💌 OZ (otra newsletter)

Archivo
Suscribirse
abril 4, 2021

Otra newsletter 💌 La décima

¿No lo ves bien? Léelo en tu navegador.

Queridas 103 personas que estáis suscritas:

Creo que lo primero que pensé la primera vez que vi el Mont Blanc en persona fue que era una lomita blanca a la que parecían superar en altura los picos que la rodeaban. No sentí la llamada de la montaña ni se me pasó por la cabeza alcanzar su cima; bastante tenía con las rutas alpinas por glaciares por las que mi cuerpo adolescente se arrastraba detrás de mi padre y mi hermana y al lado o delante de mi madre. La primera vez que Henriette d’Angeville vio el techo de Europa, en cambio, toda la maquinaria de su cerebro se reorientó hacia un único objetivo: hacer cumbre. Estamos en los años 30 del siglo XIX.

Henriette d’Angeville era en aquel momento una señora que ya había cumplido los 40 años y que no era ajena al montañismo. Nacida en 1794 en una familia rica y aristócrata, se había criado recorriendo los senderos del Haut-Bugey, en el departamento de Ain, con sus tres hermanos, y nunca le había interesado lo que se suponía que las señoritas debían hacer. De veinteañera disfrutó de la vida de fiestas y bailes, pero se acabó aburriendo. La sed de montaña nunca la había abandonado y pronto puso su mirada en los Alpes. Y cuando, al llegar a Chamonix, contempló el Mont Blanc, decidió subirlo.

Organizó su propia expedición y se preparó a conciencia: se documentó sobre sus predecesores para aprender de sus errores y aciertos, pidió consejo a su médico sobre dieta e higiene, y diseñó su propio vestuario teniendo en cuenta que cumpliera los siguientes objetivos: resistencia, calidez, facilidad de movimiento y decencia. Sabía que llevar falda no era práctico porque ya había sufrido sus inconvenientes en rutas anteriores por montañas aledañas, así que encargó unos pantalones bombacho de lana y de cintura alta, además de camisas de hombre, medias de lana y seda, un abrigo, guantes, un par de sombreros, un cinturón de cuero, una mascarilla de seda para proteger la cara y, por eso de mantener el estilo y la feminidad, una boa para el cuello. Al final, llevaba encima unos 7 kilos de ropa, lo que hace que su hazaña tenga incluso más mérito.

Henriette d'Angeville en su outfit para subir al Mont Blanc. El dibujo lo hizo en 1838 J. Hébert. En Francia, por cierto, estaba prohibido que las mujeres llevasen pantalones desde 1800.

Durante toda la etapa de preparación, como era de esperar, no recibió más que críticas (se creía que todo era fruto de la histeria de ser una cuarentona soltera y sin hijos). Ella misma admitiría después que todo ese clima en su contra le daba más ganas de lograr su objetivo.

La expedición, que entre guías y porteadores era de unas 12 personas, una perra (Diane) y una paloma, partió de Chamonix el 3 de septiembre de 1838 y alcanzó la cumbre al día siguiente. En la segunda jornada hubo momentos en los que los efectos del agotamiento y el mal de altura hicieron que Henriette se quedase tirada en el suelo sin fuerzas para continuar. Pero entonces Joseph-Marie Couttet, el experimentado guía líder de la expedición, que tenía a su organizadora muy calada, le preguntó si la porteaban. Henriette se levantó y la ascensión continuó.

Cuando llegaron a la cumbre, Couttet y otro guía le dijeron a Henriette que le faltaba un paso más, subir a donde ninguna otra persona había estado antes. «¿Se puede ir a la luna desde aquí?», preguntó ella. Pero no se referían a eso. Los guías hicieron una especie de sillita de la reina con las manos, d’Angeville se subió a ella y la alzaron todo lo que pudieron. 

Antes de iniciar el descenso, sacó un espejito para ver qué cara tenía (mala, descubrió con susto) y escribió en la nieve su aforismo preferido: «querer es poder» (ya sabemos qué tipo de instagrammer habría sido).
 

La Paradisa

«No era la estúpida fama de ser la primera mujer en intentar una aventura así lo que me daba aquella euforia; era más la consciencia del bienestar espiritual obtenido», escribió Henriette d’Angeville en el libro sobre su hazaña. Sin embargo, sí parece que lo de ser la primera mujer le atraía bastante, especialmente si tenemos en cuenta lo que se preocupó por remarcarlo con frecuencia cuando, técnicamente, no fue la primera en pisar la cumbre del Mont Blanc.

Marie Paradis, a quien le decían «La Paradisa» (y, luego, Marie du Mont Blanc).

Treinta años antes, en 1808, Marie Paradis, una mujer pobre de Chamonix, ya había alcanzado lo más alto de Europa. Se había unido a una expedición de seis personas, se cree que porque medio le prometieron fama y gloria y, posiblemente, dinero. Ella también sufrió mal de altura y agotamiento, y en varios tramos fue llevada por dos de los guías. Cuando volvió a Chamonix y un montón de mujeres le preguntaron qué había visto, dijo —según contó Alexandre Dumas años después— que había visto tanto que era imposible de explicar. Que si las mataba la curiosidad, subieran ellas.

Henriette d’Angeville conocía esta historia y por eso saltó como un resorte cuando le propusieron acarrearla. Nuestra amiga Henriette quería ser la primera en llegar por sus propios medios, sin ayuda extra (y ser la primera en ser capaz de contar qué había visto, escribió no sin cierta maldad). Además, como era un poco clasista, tampoco le parecía del todo bien que la primera mujer en hacer cumbre hubiese sido una simple campesina que ni siquiera era francesa (Chamonix pertenecía en aquel momento al reino de Cerdeña). Ella misma contaba que Marie Paradis había asistido a una recepción que se hizo en su honor tras alcanzar la cumbre y que le había dicho que a ella básicamente la habían arrastrado, que por supuesto que quien debía ser reconocida como primera mujer en subir el Mont Blanc era Henriette d’Angeville. 

Aquí vuestra joven remitente en la ruta del Lac Blanc, en los Alpes, en agosto de 1999.

Mis simpatías están principalmente con Marie Paradis, claro, y no solo por no haber escrito en la nieve que querer es poder. Le perdonamos a Henriette no ser consciente de su privilegio como señora rica y aristócrata, privilegio que seguramente le permitió también no casarse y hacer un poco lo que le diera la gana. Por supuesto, como mujer en el siglo XIX es evidente que no lo tuvo fácil. Pero ¿y Marie Paradis?

Yo me la imagino un poco movida por el entusiasmo y la necesidad, uniéndose a una expedición que la convirtió en algo excepcional, y luego volviendo a su vida anónima, pasando de contar lo que había visto (Henriette dijo que Marie le dijo que no se acordaba, pero Henriette es una narradora poco fiable), llevando un albergue y viendo a otros alpinistas intentar y no siempre conseguir lo que no sospechaban que su tabernera había hecho.

Pero no puedo evitar cierta fascinación con Henriette d’Angeville, en quien me veo también un poco. Además del entusiasmo, muchas veces lo que me mueve es el orgullo. En aquellas incursiones familiares montañeras de mi juventud, había momentos en los que decía que no, que no seguía, que esperaba ahí y ya me recogerían a la vuelta. Pero entonces me imaginaba esa vuelta, a mi padre y mi hermana (mi madre se ofrecía a quedarse conmigo) bajando alegres y contando lo maravilloso del fin de la ruta, de las vistas, lo que nos habíamos perdido. Y una especie de envidia anticipada y el FOMO hacían con mi energía lo que la sugerencia de ser acarreada por los guías hizo con la de Henriette d’Angeville.

Me gusta que Henriette fuera extravagante e imperfecta, que se colgara medallas, que se llevara la boa para el cuello y un espejito de bolsillo para comprobar si llevaba bien puesto el sombrero y que enviara una paloma mensajera desde la cima del Mont Blanc para dar la buena nueva. Y no lo hizo como reivindicación de nada (es más, presumía de tener la resistencia y fuerza físicas propias de un hombre). Lo hizo porque quería. Y, además de querer, tenía los medios físicos, mentales y materiales para hacerlo. Cuando le preguntaban por qué aquellas expediciones y viajes, decía que por la misma razón por la que otros no se movían: era donde ella encontraba la felicidad.
 

El botiquín 💊


Las vitaminas culturales que me han mantenido cuerda y feliz estas semanas:

📖 Estoy releyendo Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnitt (Capitán Swing, traducción de Clara Ministral) y creo que encaja muy bien con el tema de esta carta: nuestra relación con el espacio, con los lugares, pero también todo lo que puede significar perderse, tanto de forma literal como figurada. Mi viajerita interior está un poco nerviosa con la lectura porque, como Henriette d’Angeville, encuentra la felicidad en los territorios que no ha pisado nunca. 

🎧 Ayer me atrapó un hilo en Twitter sobre el hit de Gotye de 2011 Somebody That I Used To Know. Por supuesto, caí de nuevo en las redes de la canción y me pasé la mañana viendo vídeos en YouTube de distintas versiones en directo.

Como me estaba pareciendo enfermizo, acudí a mi playlist favorita, again and again and again, donde están esta y otras muchas canciones que en algún momento de mi vida me han obsesionado. A veces vuelvo ahí para tranquilizarme por la vía de la intensidad existencial que me provoca tenerlas todas juntas. Pasados unos días, el agotamiento me puede y no vuelvo a poner la lista ni a decir cosas como «intensidad existencial» hasta pasados unos meses. 

El disco nuevo de Julien Baker, Little Oblivions, también está muy bien.

📺 Estoy viendo Watchmen (la serie, en HBO) porque tuve un sueño y luego me enfadé y al final acabé ahí (si no estáis al tanto, preguntadme). Pero es Jeremy Irons pasándoselo pipa, así que retomo el ciclo. 

También volví a ver Cuatro bodas y un funeral (en Filmin), que creo que hacía 20 años que no veía, y ha envejecido bastante bien. Secretos de estado (en Prime) me gustó mucho, y eso que Matthew Goode sale poco y sale feo. 

Yo también creo que es un crimen que te hayan rapado, Matthew.
Y el típico final de newsletter: si te ha gustado, reenvíala. O usa este enlace para compartirla o los iconos de debajo. Si te la han reenviado y te ha gustado, suscríbete. Si quieres hablarme de montañas, de aristócratas clasistas a las que admiras, contesta a este email. Si no quieres más, desuscríbete. Oh, y gracias por estar por aquí y no ser fantasmas.
Comparte Comparte
Tuitea Tuitea
Reenvía Reenvía
Copyright © 2024 💌 OZ (otra newsletter), All rights reserved.
*|IFNOT:ARCHIVE_PAGE|*

Una mezcla entre lo que siempre me imagino como mi columna personal y, cuando tengo tiempo para documentarme, historias de señoras antiguas.



Our mailing address is:
*|HTML:LIST_ADDRESS_HTML|* *|END:IF|*

Want to change how you receive these emails?
You can update your preferences or unsubscribe from this list.

*|IF:REWARDS|* *|HTML:REWARDS|* *|END:IF|*
No te pierdas lo que sigue. Suscríbete a 💌 OZ (otra newsletter):

Añadir un comentario:

Compartir este correo electrónico:
Compartir en Facebook Compartir por correo electrónico Compartir en Bluesky
Ana Bulnes
Instagram
Bluesky
Este correo electrónico te lo ha traído Buttondown, la forma más fácil de iniciar y hacer crecer tu boletín.