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Como prometí hace dos semanas, hoy llega una carta extra, una carta distinta, un especial de primavera. Las protagonistas son dos: la poeta Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) y la poeta, traductora e investigadora Tera Blanco de Saracho (Vigo, 1984), que ha dedicado los últimos años a una tesis casi, casi acabada sobre la recepción de la poesía de la poeta americana en España a través de sus traducciones.
Hace unos meses, en un comentario en mi blog (perdonad este giro hacia mí), Tera me decía que Emily Dickinson era su «hermana del siglo XIX». Y qué mejor forma de empezar a conocer a una persona muerta hace más de un siglo que hablar con su hermana espiritual del siglo XXI, alguien que la ha estudiado e investigado tanto que la conoce al dedillo. ¿Cómo escuchar tanto amor y no salir directos a la librería para ver si Emily (la llamaremos así, a secas, porque es una amiga) puede ser también hermana nuestra?
¿Cuál es tu primer recuerdo de Emily?
Mi primer recuerdo es de cuando estaba en la universidad. Un día fui a una librería que hay aquí en Madrid y, curioseando en la sección de poesía, saqué una antología de Emily. Me sonaba como una grande de la poesía estadounidense, pero cogí el libro y me pareció un rollazo increíble. Anticuada, decimonónica, una poesía muy rimada…
¿Eran los poemas en inglés o una traducción?
Era una de las traducciones canónicas, la de Marià Manent, un poeta y traductor catalán. Estaba editada en Visor y se me cayó un poco de las manos porque no conecté nada en aquel momento. Y sentí que era por la traducción.
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Tiempo después, en otro momento de mi vida, encontré también en una librería una antología de la correspondencia de Emily que se editó en Lumen. Fue una revelación total: cogí ese libro, leí un poco allí mismo en la librería y aluciné. Aquellas cartas tenían una originalidad y una manera de expresarse diferente, con sentido del humor y a la vez mucha profundidad e inteligencia.
Me llevé el libro a casa y la revelación continuó con que había unas cartas que le escribía a una tal Susan que me parecieron claramente cartas de amor y pasión, tremendas. Como en aquel momento de mi vida yo también descubrí que me gustaban las mujeres, fue una conexión muy grande en muchos niveles.
¿En qué momento de tu investigación para el doctorado fue esto? Porque al principio tu tesis iba a ir sobre el poeta gallego José Ángel Valente...
Fue bastante antes de que cambiase de tema. Aún no había terminado la tesina, que fue sobre él. Hice el cambio de tema en 2013. En ese periodo, desde que descubrí la correspondencia en 2009 hasta que empecé la tesis sobre Emily, fui haciendo otras lecturas y dándome cuenta de que las traducciones que había de Emily influyen mucho en la imagen que se ha transmitido de ella. Tú coges una traducción y tienes una idea de su poesía y de su vida que es muy diferente a otras traducciones y sobre todo a una traducción en concreto, que es la que analizo en profundidad en mi tesis, una traducción feminista de su poesía completa que se hizo entre 2012 y 2015.
Como yo estaba haciendo una tesis que era sobre traducción, me di cuenta de que era un tema muy interesante porque tocaba la traducción y también los estudios de género. En esa reflexión de su poesía a través de sus traducciones, la importancia del género era fundamental.
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Tera en la casa de Emily, en Amherst (Massachusetts), 2016.
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¿El tema del género entonces estuvo ahí desde el principio?
Era una intuición que yo tenía desde el principio, pero fue investigando cuando me di cuenta de que no era la única que notaba que esta cuestión era importante para interpretar su obra. En Estados Unidos había desde los años 70 investigadoras feministas que lo habían puesto de relieve, y en España faltaba mucho todo ese conocimiento. Esa interpretación feminista faltaba en todas las traducciones anteriores a la de 2012 que mencioné antes, que hicieron María Milagros Rivera Garreta y Ana Mañeru. Fue un poco progresivo, pero sí estuvo desde el principio la intuición.
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Esto —lo de la importancia de una perspectiva de género en la traducción— entronca un poco con la polémica relacionada con las traducciones de la poeta americana Amanda Gorman, que prefiere que quien la traduzca sea una mujer joven, preferentemente negra o activista social.
Es un tema que se puede interpretar de muchas maneras y todas contribuyen a reflexionar sobre la traducción y lo que supone. Yo no soy muy tajante. Creo que cualquier persona con sensibilidad, sea hombre, mujer, lesbiana, heterosexual, lo que sea, puede traducir a otro ser humano. Pero también entiendo lo que pasa en este contexto. Me parece bien que como un gesto de reivindicación y de activismo ponga sobre la mesa que quiere ser traducida por una mujer negra, activista y con una conciencia fuerte de esa identidad y esa situación de diferencia. Me parece un acto de significación.
Al final, escribir poesía o hablar o tener un discurso es expresarse y manifestarse, así que entiendo que esta poeta en este momento quiera que su discurso esté mediado por otra persona que tenga una conciencia fuerte de eso, que sea una mujer y que sea negra. Lo entiendo perfectamente. Pero eso no quiere decir que siempre y solo una mujer negra deba traducir a una mujer negra. Porque hay mujeres con una conciencia feminista fuerte, pero también puede haber hombres con una conciencia feminista fuerte y que puedan traducir a mujeres. Y puede haber mujeres sin conciencia feminista.
Volviendo a Emily, hiciste parte de tu investigación en Amherst, el lugar en el que nació y vivió. ¿Qué te aportó investigar desde allí?
Fue una experiencia muy bonita porque era ponerle los espacios a la poesía de Emily, que es una poesía muy marcada por el lugar donde fue escrita. Estar allí y verlo con tus propios ojos es estar un poco en su mundo. Al mismo tiempo, también fue chocante porque creo que lo que prima allí a nivel institucional es precisamente la imagen tradicional de Emily.
En la casa-museo, el discurso que nos contaba el guía reproducía otra vez el mito de la reclusa. Que escribía una poesía genial, pero la vida que te transmiten de ella está desconectada de esa genialidad. Falta la conexión entre la vida y la obra, que es un poco lo que han intentado recuperar las traductoras feministas en España y otras muchas investigadoras.
¿En qué se equivoca esa imagen?
Cuando estaba en Amherst y conocí a gente de allí, estadounidenses, me decían que en el instituto estudiaban a Emily Dickinson como aquí estudiamos a Cervantes. Y la imagen que tenían de ella era la de una poeta depresiva, triste, recluida, sin un porqué claro. En mi opinión, ese porqué se ha explicado de maneras estrambóticas, como que eran amores frustrados con hombres casados o incluso con clérigos. Pero yo leía sus cartas o sus poesías y lo que a mí me llegaba directamente era alguien con muchísima personalidad y originalidad, transgresora en lo que eran los roles de género y sociales, y no me encajaba esa idea clásica.
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¿Has visto alguna de las últimas películas y la serie sobre ella? ¿Qué opinas?
Todavía no he podido ver la serie, Dickinson. Vi solo el primer capítulo, que me pareció que era un poco adolescente y que asimilaba a Emily a una estética gótica. Pero sé que ahí sí defienden la idea de que estaba enamorada de Susan, que me parece un avance. He visto también otra peli que habla de la relación entre ella y Susan (Wild Nights with Emily, 2018). Es un poco en clave de humor y es otra visión que me acerca muchísimo más a lo que yo conozco de Emily que por ejemplo otra película reciente, la de Terence Davies, Historia de una pasión (2016), que me pareció horrible. La vi en Amherst, en el preestreno, con el director allí. Para mí faltaban un montón de elementos claves de su vida y de su obra: la relación con Susan está totalmente borrada…
¿La historia de una pasión no es de su pasión por Susan? (No he visto la película).
¡No! Supongo que se referirá a su pasión por la poesía. Pero precisamente la pasión por la poesía y por Susan para mí están superconectadas y en esa peli solo se menciona que Susan era la cuñada y nada más. También está totalmente ausente la relación con el jardín, que es fundamental, porque era un espacio de creación muy importante para ella. Su poesía está llena de símbolos que son símbolos de la naturaleza, utiliza las flores del jardín, los pájaros que pasan por allí, los animales, las estaciones del año… Son alegorías de otras cosas, pero las palabras que ella usa salen de ahí, algo que no está en la película. Da una imagen torturada de ella.
¿Cómo era ese jardín, tú que lo has visto en directo?
El jardín como está ahora no es como lo tenían ellos. De hecho, cuando vivía Emily tenía establo con animales y todo. Cuando yo lo vi no tenía ni las flores ni todo lo que cultivaban allí. De su época solo quedaba un árbol enorme que sale en sus poemas también, lo que me pareció muy emocionante. También había un invernadero que se ocupaba de cuidar Emily, y que estaban restaurando. Era una gran conocedora de la jardinería y del mundo natural.
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Tera abrazando el árbol de Emily.
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¿Cómo recomendarías a los no iniciados en Emily Dickinson que se iniciaran?
Creo que les diría que empezasen como empecé yo, a través de la correspondencia. Esa antología de cartas que está publicada en Lumen y que tradujo Nicole D’Amonville Alegría. El lenguaje de las cartas en realidad es muy próximo al de la poesía, y el pensamiento que ella transmite a través de esas cartas es poético. La poesía de Emily es sencilla y compleja a la vez, la entiendes pero no sabes cómo la entiendes, te lleva directa a algo emocional pero si te pones a analizarla te dices «pero qué está diciendo». En las cartas puedes entrar en ese lenguaje, pero por una vía más cercana a las vivencias y la experiencia.
Además, a través de las cartas esa relación con Susan y ese amor es quizá más explícito que en los poemas. Porque el problema, y uno de los puntos de mi tesis, es que como el inglés no tiene género marcado, no está explícito en los poemas de amor a quién van dirigidos. Tú ves un poena de amor, pero con nuestro pensamiento tan heteronormativo a lo mejor no se te ocurre pensar que es un poema de amor escrito para una mujer. En las cartas se ve.
Ya para terminar, ¿cuál es tu poema preferido de ella?
Es muy difícil, todos sus poemas son geniales (y escribió más de 1770). Por ejemplo, uno que tenga un poco de humor y vitalidad, que para mí es lo que prima en Emily. Hay uno que habla de una abeja que se emborracha. Me parece que es un poema de erotismos, de humor y de derroche de vitalidad. Yo creo que Emily es esa abeja. Es una poeta alucinante.
Tomo un licor nunca destilado —
De Vasijas achicadas en Perla —
¡Ni todas las Bayas de Frankfurt
Darían semejante Alcohol!
Ebria de aire — estoy yo —
Y Viciada de Rocío —
Tambaleándome — por interminables días de verano —
Desde posadas de Azul fundido —
Cuando los “Dueños” echen a la Abeja borracha
De la puerta de la Dedalera —
Cuando las Mariposas — renuncien a sus “tragos” —
¡Yo beberé todavía más!
Hasta que los Serafines agiten sus Sombreros nevados —
Y los Santos — corran a las ventanas —
A ver a la Borrachita
Apoyada contra el — Sol —
(Traducción de Ana Mañeru y María Milagros Rivera Garretas en la editorial Sabina. Aquí el original en inglés).
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El botiquín 💊
En esta carta, las vitaminas culturales no son mías, son las que han mantenido a la entrevistada cuerda y feliz las últimas semanas.
📖 Mindfulness para urbanitas. La alegría de la vida en la ciudad, de Lucy Anna Scott. «Está escrito de una manera que me hizo recordar los motivos por los que me gusta vivir en esta ciudad (Madrid) a pesar de las dificultades que conlleva y de esta pandemia».
🎧Playlist de clásicos del jazz. «Escuchar jazz de noche, mientras hago la cena o leo un libro en la cama, crea una atmósfera que me hace sentir que la vida es emocionante, pero a la vez me da tranquilidad».
📺 «La última peli que vi ha sido Ammonite, sobre una paleontóloga que se enamora de una mujer en el siglo XIX. Me encantan los biopics y, aunque la química entre ellas me pareció flojilla, Kate Winslet está fantástica».
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