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Álvaro Durán

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May 26, 2020

La economía del código abierto

Mi primera experiencia con la programación fue horrible. En la carrera, nos enseñaron a utilizar una herramienta llamada MATLAB, y no pude aborrecerla más. Para colmo, si quería instalarla en mi ordenador tenía que pagar una licencia. ¡Pagar! ¡Cuando yo pagaría por no usarlo!

No fue hasta unos años más tarde cuando me enamoré de la programación. Y todo fue gracias a otra herramienta, Python, como los de la vida de Brian. Mucho mejor, más fácil de entender. Y gratis. Sospechosamente gratis.


Si has trabajado en una oficina, estoy seguro de que te ha tocado “ir hasta la impresora” alguna vez. Darle al botón, caminar por el pasillo, llegar hasta la impresora, y esperar. Esperar, y esperar a que, por fin, salga lo que querías imprimir, después de que alguien de Marketing o de Recursos Humanos haya terminado de imprimir las 100 páginas del documento, que había empezado segundos antes que el tuyo.

En 1980, a los del departamento de informática del MIT les pasaba lo mismo, pero habían ideado un plan: habían entrado en el código de la impresora, y lo habían modificado para que les mandase un mensaje al busca (¡oh, qué tiempos!) cuando estuviese terminado lo que hubiesen mandado a escribir. Una impresora en otro piso, estar interrumpido continuamente por los otros, te puedes imaginar.

Con la llegada de la nueva Xerox 9700, eso se acabó: el código estaba cerrado[1], y no tenían acceso a él.

La frustración para los informáticos de MIT es evidente: poder modificar el programa, no con idea de ganar dinero haciéndolo, sino de tener la libertad de modificar la funcionalidad de su impresora, es algo a lo que es difícil de renunciar.

Uno de esos informáticos, Richard Matthew Stallman, o RMS, terminó por definir, en un manifiesto en el que remarcaba la importancia de que el software debería ser libre[2].

Desde entonces, una ferviente comunidad de programadores ha publicado la totalidad o parte de su trabajo al resto del mundo con la idea de que cualquiera pudiese utilizarlo y cambiarlo a placer. Es una práctica aceptada y muy celebrada, dado que supone que programadores como yo nos ahorramos costosas licencias para poder hacer nuestro trabajo.


¿Te ha pasado alguna vez que te ofrecen algo que es demasiado bueno como para ser cierto? ¿Una versión más sutil de aquellos emails del príncipe nigeriano? Eso me ocurre a mí a cada paso que doy en mi trabajo. Salvo mi ordenador, ni una de las herramientas que he usado me ha costado dinero. Ni el software para montar mi web, ni el servidor al cual te conectas para verla, ni el que te envía las newsletters que escribo. Todo, en Internet, es gratis.

Astuto, tú, dirás: “lo pagas con tus datos”. Facebook, GMail, es posible. Pero ahí la transacción está clara, y no es eso lo que me preocupa. Yo estoy dispuesto a ver videos en Youtube a cambio de soportar la publicidad que contiene, al igual que me pasa en Instagram. Pero no tengo publicidad cuando desarrollo mi página web, ni tengo que mandar mi email a nadie cuando me descargo la última versión de mi lenguaje de programación favorito. ¿Dónde está la trampa?


1) Cuando un programador escribe código, no lo hace con unos y ceros, sino en un lenguaje de programación. No es más que un convenio: para que sirva de algo, un programa informático (el compilador) lo convierte en unos y ceros y se lo da a la máquina para que pueda ejecutarlo. Como entenderás, el compilador solo funciona en una dirección: no puedes transformar unos y ceros en algo que se pueda leer como un programa informático. Por eso, cuando alguien dice que el código es cerrado, es que no tiene acceso a lo que escribió el programador, al codigo fuente: sólo tiene acceso a una ristra de unos y ceros que no puede entender.
2) En inglés, free significa tanto ‘libre’ como ‘gratis’, y por eso se suele utilizar la frase free as in ‘free speech’ cuando se habla de software libre. Esta es la primera de muchas veces en las que RMS se ha visto limitado por el idioma a la hora de expresar sus ideas: de software libre se acabó por llamarlo software de código abierto, si bien RMS ha dicho una y otra vez que no es lo mismo. Recientemente ha tenido que dimitir del MIT y de la Free Software Foundation por tratar de justificar que Marvin Minsky había sido injustamente acusado de abuso sexual porque la palabra abuso es ambigua y da lugar a malentendidos.
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