Los esenciales
Ha bastado una crisis sanitaria como la que estamos viviendo para que nos diésemos cuenta de que, en realidad, sólo hay dos tipos de trabajos en el mundo: los que son esenciales, y los que no. Durante esta cuarentena, son fáciles de reconocer: los no esenciales son los que tienen representantes quejándose en televisión; los no esenciales necesitan recordarnos continuamente lo importantes que son para la sociedad; los no esenciales, como algunos peces, necesitan estar en movimiento para no hundirse. Hemos pasado un mes de cuarentena— y lo que queda— y no los hemos necesitado.
Nos convienen las peluquerías, nos convienen los actores de teatro, nos conviene la industria automovilística y el turismo. Pero seamos serios: nadie se muere sin ellos.
La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto que lo esencial no necesita atraer tu atención. No hace huelgas por las redes sociales ni aprieta los puños con indignación frente a la webcam del ordenador. Lo esencial es como del decorado: no nos planteamos ningún escenario sin ellos, ningún futuro, así que no los vemos.
Si un trabajador esencial necesita salir a la calle para realizar su trabajo, no hay confinamiento que lo impida. Si un trabajador esencial necesita material para hacer su labor, el Gobierno fletará un avión del ejército que venga desde China con lo que haga falta.
Los no esenciales no tienen esa clase de influencia, porque los no esenciales no juegan en la misma liga. Por eso suplican limosna en los informativos, cuando lo que deberían hacer es pensar “¿cómo puedo hacer para seguir siendo valioso en una sociedad que no me necesita?
Y ponerse a ello.