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noviembre 1, 2020

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Sophie Blanchard murió el 6 de julio de 1819, cuando el gas del globo aerostático en el que volaba y desde el que realizaba un espectáculo de fuegos artificiales empezó a arder. Ella era una aeronauta con experiencia, así que consiguió más o menos mantener la calma e ir descendiendo no muy rápido, pero al final el globo dejó de volar o las cuerdas de la cesta ardieron y chocó contra un tejado. Blanchard cayó a la calle enredada en las cuerdas y murió en el acto.

Madame Blanchard era una estrella y su espectacular muerte supuso un shock. Fue la primera mujer aeronauta profesional de la historia y contaba con Napoleón entre sus fans más acérrimos. Lo de hacer exhibiciones de pirotecnia desde el globo —algo que no parece muy seguro y que, efectivamente, resultó no serlo— era solo una de las actividades que la llevaron a la fama. También era paracaidista y se lanzaba en paracaídas con perros y más locuras que podéis leer en la Wikipedia, que es lo que estoy haciendo yo ahora.

Os hablo de ella porque el fin de semana pasado leí Por el placer de hacerlo, de Amelia Earhart, y al final del libro va enumerando a otras aviadoras contemporáneas a ella, a algunas anteriores y a las pioneras de verdad, las aeronautas. Y mientras leía tanto nombre desconocido para mí y las buscaba en Google Imágenes (hay algo fascinante en todo esto) se me ocurrió por fin cuál podría ser el hilo conductor de esta newsletter y cómo diferenciarla del blog. ¿Y si cada mes le dedico la carta, así un poco por encima, a una pionera de algo? Es una excusa fantástica para bucear en la Wikipedia y descubrir cositas guays.

Muchas de las pioneras (y pioneros) del aire murieron como Blanchard, en un accidente. Salvando mucho las distancias, todo esto me recordó a un día en segundo de carrera en el que Lucía y yo salimos de Periodismo para ir a hacer una entrevista a la facultad de Psicología. El paseo era de unos 40 minutos a través de Santiago. Al salir, miramos al cielo y vimos un globo que sobrevolaba la ciudad. Mientras lo observábamos, un señor mayor que se nos cruzó los señaló y dijo «aínda van morrer» («aún se van a morir»). Continuamos el paseo y al llegar a Psicología nuestra entrevistada nos dijo que la teníamos que perdonar, que estaba muy nerviosa porque un globo con tres chicos a bordo se acababa de estrellar contra un tejado. Los chicos murieron y Lucía y yo creemos que ese señor con el que nos cruzamos era La Muerte.

Tragedias a parte, hay también quien no murió así. Margaret Graham, por ejemplo, la primera aeronauta británica, murió en la cama en 1880 con los 75 años cumplidos. Está enterrada en el cementerio de Abney Park, en Londres, así que es posible que pasara por delante de su tumba sin saberlo. Es un cementerio de esos un poco asalvajados perfectos para pasear. Está entre mis cementerios favoritos con el de Vyšehrad en Praga, el Zentralfriedhof de Viena y la Necrópolis de Glasgow. No iría en Todos los Santos, por eso de las aglomeraciones, pero os los recomiendo para la pospandemia.

Mi viajera del aire preferida, ya tras los mandos de un avión, es Harriet Quimby, la primera mujer que obtuvo licencia de vuelo en Estados Unidos (fue en 1911) y la primera en cruzar el canal de la Mancha pilotando un avión, porque además de aviadora fue guionista de aquel Hollywood que aún estaba dirigido por mujeres. Sus trajes de aviadora también eran muy de estrella: el más famoso es un mono color púrpura, capucha para no despeinarse, y unas botas altas. También fue una versátil periodista (lo mismo te escribía consejos para llevar el hogar que artículos sobre motores) y fotógrafa. Murió, como Blanchard, en una exhibición de vuelo. Eso sí, sin fuegos artificiales.

  • Este artículo de Meritxell Anfitrite en Traveler hace un bonito repaso de las aviadoras y aeronautas pioneras, por si queréis más nombres, más historias y más fotos.
 

Las recomendaciones

📺 Estos días vi Sanditon, basada en una novela inacabada de Jane Austen, que está en Filmin. Las cosas como son, es bastante mala y obvia y predecible, pero si queréis algo fácil y de no pensar acorde a los tiempos que vivimos y ya habéis visto Emily in Paris, es una opción. Es menos satisfactoria, pero a cambio van vestidos de época y hay mansiones y bailes y miradas. (La culpa de la obviedad no es de Jane Austen: por lo que vi en Wikipedia —mi fuente—, ella llegó solo a presentar a los personajes y la situación, todo lo malo es cosa moderna). No la recomiendo, pero quiero que alguien más la vea para odiarla en compañía.

Si queréis no solo mansiones y miradas y época (otra, los años 20 y 30), sino también calidad, en Filmin también está Retorno a Brideshead, adaptación superfiel de la novela de Evelyn Waugh protagonizada por un Jeremy Irons jovencísimo (1981). Jeremy Irons, por cierto, es quien lee el audiolibro en inglés.

 

Y, bueno, sigo con mi ciclo Jude Law, lo que significa que en octubre vi por primera o por segunda vez My Blueberry Nights, El editor de libros, Closer, Gattaca, Contagio, Efectos secundarios y El talento de Mr Ripley (no sé si me dejo alguna). Y estoy empezando El tercer día, que es muy inquietante y triste pero tiene un montón de primeros planos de la cara de Jude. 

🎧 Ya lo adelanté el mes pasado: Monument, el disco nuevo de Keaton Henson, ya ha salido. Y es todo lo que se espera de él para este noviembre oscuro.

📖 Empecé Las malas, de Camila Sosa Villada, y es una maravilla llena de dolor y tragedia pero que rezuma amor en cada palabra.
 

***

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Una mezcla entre lo que siempre me imagino como mi columna personal y, cuando tengo tiempo para documentarme, historias de señoras antiguas.



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