Comunidad
Darse a conocer. Esa es la razón por la que, cada día, millones de personas se lanzan a las redes sociales a regalar contenido. Es la razón por la que hemos tenido tantos conciertos online, obras de teatro online, discursos de médicos online. Un cacareo constante, con un único objetivo: “¡yo existo!”
El deseo de conexión emocional con nuestros semejantes viene de lejos: no hay más que fijarse en las pinturas rupestres para darse cuenta de que llevamos queriendo dejar rastro de nuestra existencia desde hace millones de años. Es una cualidad humana que precede a cualquier religión o creencia: está imbuida en nuestra genética. Es tan natural en nosotros como tener sueño, o tiritar de frío.
Ferdinand Tönnies distinguía entre sociedades y comunidades cuando decía que los seres humanos formamos sociedades de manera racional, pero formamos comunidades de manera emocional. En las sociedades se comparten instituciones; en las comunidades se comparten creencias.
La llegada de Internet ha volatilizado las instituciones. No hay más que ver el impacto político que ha tenido en todo el mundo el hecho de que ya no hay de facto fronteras: un retorno a lo cultural, emocional, y local. Todo ello se debe, fundamentalmente, al ascenso de las redes sociales.
Antes de Internet, el mundo estaba dividido en sitios. Las universidades, en muchos casos, eran ese momento especial en nuestras vidas en los que teníamos contacto con gente de fuera, pero era solo temporal. Una vez es independiente, el estadounidense tipico vive tan sólo a 30 kilómetros de distancia de sus padres. Nuestra percepción de la gente es mayoritariamente homogénea: es por eso que todos los refranes nos dicen que “donde fueres, haz lo que vieres”. “Fueres” es un sitio, y “vieres” es el conjunto de costumbres de ese sitio. No puedes ver a los discordantes, no necesariamente porque no estén, sino porque están muy diluidos.
Internet no cambia eso hasta la llegada de Facebook. Vimos que nuestras creencias locas y ritos absurdos no eran tan locas, ni tan absurdos. Las voces minoritarias encontraron compañía: hasta 2004, año en que se lanza Facebook, sólo 2 países en todo el mundo han legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo; a día de hoy, ese número es 29.
La conexión humana es parte de nuestra genética. Como humanos, hemos evolucionado para hacer piña. Nuestra capacidad para comunicarnos nos limitaba a un día de viaje a la redonda, más o menos. Más allá, todos eran extraños. Facebook, y luego las demás redes sociales, han desestabilizado esa idea. Comunidad ya no es donde vivimos; es en lo que creemos.