Ley de Moore
El pistoletazo de salida lo dio Gordon Moore, con una predicción: el número de transistores que cabían en una superficie fija iban a duplicarse cada año, al mismo tiempo que su precio se iba a reducir a la mitad.
El acceso a la información ha ido siendo mayor conforme los ordenadores se han hecho más y más potentes. En 1998, Google tenía en cuenta 25 millones de sitios web; en 2004, ese número había crecido hasta los 8 mil millones, un 36,000% de crecimiento.
Ahora disfrutamos de conectividad instantánea con nuestros amigos y nuestros compañeros de trabajo. El riesgo ahora no es estar aislado, sino no prestar atención. En casa, pasamos de leer una noticia a escuchar música y después a ver el resumen de un partido de fútbol en un abrir y cerrar de ojos.
Los fabricantes de éxito ya no son los que tienen el mejor producto, sino los que son capaces de vender más, y más rápido. Rob Rodin dice que hay tres demandas insaciables: “gratis, perfecto, y ahora”. Conforme los negocios se han hecho más rápidos, cada unidad de tiempo se ha vuelto más importante.
No sólo vivimos en un mundo más rápido, sino que vivimos en un mundo que quiere actualización instantánea. Es el terror al aburrimiento. Lo puedes comprobar cuando haces cola en el supermercado: todo el mundo tiene el móvil en la mano. Ante esa circunstancia, las empresas se han adaptado para ofrecernos exactamente lo que estamos pidiendo: un torrente de entretenimiento, de anuncios, de “contenido”. Esto es así porque hemos inventado el “continente” más grande del mundo: Internet. Un continente incontenible.
Cuando John Wannamaker abrió el primer centro comercial en 1876, descubrió un mundo de más opciones, opciones que se han multiplicado desde entonces. Es como si conforme las estanterías se han hecho más grandes, hemos inventado nuevos productos para llenarlas. Pero ahora, las estanterías infinitas, y nos sentimos angustiados ante la realidad: es imposible elegir.
No es que sea realmente imposible, claro: es psicológicamente imposible. Nos pasa cuando vamos al Ikea y nos ofrecen una de esas inmensas paletas de colores. Nos aturden tantos productos. Nos aturden tantas características para cada producto. Nos aturde tanta publicidad. Nos aturden tantos mensajes. Y nos aturden tantas maneras de consumir contenido.
Hay una competición feroz entre tanta información, y con ello hemos decidido crear filtros mentales que nos ayuden a sobrellevar nuestro día. Igual que ignoramos el olor de una habitación cuando pasamos mucho rato en ella, filtramos de nuestra vista tanta información.
El resultado es que somos incapaces de distinguir entre lo que es importante, y lo que no.