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Álvaro Durán

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May 25, 2020

La Nube

Steve Jobs era, esencialmente, un buen vendedor. Lo vimos con el iPad: “un millón de canciones en tu bolsillo”. Lo vimos con el iPhone: “3 productos revolucionarios en uno”.

Donde no lo vimos fue con iCloud. En su presentación, Steve Jobs ahonda en la idea de que es más cómodo que esté todo sincronizado por defecto desde el servidor de Apple. Tu ordenador deja de ser un ordenador, y tu iPhone deja de ser un iPhone, para ser ahora simples pantallas de acceso a tu nube.

Como consumidor, no me convence. Más allá del product placement que se marca el joven Creed en la película, la pregunta que todos nos hicimos en ese momento fue “¿Y por qué no se lleva el papel y ya está?”

Sí, es cómodo, pero para el consumidor no es nada revolucionario. Para los negocios, la nube lo va a cambiar absolutamente todo.

Si en el año 2000 hubieras montado tu propia start up, habrías visto que las páginas web mueren de éxito. Suponte que sales en televisión, o en un anuncio de la SuperBowl, y en ese instante millones de personas se lanzan al mismo tiempo a ver tu página web. Tu servidor, como un dependiente del McDonald’s, no da abasto con tanto pedido, y desfallece, colapsa, y tu página web se cuelga.

Para evitar eso, tienes que comprar más servidores. ¿Cuántos? Pues tantos como creas que vas a necesitar: no compres de más, porque será caro, pero nunca nunca te quedes corto. La solución: ir a los fondos de inversión y pedirles que te rieguen de millones por una simple idea sin trayectoria ninguna.

¿Ves a dónde va esto? A la burbuja de las punto com.


La nube soluciona este problema, porque lo que Steve Jobs no explicaba en su presentación es que la nube no es más que el ordenador de una empresa. Yo te alquilo mi ordenador, y te cobro por lo que la utilices, convirtiendo el hardware en un coste variable, como el leasing de las sillas de oficina. Ahora no necesito servidores para lanzar mi propia app: sólo necesito que haya una empresa dispuesta a prestarme los suyos.

En 2011, habríamos apostado a que Apple se lanzaría a ese mercado, pero no lo hizo. Apple no alquila sus servidores: vende la experiencia integrada de sus Macs, iPads y iPhones, vende la App Store, pero nadie más entra en sus vidas. Sabiendo eso, habríamos apostado que sería Google quien se lanzaría a hacer algo así, pero Google no fue capaz de vender sus servidores a las empresas, porque Google no se dedica a vender. Se dedica a lanzar productos. Y, a veces, a las empresas hay que meterles ciertos servicios por la garganta.

No, quien habría de triunfar en el negocio de la nube para empresas tendría que ser una empresa lo suficientemente grande para tener servidores, y lo suficientemente abierta como para estar dispuesta a alquilarlos.


Por la época en la que Steve Jobs presentaba iCloud, un programador con algo de renombre, Steve Yegge, se lanzaba a escribir en su chat interno de Google, donde trabajaba, acerca de las diferencias entre Google y su anterior empresa, Amazon. En un post que pretendía ser privado, Yegge se aventura a decir que Amazon “lo está haciendo todo bien”, y Google “lo está haciendo todo mal”. La razón: Bezos había publicado allá por 2002 un manifiesto sobre como debían integrarse los distintos servicios y equipos dentro de Amazon, en el que decía que esta interacción debía ser pública. Parafaseando: cada equipo de trabajo debe funcionar independientemente, y debe exponer su producto como lo haría si fuese una empresa aparte. Desde ese momento, Amazon se iba a convertir a una arquitectura orientada a servicios.


En una empresa donde todos los productos se comportan como pequeñas islas, el concepto de la nube encaja perfectamente. No solo eso, sino que para Amazon, liberar servidores ociosos para que otras empresas los usen no es un salto mental muy grande. Siendo una empres que tanto le da vender sus propios productos como los de los demás, ofrecer servidores bajo demanda se convirtió de pronto en el nuevo negocio de Amazon. Había nacido Amazon Web Services.

Sólo hay un problema: nadie sabe utilizar los servidores de Amazon. Nadie sabe cómo aislar lo que es tuyo de lo que es mío, mantener la seguridad dentro del mismo servidor, y hacer eso a escala gigantesca. Sin embargo, pronto Amazon encontraría la manera perfecta de solucionarlo. El código abierto.

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