San Jorge, y el dragón
El mundo es un lugar terrible. Solo hace falta pensar que un terremoto puede arrasar con todo en unos minutos te convence de que la vida es de todo menos un paseo. Es una lucha contra los elementos, y contra la maldad. La maldad humana, la corrupción de la gente, y la injusticia de la sociedad. ¿Qué sentido tiene vivir en un mundo así?
En la Odisea, Homero cuenta como Sísifo es condenado en el Infierno a cargar con una enorme roca colina arriba, solo para verla rodar colina abajo en cuanto llegase a la cima. Albert Camus utilizaba esta historia para remarcar que la única cuestión que la humanidad ha tratado de comprender es la del sentido de nuestra existencia. Ha sido siempre un tema esencial, pero lo es ahora más que nunca. Es la razón por la que ha habido tiroteos en las escuelas americanas, o por las que hay hombres dispuestos a estrellar un avión contra las Torres Gemelas.
El mundo es, esencialmente, un lugar en el que la vida tiene que abrirse paso. Al aceptar la teoría de la evolución de Darwin, estamos aceptando que el entorno en que vivimos es hostil. La Tierra no es nuestro hogar, sino nuestro mayor enemigo.
A todos nos gustan las historias de superhéroes y, sin embargo, la ambientación casi siempre está cogida por los pelos, o es absurda. ¿Caer en una marmita de poción mágica cuando eres pequeño?¿Recibir la energía del Sol y poder volar debido a que has nacido en un planeta lejano?¿Ser Thor? Es como si quisiéramos oír una mentira, una y otra vez, y no quisiésemos despertar a un mundo en el que los superhéroes no existen.
La verdad es bien distinta: no nos vemos atraidos por esas historias porque sean verosímiles. La atracción ocurre a un nivel más interno: estamos biológicamente adaptados a imitar a aquellas personas que, en un mundo injusto, deciden tomar cartas en el asunto. No admiramos a Superman porque pueda volar, sino porque en la historia que nos cuentan sobre él, vemos las cualidades de quienes querríamos ser: alguien que no se da por vencido ante la adversidad. Alguien que decide que si el mundo está plagado de injusticias, quizá es responsabilidad suya arreglar alguna de ellas. La historia es un vehículo, una teatralidad, con la que reforzamos una creencia esencial del ser humano: que el mundo es injusto, pero tú puedes hacer algo al respecto. La moraleja de San Jorge y el dragón no es que los dragones existan, sino que los dragones pueden ser derrotados.
Hoy, mi padre, Alejandro Durán Porto, termina por fin su trabajo en el IFEMA como voluntario. Ha pasado semanas ayudando, como médico, a pacientes de coronavirus. Y lo ha hecho porque ha entendido las historias que escuchó toda su vida. Ha entendido que el antifaz de un superhéroe puede ser una mascarilla. Ha querido dar un paso más, y lograr que este mundo sea un poco menos injusto.
Muchas gracias, papá. Te quiero mucho.