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junio 6, 2021

OZ #12 💌 La mujer que llegó a ser rey

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Poneos cómodas y con el café bien calentito. Hoy tengo mucho que contar, pero creo que vale la pena.

Ugbabe Ayibi era un granjero y recolector de savia de palmeras de Enungu-Ezike (Nigeria) que llevaba unos años de malas cosechas y mala salud en la familia. Algo desesperado, consultó a un adivino, que le dijo que la diosa Ohe estaba enfadada con él por algo que había hecho. Como castigo, y para calmar su ira, debía entregarle a su hija como esposa. 

Casarse con una divinidad era un poco como convertirse en monja, una forma de esclavitud espiritual, pero que tenía también sus ventajas a nivel de estatus social. Lo principal era que todos los hijos que tuviera la esposa de la diosa serían propiedad de la divinidad y no de la familia. Si te estás preguntando cosas como de dónde salen los hijos de una mujer y una diosa, sigue leyendo. Volveremos al tema, pero antes vamos a ponerle nombre a la protagonista de hoy: Ahebi Ugbabe, hija del malhadado granjero, que tenía unos trece o catorce años cuando el adivino le comunicó a su padre la fácil solución para sus desdichas.

Hasta aquí, no hay nada inusual. Lo que sí es inusual es lo que hizo Ahebi Ugbabe cuando se enteró de todo esto: como buena adolescente rebelde, se negó. Y, como consecuencia, tuvo que abandonar el pueblo y a su gente. Se fue de la región de Igboland (al sudeste de la Nigeria actual) y pasó a la vecina Igalaland o Reino de Igala, donde empezó el ascenso hacia el poder que la haría volver a su tierra dos décadas más tarde y acabar siendo rey. Lo más revolucionario de todo esto no es que ella fuese rey y no reina, sino que fuese rey de una tierra, la de los igbos, que normalmente era regentada por grupos de hombres y no por una sola persona.

Igboland, en Nigeria.

Sí, necesitamos más contexto. Todo esto (la huida) ocurrió a finales del XIX. En ese momento, Europa estaba a tope explorando, ocupando, repartiéndose y colonizando África, y la zona de lo que ahora es Nigeria fue cosa de los británicos. Para su expansión, solían buscar a los líderes locales, a los que otorgaban privilegios y algún título como headman o warranty chief. A cambio, el Imperio británico podía ir ampliando su influencia sin demasiados conflictos en su contra (que los hubo, claro).

Volvamos a Ahebi Ugbabe. En su odisea desde Igboland a Igalaland, empezó a ganarse la vida como prostituta. Estas estaban bien vistas en su región natal (las llamaban «mujeres libres» y al estar solteras podían hacer con su cuerpo lo que quisieran), pero no tanto en la región vecina.  Era una ocupación más marginal que solía ser desempeñada por extranjeras. Por ejemplo, mujeres igbo como Ahebi.

Cuando llegó a Igalaland, la región ya estaba bajo mando británico. Durante muchos años, compaginó la prostitución con el comercio y en ambas ocupaciones fue ganando influencia. Como en todo su periplo había aprendido varias lenguas (inglés pidgin incluido), sus clientes eran de lo más variado. Bastante oficial británico y bastante líder local (el rey de Igalaland entre ellos). Como comerciante, aunque empezó con aceite de palma, llegó a ocuparse también del tráfico de caballos, algo más típicamente masculino y de gente con mucha influencia. A nadie se le escapaba que era una mujer astuta y con buen olfato comercial.

Oficiales británicos e intermediarios nigerianos.

La fluidez de género de los igbo

Ahebi Ugbabe debió de ser de verdad una persona excepcional. Porque, si bien en su Igboland nativa —al igual que en muchas otras zonas de África— el género no era ni fijo ni iba necesariamente unido al sexo, fueron los británicos los que le dieron puestos que normalmente reservaban a hombres, y de estos señores ingleses de principios del siglo XX podemos esperar menos apertura de mente. Fue la única warrant chief femenina de toda Nigeria.

Pero los igbo no eran señores ingleses y no eran europeos, así que su concepción del género era totalmente diferente a la que tradicionalmente por Occidente siempre habíamos creído única. En este texto en Periféricas, la doctora en historia contemporánea Carmen V. Valiña explica:

...en el contexto africano el género ha de entenderse como una categoría construida social y culturalmente, que evoluciona con el tiempo y que no puede definirse como una lucha entre opuestos masculino-femenino. Cada mujer puede tener diferentes “géneros” a lo largo de su ciclo de vida, y el género variará según los contextos históricos, sociales y políticos.

En el caso de los igbo, las mujeres podían convertirse en hombres (y viceversa) para desempeñar determinados roles sociales: podían ser hijos o esposos, por ejemplo. Los roles masculinos solían otorgar más estatus que los femeninos, razón por la que Ahebi Ugbabe se embarcó en esa odisea para regresar a Igboland no como mujer rica e influyente entre los colonos, sino como hombre rico e influyente. La fluidez de género en Igboland era típica para temas sociales, pero no para ocupar puestos de poder. Esto acabaría creando problemas.

Después de warrant chief, Ahebi Ugbabe quiso ser eze. O, lo que es lo mismo, rey. Y lo consiguió una vez más gracias al apoyo exterior, en este caso de los vecinos de Igalaland, donde sí eran comunes los reyes. En Igboland, en cambio, la máxima autoridad normalmente la ejercía un pequeño grupo de ancianos y no solo una persona. Pero Ahebi Ugbabe contaba con el apoyo de británicos y de la región vecina, así que se salió con la suya.

En todos estos años de medra, Ahebi Ugbabe fue también acumulando esposas, algo no del todo extraño. En los matrimonios igbo, el marido paga una cantidad de dinero a la familia de la novia, algo a lo que tradicionalmente desde Occidente se ha llamado bride price (‘precio de la novia’), pero que Nwando Achebe, de quien hablaremos más adelante, dice que en realidad es un child price (‘precio del niño’). Porque lo que hace ese dinero es que los hijos que tenga la esposa sean de la familia del marido (si no, serían de ella).

Mujeres igbo.

No era extraño que las mujeres igbo ricas como Ahebi se casaran con otras mujeres: pagaban ese precio y se convertían en maridos. Los hijos que sus esposas tuvieran, fruto —claro— de relaciones con hombres, serían de la familia de ese marido femenino. (Y así es también como funciona lo de la esclavitud espiritual: si Ahebi se hubiese casado con la diosa Ohe como quería su padre, los hijos que hubiese tenido por su cuenta con quien quisiera hubiesen sido de la divinidad).
 

La última palabra


Recapitulemos: tenemos a Ahebi Ugbabe de vuelta en su tierra y convertida en rey, en contra de la costumbre local, y amiga de los poderosos extranjeros. Por supuesto, entre los suyos no tenía muchos amigos. No ayudaba tampoco que sus formas fuesen bastante autoritarias y que además nadase con facilidad y alegría en la corrupción.

La gota que colmó el vaso fue su intento de ir un paso más allá y convertirse en un hombre completo. Esto era algo que solo estaba al alcance de los hombres biológicos y que además tenía como prerrequisito pasar un rito de iniciación (es decir, no todos los hombres biológicos eran hombres completos). Ahebi comprobó en su intento de llegar a ese estadio, saltándose algún paso previo, que la fluidez de género de los igbo tenía sus límites. Y descubrió también, cuando buscó la ayuda de sus amigos británicos llevando a juicio al comité de ancianos de su pueblo, que los señores ingleses no eran tan buenos amigos suyos. Fallaron en su contra.

El resultado no fue el drama que nos imaginamos: ni la mataron ni la encarcelaron ni la exiliaron. Simplemente, le perdieron el respeto y empezaron hasta a hacer cancioncillas que la ridiculizaban. Pero Ahebi Ugbabe aún quiso que la última palabra fuese suya.

Funeral igbo. El de Ahebi tuvo más pompa.

En la tradición igbo, para que te vaya bien en el más allá, tu funeral tiene que cumplir una serie de requisitos y tienen que observarse una serie de rituales. Con buen ojo, Ahebi no se fiaba ni un pelo de que eso se fuese a cumplir en el suyo. ¿Solución? Organizarlo ella misma, que aún era una señora rica y con cierto poder, y celebrarlo mientras estaba viva, asegurándose así una buena eternidad y que nadie entre los vivos se olvidase de ella.

No reparó en gastos y tuvo un funeral a lo grande: hubo disparos, sacrificios de animales y música. Murió años después, en 1948. La enterraron con los rituales normalmente reservados a los hombres y en el pueblo de su madre la convirtieron en divinidad. En el de su padre, Enugu-Ezike, del que tuvo que huir a los trece años, aún se la recuerda en canciones y refranes.
 

Nwando Achebe: la historiadora que tiró del hilo

Si yo (y ahora también vosotros) conozco esta historia, es gracias a una persona: Nwando Achebe, historiadora y académica nigerio-americana que un día de 1995, leyendo un informe de 1934 sobre los igbo, se encontró con una frase que fue la chispa que lo encendió todo: «el pueblo de Ogurte [Enugu-Ezike, Nigeria] se distingue por tener un Eze femenino». 

Achebe llevaba ya más de un año enfrascada en lecturas sobre los igbo intentando encontrar sobre qué hacer su tesis. Sabía que quería hacerla sobre su gente, las mujeres igbo, porque en todos los textos históricos que había leído sobre ellas no se reconocía. Eran textos muy eurocéntricos, que daban la imagen de mujeres sumisas y oprimidas; Achebe, que pasó su infancia y adolescencia en Nigeria, no se reconocía ni a sí misma ni a ninguna de las mujeres nigerianas que ella conocía.

Encontrar la referencia a un eze, rey, que era mujer, le dio el tema. Y ahí empezó una investigación exhaustiva (al principio no tenía ni su nombre) que buscó su rastro en archivos coloniales y en la propia Igboland, hablando con la comunidad. Una historia oral que le llevó tiempo y paciencia (había cosas que la gente sabía y no le decía) y varios viajes a las tierras por las que pasó Ahebi Ugbabe, intentando recrear su itinerario y reconstruir la historia.

El resultado es un fascinante libro en el que cuenta la vida de Ahebi Ugbabe y también su propio proceso en la reconstrucción de la historia, algo que me parece interesantísimo. El libro se llama The Female King of Colonial Nigeria: Ahebi Ugbabe, ganó varios premios y en general ha sido muy aclamado.

Sin embargo, también ha habido críticas. Hay quien la acusa de borrar la homosexualidad al hablar de los matrimonios entre mujeres y no decir que Ahebi Ugbabe era lesbiana. Achebe dice que es una crítica sin fundamento hecha desde una concepción occidental del mundo y del feminismo. Claro que había gays y lesbianas, dice, pero los matrimonios no tenían nada que ver con eso por todo lo que ya hemos visto de la fluidez de género y los roles cambiantes. De hecho, aunque los matrimonios entre mujeres eran normales y socialmente aceptados, parece ser que las relaciones homosexuales no estaban bien vistas y eran perseguidas. 

No sabemos —y posiblemente nunca sepamos— si Ahebi Ugbabe era lesbiana. Tampoco si era un hombre trans, otra idea que se nos puede venir a nuestro cerebro occidental. Sí sabemos que fue transgresora y revolucionaria, que jugó dentro de las convenciones locales de género y las estiró hasta llevarlas más allá de su límite. Rompió un techo de cristal usando métodos no siempre ortodoxos y, cuando la hicieron bajar de su pedestal, se construyó su propio homenaje funerario. Mucho más de lo que cualquiera hubiera esperado de aquella adolescente que se negó a casarse con una diosa.


El botiquín 💊

Las vitaminas culturales que me han mantenido cuerda y feliz estas semanas:

📖 Me gustó mucho No es un río, de Selva Almada. Se lee en una patada y te transporta a ese río que no es un río y a la vida de los isleños y los extranjeros, a pesca y bailes y bebida y muertes y espíritus que se deslizan entre los vivos.

📺 Vi Yentl, la primera película dirigida por Barbra Streisand (y la primera película de la historia escrita, dirigida, producida y protagonizada por una mujer) y me fascinó. La sinopsis te dice que una chica en una comunidad judía europea de principios del siglo XX se disfraza de hombre para poder estudiar. Pero en la película llevan esta situación hasta el límite de una forma fantástica. Siempre pensaba: «no se van a atrever a dar este paso». Y lo daban. Está en Filmin.

🎧 Soy una de esas millennials geriátricas que se ha rendido ante SOUR, de Olivia Rodrigo. Que haya nacido en 2003 solo hace que me sienta geriátrica de verdad.
 

Novedades

¿Has llegado hasta aquí? Gracias. La verdad es que hoy me estoy pasando un poco, pero prometo que ya acabo. Quizá hayas notado que el asunto de esta carta es distinto a los de otros meses. Se me ocurrió que lo de Otra newletter: la quincuagésima tercera no era muy sostenible y además era aburrido. Así que decidí cambiarlo por un asunto que dijese algo de lo que os vais a encontrar dentro.

Pero «Otra newsletter» como título me quitaba muchos caracteres, así que lo transformé en sus siglas, ON. Pero ON me sonaba a startup de señor que se cree que ON suena a moderno y digital. Así que giré la N hasta una Z. Seremos OZ hasta que alguien me cuente alguna historia turbia sobre el mago y su relación con Dorothy.

Ahora sí, me despido. Muchísimas gracias si sigues ahí. Puedes contestarme y contarme algo. Espero que no se te haya enfriado el café.

Y el típico final de newsletter: si te ha gustado, reenvíala. O usa este enlace o los iconos de debajo para compartirla. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres hablarme de fluidez de género, de Barbra Streisand o de discos de gente para la que los 2000 son retro, contesta a este email. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
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