y alocada hija de diplomático, y conseguir que le revelasen información militar y estratégica. Contaba sus descubrimientos en cartas aparentemente banales que llevaban entre líneas otro mensaje escrito en tinta invisible.

Fragmento de una de las cartas de Elvira con la doble escritura.
La veracidad de las informaciones, claro, variaba dependiendo de quién fuese el destinatario. Como sus lealtades estaban con los aliados, a los británicos les contaba la verdad y con ellos planeaba qué contar a los alemanes. Mezclaba información verídica pero irrelevante con mentiras que crearan confusión e inseguridad. Entre sus logros está haber evitado un posible ataque al Reino Unido con armas químicas contándoles a los alemanes que los británicos habían desarrollado unos gases potentísimos y que tenían una defensa muy preparada ante cualquier ataque químico. Y lo más importante: fue una de los cinco agentes que contribuyeron al éxito del desembarco de Normandía, haciendo creer a los alemanes que esa «invasión» se iba a hacer por el golfo de Vizcaya. Lo hizo tan bien que los alemanes siguieron confiando en ella cuando ya estaba claro cómo iba a acabar la guerra.

A Elvira todo esto le vino muy bien porque su tren de vida no era muy sostenible. Sus padres no podían alimentar la cuenta en Suiza que le habían abierto, así que durante toda la guerra estuvo hasta arriba de deudas de juego. El doble salario le era muy útil, pero insuficiente, como señalaba siempre en sus cartas a unos y otros empleadores.

La verdad es que no sé bien si después de la guerra consiguió asentarse un poco. Pero sí sé otras cosas: vivió en Londres y trabajó como traductora de libros y de obras de teatro hasta que las autoridades se pusieron en serio a perseguir y encarcelar a personas homosexuales (especialmente a hombres). El arresto de uno de sus mejores amigos fue la gota que colmó el vaso, así que se fue a España porque era donde habían recalado sus padres y su hermana. La España de los años cincuenta, para sorpresa de nadie, tampoco era el mejor destino para ella. Al final se fue a Francia, a la mansión que le dejó su padre en la Costa Azul, porque hace falta mucho más que una guerra mundial para destruir el privilegio de una familia riquísima.
Elvira (derecha) con una amiga en los años sesenta. Quiero creer que esa «amiga» es Carmen, su pareja desde finales desde los cincuenta hasta su muerte.
Allí, en una fiesta de Nochevieja a finales de los años cincuenta, conoció a Carmen (no sé su apellido), una española exiliada. El flechazo parece ser que fue instantáneo. Carmen se mudó casi enseguida a la mansión de Elvira, que abrió una tienda de regalos en la planta baja a la que llamó L’Heure Bleu.

¿En qué momento le contaría a Carmen su ocupación durante la guerra? ¿Se lo habría dicho ya cuando en 1995 los británicos desclasificaron parte de su expediente y un periodista inglés se trasladó hasta su retiro francés —en los últimos años, un balneario— påra entrevistarla? El resultado fue un artículo titulado High Society Spy (Espía de alta sociedad), que se publicó en The Mail on Sunday y que parece ser que fue muy popular (yo no lo he encontrado). Entre los lectores estaba uno de sus antiguos jefes en el MI5, que al leer que la exespía aún pasaba por tribulaciones económicas (¿seguiría jugando?) envió un cheque por 5000 libras esterlinas de parte de la organización. Las disfrutó poco tiempo: murió en 1996, a los 85 años.
 

Las que no ganaron

Noor Inayat Khan.
Descubrí a Elvira de la Fuente buscando espías en Wikipedia. Hacía clic en las que tenían nombres no anglosonantes por eso de no hablar solo de señoras inglesas. Al entrar en las muchísimas páginas que visité, un dato me hacía no leerlo todo: la fecha de la muerte era en bastantes casos 1944. Los nazis no eran tan tontos como parece cuando lees cómo los engañaron Elvira y sus compañeros, y muchos y muchas espías acabaron sus días en un campo de concentración. Y la verdad es que en estos días oscuros de diciembre yo buscaba un final feliz.

No sé por qué leí la página de Noor Inayat Khan. Quizá porque es muy larga, mucho más completa que la de Elvira, quizá porque leí que había nacido en Moscú y que era hija de un matrimonio indio (la madre en realidad era estadounidense, pero de familia india), que sus padres eran de la realeza (el privilegio a ella le sirvió de poco) y músicos, que su padre era pacifista y los había educado a ella y sus hermanos en ese rechazo a cualquier tipo de violencia. ¿Cómo llega alguien a ser espía desde el pacifismo más profundo?
En el caso de Noor Inayat Khan, la respuesta parece ser que simplemente quería contribuir a acabar con los nazis. Aunque había nacido en Moscú, ese mismo año (1914) la familia se mudó a Londres huyendo de la guerra. Allí creció. Estudió música y psicología infantil y escribió varios libros y relatos infantiles. Entonces estalló la guerra.

Contra todo pronóstico, se unió a la Women's Auxiliary Air Force, donde la formaron como operadora de radio. Su fluidez hablando francés y la agilidad de sus dedos de arpista la hicieron candidata perfecta para ser enviada a la Francia ocupada (la primera mujer operadora de radio a la que enviaron), aunque con muchas dudas sobre si podría sobrevivir. Los informes que enviaban sus instructores la dibujan como alguien que podría protagonizar una comedia mala: era torpe, no parecía muy consciente de a qué se enfrentaba y, aunque se esforzaba mucho en superarlo, las armas la aterrorizaban.

Aun así, fue enviada a Francia, donde duró más que muchos de sus compañeros (según parece, en 1943 la esperanza de vida de los operadores de radio en la Francia ocupada era de seis semanas) y sí logró realizar su trabajo durante algún tiempo. Su final fue triste, pero también de película: cuando se dieron cuenta de que la Gestapo ya la tenía en el punto de mira, intentaron despistarlos. Le dieron a Noor dinero para un cambio de look, pero no lo hizo muy bien. Cambió de peinado y se compró ropa nueva, pero cometiendo un error grave: se decantó por prendas azules, su color favorito. La Gestapo sabía de esta fijación.

La localizaron y arrestaron por culpa de su ropa azul y porque alguien de la red la traicionó. Fue ejecutada en el campo de concentración de Dachau el 14 de septiembre de 1944 y no pudo retirarse en la costa, donde me la imagino montando una especie de comuna que atraería a todos los hippies de los años sesenta.

Es una reflexión fácil y manida, pero mientras leía sobre ellas pensé bastante en que los meses en los que cultivé mi europeísmo regándolo con becherovka y Staropramen en Praga no habrían existido sin Elvira, Noor y toda esa red de espías que al final lograron mucho más que darnos a James Bond. Cierro aquí el capítulo aclarando que la Unión Europea no patrocina esta niusléter (término acuñado por Ana Flecha Marco y que utilizaré a partir de ahora) y que yo también estoy un poco harta de todos los documentales y películas sobre nazis. 

  • La información sobre Elvira de la Fuente sale casi por completo del libro Los secretos de Elvira, de Hugo Coya. Pero descubrí también que es posible descargarse su expediente completo de espía en la web de The National Archives.

  • Para Noor Inayat Khan me basé en Wikipedia y en esta noticia de The Guardian. Hay una biografía (Spy Princess: The Life of Noor Inayat Khan, de la historiadora Shrabani Basu) que se va a convertir en miniserie. Sale también en A Call to Spy, esa peli que quiero ver.

 

El botiquín 💊

Las vitaminas culturales que me han mantenido cuerda y feliz estas semanas;

📖 Hace un par de semanas, me encontré en casa de mis padres sin lectura, así que escaneé sus estanterías. Saqué El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, que además venía con una pequeña sorpresa. Es lo primero que leo de ella y ahora no sé muy bien por qué he tardado tanto. Me enamoró.

📺 Yo no sé si debéis fiaros de la opinión de alguien que de adolescente iba diciendo por ahí que John Lennon le hacía visitas, pero sí, he visto Get Back, el documental sobre los Beatles dirigido por Peter Jackson que acaba de estrenar Disney+ y es una fantasía. Son 8 horas que no sé bien si pueden interesar a los no fans, pero qué sé yo, es increíble que después de tantos años nos quedara tanto por ver y conocer.

Si no os atrevéis con todo porque creéis que podéis prescindir de los Beatles tocando Two of Us diez veces haciendo el idiota, id a la tercera parte y poned la última hora. Es el concierto de la azotea y una maravilla que no me creo que podamos ver y escuchar con tanta calidad y lujo de detalles (y el Londres de 1969 y la gente de la calle). Es alegría pura. Y ellos tan guapos y con una ropa tan hipnotizante.
🎧 Debería estar escuchando como loca discos de este año para votar los que creo que han sido los 10 mejores (Víctor, si lees esto, que sepas que como todos los diciembres pienso en ti todos los días y tengo buenísimas intenciones de enviarte la lista antes del día 31), pero ando un poco desinspirada. Así que donde he caído es en la lista Jeepster 96, hecha por Stuart de Belle and Sebastian con las canciones que cree que escuchaba más mientras escribía If You’re Feeling Sinister. Si os gusta ese disco, os gustará la lista. Si no habéis escuchado nunca ese disco, de verdad, qué envidia. Ojalá volver a escucharlo por primera vez y sentir cómo de forma sigilosa me cambia la vida (no sé si funciona si no tienes 16 años).
Y el típico final de niusléter: si te ha gustado, reenvíala. O usa este enlace o los iconos de debajo para compartirla. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres hablarme de espías, de infancias e historias, de The Beatles o recomendarme música, contesta a este email o dime algo en Twitter o Instagram. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
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